LA SEGURIDAD DE LA SALVACION
Después de que el creyente obtiene la certeza de su salvación, quizás piense: “Sé que soy salvo hoy, pero ¿cómo puedo saber si lo seré en el futuro? Tal vez pierda mi salvación”. Para dicha persona el problema ya no es cuestión de certeza, sino de seguridad.
Por ejemplo, un hombre que deposita una gran suma de dinero en el banco tiene la certeza de que toda esa fortuna es suya. Pero si el banco insiste en dejar abierta su caja fuerte, nuestro amigo millonario tendrá problemas con respecto a la seguridad de sus riquezas. El sabe que es rico hoy, pero no está seguro si lo será mañana.
¿Sucede lo mismo con nuestra salvación? ¿Podemos poseerla hoy y perderla en cualquier momento? ¡De ninguna manera! Debemos afirmar con toda confianza: “He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo” (Ec. 3:14).
Un hecho maravilloso con respecto a nuestra salvación en Cristo es que ésta es irreversible; es decir, jamás puede ser anulada ni suprimida. Una vez que somos salvos, lo somos para siempre, ya que el fundamento de nuestra salvación es la Persona misma de Dios y Su naturaleza.
La salvación fue iniciada por Dios
Jesús dijo a Sus discípulos: “No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros” (Jn. 15:16). En otras palabras, la salvación fue idea de Dios, no nuestra. Desde la eternidad pasada fuimos elegidos y predestinados (o señalados) por El (Ef. 1:4-5). Aun más, fue El quien nos llamó (Ro. 8:29-30). Dado que fue el plan de Dios salvarnos, es también Su plan guardarnos en la salvación. ¿Sería posible que Dios nos hubiera elegido, señalado y llamado, para luego abandonarnos? No, pues la salvación que Dios nos dio es eterna.
El amor y la gracia de Dios son eternos
Además, el amor de Dios y Su gracia para con nosotros no son condicionales ni temporales. El amor que nos salvó no provino de nosotros, sino de El (1 Jn. 4:10). Dios nos amó con un amor eterno (Jer. 31:3). Su gracia nos fue dada desde la eternidad, antes de que el mundo fuese (2 Ti. 1:9). Cuando Cristo nos ama, nos ama hasta el fin (Jn. 13:1). Por consiguiente, ningún pecado, fracaso o debilidad nuestro podrá separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús (Ro. 8:35-39).
Dios es justo
Nuestra salvación está fundada no sólo en el amor y la gracia de Dios, sino también, y con mayor solidez, en Su justicia. Nuestro Dios es justo; la justicia y la rectitud son el cimiento de Su trono (Sal. 89:14). Si El fuera injusto, Su trono carecería de fundamento. Por lo tanto, si nuestra salvación se basa en la justicia de Dios, ciertamente es sólida y estable.
Supongamos que usted se pasa un semáforo en rojo y le imponen una multa. La multa es un castigo justo, y la ley exige que usted pague. Si el juez pasa por alto la infracción cometida y lo libera de la responsabilidad sin tener que pagar la multa, tal juez sería injusto. No importa si usted le cae bien al juez o no, él está obligado por la ley a exigirle el pago de la multa.
Del mismo modo, nuestro problema con Dios antes de ser salvos era un problema legal. Habíamos quebrantado Su ley por nuestro pecado, y por ello habíamos quedado sujetos al justo juicio de la ley. Conforme a la ley de Dios, todo transgresor debe morir (Ro. 6:23; Ez. 18:4). No depende de que Dios, por amor, pase por alto nuestros pecados olvidándose del juicio de la ley; si El hiciera esto, Su trono se derrumbaría. El está obligado por Su propia ley a juzgar el pecado. ¿Qué otra cosa podría hacer?
Ya que el deseo de Dios era salvarnos y nosotros no éramos capaces de pagar la deuda por nuestro pecado, El en Su misericordia decidió pagarla por nosotros. Hace dos mil años Jesucristo, Dios encarnado, vino a morir en la cruz para saldar la deuda de nuestro pecado. Unicamente El era apto para morir en nuestro lugar, ya que en El no existía pecado. Por eso, Su muerte fue aceptable delante de Dios, y El lo levantó de entre los muertos. Así que ahora, cuando creemos en Cristo, Dios toma Su muerte como la nuestra. De esta manera, nuestra deuda por el pecado es justamente pagada, y por consiguiente somos salvos.
Sobre la base de todo lo anterior, ¿podría Dios quitarnos la salvación que Cristo compró? ¡Por supuesto que no! Ya que nuestra deuda fue saldada, Dios sería injusto si nos exigiera el pago de nuevo. La misma justicia que anteriormente requería nuestra condena, ahora reclama nuestra justificación. ¡Cuán segura es nuestra salvación! Ni siquiera un juez mundano se atrevería a sugerir que una misma multa fuera pagada dos veces. Mucho menos Dios, quien es la fuente de toda justicia y rectitud. Tal como el hermano Watchman Nee escribió en un himno:
El para mí obtuvo perdón,
Y completa remisión,
Toda deuda del pecado fue pagada;
Dios no exigirá doble pago,
Primero de Su Hijo, mi real Seguridad,
Y luego de mí, otra vez pagar.
Por lo tanto, la Biblia declara que cuando Dios nos salva, manifiesta Su justicia (Ro. 1:16-17; 3:25-26).
Ahora somos hijos de Dios
Cuando fuimos salvos no sólo recibimos la salvación, sino que también llegamos a ser hijos de Dios, al nacer de Su vida eterna (Jn. 1:12-13). Tal vez un padre terrenal pueda quitarle a su hijo algo que le hubiese regalado, pero jamás le quitaría la vida que le impartió mediante el nacimiento. Aunque su hijo se porte mal, seguirá siendo su hijo. De igual manera, nosotros somos hijos de Dios, y aunque tengamos muchas debilidades y requiramos de Su disciplina, nuestros pecados y flaquezas no cambian el hecho de que somos Sus hijos. La vida que recibimos en nuestro nuevo nacimiento es la vida eterna, la vida indestructible, la propia vida de Dios, la cual jamás muere. Una vez que nacemos de nuevo, no podemos deshacer este hecho.
Dios es poderoso
Otro factor que garantiza nuestra salvación es el poder de Dios. El no permitirá que nada ni nadie nos arrebate de Sus manos. Jesús dijo: “Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano. Mi Padre ... es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de Mi Padre” (Jn. 10:28-29). La mano del Padre y la mano del Señor Jesús son dos manos poderosísimas que nos sostienen firmemente. Aun si nosotros intentáramos escapar de esas manos, no lo lograríamos. Dios es más fuerte que Satanás y que nosotros.
Dios jamás cambia
Si la salvación se perdiera, muchos de nosotros ya la habríamos perdido. Los seres humanos somos muy volubles. Un día estamos eufóricos y al siguiente, deprimidos. Pero nuestra salvación no se basa en nuestros sentimientos fluctuantes, sino que está arraigada y cimentada en el amor y la fidelidad inmutables de Dios (Mal. 3:6). Jacobo [Santiago] 1:17 dice: “Del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni oscurecimiento causado por rotación”. Y en Lamentaciones 3:22-23 leemos: “Nunca decayeron Sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad”. Si El nos amó tanto como para salvarnos, con seguridad nos ama lo suficiente como para preservarnos en esa salvación. ¡Grande es Su fidelidad!
Cristo lo prometió
Finalmente, Cristo mismo ha prometido guardarnos, sostenernos y no abandonarnos jamás. Aunque los hombres son infieles y no cumplen sus promesas, Cristo siempre cumplirá lo que prometió. Leamos lo que El promete: “Al que a Mí viene, por ningún motivo le echaré fuera” (Jn. 6:37); “No te desampararé, ni te dejaré” (He. 13:5). Estas promesas del Señor son incondicionales; vemos esto en la expresión “por ningún motivo”, lo cual quiere decir que bajo ninguna circunstancia El ha de desecharnos ni desampararnos. Esta es Su fiel promesa.
¡Qué sólida es la seguridad de nuestra salvación! Dios nos eligió, nos predestinó y nos llamó; además nos dio Su amor, Su gracia, Su justicia, Su vida, Su fortaleza, Su fidelidad inmutable y Sus promesas. Todo esto es el fundamento, la garantía y la seguridad de nuestra salvación. Así que, podemos declarar juntamente con Pablo: “Yo sé a quién he creído, y estoy persuadido de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Ti. 1:12).
Witness Lee
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Aguas refrescantes 4 de junio
¿Quién es ésta que sube del desierto, recostada so¬bre su amado? Cantares 8:5.
El Espíritu Santo dirige nuestra atención a este cuadro sorprendente que no es otra cosa que el misterio de la Igle¬sia. Ha dejado el mundo atrás pues viene del desierto, y va en dirección hacia arriba pues sube, avanzando hacia la meta celestial. Además, está en una actitud de dependencia pues está recostada sobre su amado. Sabe que es incapaz de encontrar el camino por sí sola, y por ello se mantiene cerca de El. Su dependencia y cercanía no se deben a un sentido del deber tanto como a un amor de corazón.
De manera que podemos avistar un movimiento hacia adelante y hacia arriba de la Iglesia peregrina que recibió un llamamiento celestial en Cristo el Señor. ¿Por qué espe-ramos al Señor en una actitud de contemplación pasiva? Lo que verdaderamente nos prepara para su venida es una adecuada condición espiritual, y ello demanda un avance progresivo y hacia arriba ahora.
Watchman Nee
Jesús es el Señor! - Jesus is Lord - Jesus ist der Herr - Yeshua adonai - Gesù è il Signore - Jésus est Seigneur - Ιησους ειναι ο Λορδος - Иисус – Господь - يسوع هو الرب - 耶稣是主 - 主イエスは - Jesus é o Senhor - Jesus är lorden
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