DÍA 3
La adopción: el Espíritu y el clamor
“Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!
Gálatas 4:6 RVR
La palabra Abba es, de todas las palabras y de todos los idiomas, la más natural para designar el padre. En realidad es una palabra infantil, y no cabe duda que nuestro Maestro, en su agonía en el Getsemaní, sintió predilección por las expresiones infantiles (Marcos 14:36). Pienso que esta dulce palabra Abba, fue escogida para mostrarnos que se espera de nosotros que seamos muy naturales con Dios, y no que seamos artificiales o formales. Debemos ser muy afectuosos, al acercanos a Dios y sentirnos cómodos reclinándonos sobre su hombro, mirando su rostro y hablándole con denuedo Santo. “Abba” en realidad no es una palabra formal, sino algo así como la expresión de un bebé. ¡Ah, cuan cerca estamos de Dios cuando podemos usar tal clase de vocabulario! Cuan querido es Él para nosotros, y nosotros para Él cuando le decimos como lo hizo su mismo Hijo: “Abba, Padre”.
¿A qué niño le importa que su padre lo escuche clamar o llorar?
Es infantil no solo el clamor de nuestros corazones, sino también el tono y la manera de expresarlo. Note que es un clamor. Si logramos una audiencia con un rey, o con una persona importante o de elevada dignidad, no clamamos; hablamos en tonos mesurados y con frases elaboradas. Pero el Espíritu de Dios hecha fuera el formalismo y nos guía a clamar. “Abba”. Aún nuestros muchos clamores están saturados del Espíritu de adopción. ¿Y a qué niño le importa que su padre lo escuche clamar o llorar? Cuando el Espíritu que mora en nosotros produce clamores y gemidos, ni nos avergonzamos ni tenemos temor de clamar delante de Dios. Quizá piensa usted que Dios no oye sus oraciones porque no puede orar bonito o con elocuencia como lo hace otra persona. Pero el Espíritu de Jesús clama y usted no puede hacer nada mejor que clamar también. Siéntase satisfecho de orar al Señor con un lenguaje quebrantado, con palabras sazonadas con sus pesares, humedecidas con sus lágrimas. Acérquese a Él con familiaridad santa y no tema clamar en su presencia: “Abba, Padre”.
¿No nos ha llevado a veces tan cerca de Él que hemos dicho: “No te dejaré ir sino me bendices?” (Génesis 32:26). Nuestro clamor es por Él. Nuestro corazón y nuestra carne claman por Dios, por el Dios vivo.
Abba, Padre, tengo que conocerte, tengo que gustar tu amor, tengo que habitar bajo tus alas, tengo que contemplar tu rostro; tengo que sentir tu corazón grande y paternal fluyendo y llenando mi corazón con paz. Amén.
“Abba, palabra aramea que Jesús empleaba frecuentemente para dirigirse al padre. La usaban también los cristianos de la primera generación (Ro. 8:15; Gá. 4:6) para expresar una relación muy intima entre Dios y sus hijos. (Nuevo diccionario Bíblico Ilustrado, editorial CLIE 1985, P. 4)
Algunos autores cristianos afirman que por su familiaridad, esta palabra sería equivalente al apócope “pa” o al diminutivo “papito” del idioma Español. (Nota del traductor)
¡Jesus es el Señor!