La predicación del evangelio
Muchos tienen el concepto de que un hombre cree en el evangelio cuando oye una enseñanza acertada o cuando es conmovido; pero este concepto está muy lejos de la verdad. Tanto aquellos que aceptan al Señor por sus emociones, como los que son persuadidos intelectualmente, casi nunca permanecen. Aunque la emoción y la mente tienen parte, éstas no son suficientes para una salvación genuina. Lo que hace que un pecador caiga a los pies del Señor y sea salvo, es la luz que transmite el espíritu del que ministra. Tan pronto como nuestro espíritu brota, llegamos a los pecadores. Esta es la razón por la cual debemos liberar nuestro espíritu cuando predicamos el evangelio.
Un minero era usado grandemente por el Señor en la predicación del evangelio. El escribió el libro titulado Visto y oído, en el cual narra las experiencias que tuvo cuando predicaba el evangelio. Muchos fuimos profundamente conmovidos por dicho libro. Aunque era un hombre sin mucha preparación y sin mucho talento, el Señor lo usó grandemente debido a su absoluta consagración. ¿Qué tenía de especial este hermano? Que había sido quebrantado y podía liberar su espíritu fácilmente. Empezó a predicar el evangelio a los 23 años, edad en que fue salvo. En una reunión oyó algo que puso un ardiente deseo de salvar pecadores, por lo que pidió que le permitieran hablar. Después de pararse al frente, aunque su corazón ardía por el deseo de salvar a los pecadores, no le salían las palabras. Sus lágrimas brotaron profusamente y al final sólo pudo proferir unas cuantas frases. Sin embargo, el espíritu de Dios saturó aquella sala y todos fueron convictos de sus pecados y de su condición rebelde. Aquí vemos a un hombre que a pesar de su juventud había sido completamente quebrantado. Tal vez no podía decir mucho, pero cuando liberaba su espíritu los hombres se salvaban. El guió a muchos a la salvación durante toda su vida. Al leer su biografía, podemos ver que era un hombre cuyo espíritu era liberado sin impedimentos.
Esta es la manera de predicar el evangelio. Mientras la dureza del hombre exterior permanezca intacta, el espíritu no podrá ser liberado. Si al ver a las personas perdidas uno es compelido a hacer algo por salvarlas, esto indica que su espíritu es liberado. Este es un asunto básico. La predicación del evangelio está íntimamente relacionada con el quebrantamiento del hombre exterior. Sólo si nuestro hombre exterior ha sido quebrantado, podemos liberar el espíritu y tocar a otros; es nuestro espíritu el que toca el espíritu de los demás. Es el Espíritu de Dios el que penetra la oscuridad del hombre. Cuando esto sucede, no hay poder que pueda impedir que el hombre sea salvo. Pero cuando el hombre exterior limita al espíritu, Dios no tiene manera de fluir por medio de nosotros, y el evangelio no puede ser liberado. Esta es la razón por la cual damos énfasis al quebrantamiento del hombre exterior, pues en éste radican todos nuestros problemas. Si no hemos experimentado el quebrantamiento, será inútil que memoricemos muchas doctrinas. Lo único que traerá salvación a los hombres es que nuestro espíritu toque el de ellos. Cuando esto sucede, caen postrados ante el Señor.
Estos días Dios ha venido recobrando muchas cosas. Dios no desea ver a una persona salva esperar muchos años antes de confesar sus pecados, ni que pasen muchos años antes de que los creyentes se consagren al Señor o respondan a Su llamado para seguirle. La manera en que el Señor obra es recobrar al hombre. El evangelio también debe ser recobrado, al igual que el fruto de este evangelio. Tan pronto como un hombre es salvo, debe ser librado del pecado y consagrarse por completo al Señor. Además, debe romper el poder que las riquezas tengan sobre él. Su historia debería ser semejante a la de las personas que el Señor salvó, y que se mencionan en los evangelios y en Hechos. Si el evangelio es recobrado, todo aquel que lo anuncie deberá llegar a ser un canal por el cual el Señor fluya.
Estamos seguros de que a medida que el Señor avance en Su recobro, el evangelio de la gracia llegará a ser uno con el evangelio del reino. En los evangelios no encontramos una línea divisoria entre el evangelio de la gracia y el evangelio del reino. Sin embargo, posteriormente surgió la tendencia a hacer hincapié en el evangelio de la gracia y olvidar el evangelio del reino. Era como si se hubieran separado estos dos. Pero vendrá el día cuando la unidad de los dos evangelios será restaurada. Aquellos que el Señor ha recobrado, también deben dejar todo por El y consagrarse a El plenamente. Así, los hombres no se salvarán de una manera pobre sino de una manera sólida y absoluta.
Tenemos que humillarnos delante del Señor y decir: “El evangelio debe ser recobrado, y de la misma manera, los que predican el evangelio deben ser restaurados”. Debemos permitir que Dios obre por medio de nosotros para que el evangelio llegue a los hombres. Para predicar este evangelio se requiere un poder muy grande, aunque también se requiere un precio muy alto. Si anhelamos que tanto el evangelio como los que lo predican sean recobrados, debemos entregar todo al Señor y decirle: “Señor, te entrego todo a Ti. Oro pidiendo que encuentres la manera de obrar en mí para que la iglesia también la encuentre; no quiero ser un obstáculo para Ti ni para la iglesia”.
El Señor Jesús nunca representó una limitación para Dios en nada. De la misma manera, la iglesia tampoco debe limitar al Señor en ningún aspecto. Dios ha estado obrando en la iglesia por dos mil años con la intención de que así como Cristo le manifestó y no lo restringió, así mismo suceda con la iglesia. Dios ha estado enseñando, quebrantando, despojando y transformando a Sus hijos continuamente. Esta es Su manera de obrar en la iglesia y continuará llevando adelante esta obra, hasta lograr que la iglesia no lo limite, sino que lo manifieste y lo exprese. Sólo nos resta inclinar nuestro rostro y decir: “Señor, estamos avergonzados por haber retrasado tanto Tu obra, por haber estorbado tanto Tu vida, Tu evangelio y Tu poder”. Cada uno de nosotros debería decir al Señor: “Señor, te entrego todo lo que soy y todo lo que tengo. Te pido que te abras paso en mi vida”. Si anhelamos ver el recobro absoluto del evangelio, debemos tener una consagración absoluta. Sería inútil sólo lamentarnos porque nuestro evangelio no sea tan poderoso como lo fue el de la iglesia neotestamentaria. Debemos reconocer cuán pobre es nuestra consagración, pues no es incondicional como la de los santos de la iglesia primitiva. Para que el evangelio sea recobrado, es necesario restaurar la consagración; ambos deben ser absolutos y genuinos. Pueda el Señor abrirse un canal por el cual fluir a través de nosotros.
Ningún verdadero siervo del Señor debe permitir que sus pensamientos y emociones actúen independientemente. Cuando su hombre interior requiera liberación, el hombre exterior deberá proporcionarle un canal por el cual el espíritu pueda salir y llegar a otros. Si no hemos aprendido esta lección, nuestra efectividad en la obra del Señor será muy limitada.
“Señor, por el bien de la iglesia, por el avance del evangelio, para que Tu tengas libertad de actuar y para que yo mismo pueda avanzar espiritualmente, me entrego a Ti total e incondicionalmente. Señor, con gusto y humildemente me pongo en Tus manos. Estoy dispuesto a que te expreses libremente por medio de mí”.
Watchman Nee
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