Apartado para el evangelio de Dios
Semana 21--- Recibíos los unos a los otros
Lunes --- Leer con oración: Mt 13:7, 22; 1 P 1:23
“Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro” (1 P 1:22)
LA PURIFICACIÓN DEL ALMA Y EL RECIBIR A LOS HERMANOS
Esta semana veremos el asunto de recibir a los hermanos que está revelado en Romanos 14 y 15. Así como Cristo no se agradó a Sí mismo, sino que nos recibió para la gloria de Dios, debemos recibirnos los unos a los otros (Ro 15:3, 7). Todos los hombres están sujetos a equivocarse, por esta razón, si deseamos que la vida divina crezca en nosotros, necesitamos estar siempre dispuestos a arrepentirnos cuando erramos. La mayoría de las veces no actuamos así, por el contrario, nos justificamos e impedimos que el Espíritu trabaje en nosotros. El deseo de un cristiano fiel es andar y vivir en el espíritu, sin embargo, por estar aún en el proceso de transformación, cometemos fallas y errores. Cada vez que somos iluminados, debemos arrepentirnos, porque si consideramos que siempre tenemos la razón, que somos perfectos y no tenemos fallas, impediremos nuestro crecimiento de vida. Todas las veces que nuestros errores sean expuestos, debemos inmediatamente reconocerlos, arrepentirnos delante de Dios y decirle: “Señor, una vez más mi vida natural se manifestó. Considero estar en lo correcto y muchas veces, cuando me equivoco, aún intento justificarme. Oh Señor, lávame con Tu sangre preciosa, estoy dispuesto a ser purificado por Tu fuego santificador para que las impurezas de mi ser sean consumidas”. En el pasado pensábamos que los sufrimientos circunstanciales nos servían para ser iluminados y hacían que nos demos cuenta de quiénes somos para que nos arrepintamos (Jn 1:9). Creíamos que por medio de tales sufrimientos, poco a poco, nuestro ser sería transformado y, por pasar por diferentes situaciones, nos negaríamos a nosotros mismos y no amaríamos más nuestra vida del alma. No obstante, después de muchos años, hemos descubierto que todavía seguimos valorándonos a nosotros mismos en perjuicio de nuestra consagración al Señor. Al estudiar las Epístolas de Pedro, recibimos mucha luz al respecto. Pedro no sólo experimentó los sufrimientos provenientes de las situaciones externas de la vida, sino también, aprendió a dejar que las impurezas de su alma sean eliminadas por el fuego del Espíritu. Él comparó los sufrimientos por los cuales el hombre pasa para negar su vida del alma, con el fuego usado para depurar el oro en el crisol (1 P 1:7; 4:12). En su experiencia, esta purificación sucedía siempre cuando era expuesto en su ser natural, y se arrepentía mediante la luz divina. Independientemente de los sufrimientos que experimentamos a través de las situaciones externas, o si somos expuestos en nuestro ser natural, en las situaciones cotidianas, si tales experiencias nos llevan al arrepentimiento, nos serán de beneficio. Aunque algunos sufrimientos, debido a las circunstancias, produzcan efectos positivos en nuestra persona, nuestra vida del alma, que es nuestro ego, aún se puede volver extremadamente resistente, a tal punto de negarse a seguir al Señor (Mt 16:24-25). Hoy el Señor Jesús es el Espíritu vivificante; Él nos ilumina y expone, para que veamos, de hecho, quienes somos, con el objetivo de que nos arrepintamos delante de Él (1 Jn 1:7-9). Si vivimos ajenos al propósito de Dios y a la transformación que Él quiere operar en nosotros, por seguir la corriente de este mundo que nos enseña a valorar la autoconfianza y a ser independientes, viviremos gobernados por nuestra vida del alma, y así la semilla divina no podrá crecer. Las experiencias del apóstol Pedro nos hicieron ver que necesitamos arrepentirnos cuando somos iluminados por Dios. Cuando ofendemos o cometemos algún error que afecta a muchas personas, necesitamos arrepentirnos delante de todos; pero si el asunto solamente lo involucra a usted y a Dios, es suficiente tratarlo sólo con Él. El arrepentimiento significa que usted reconoce su error y, por eso, se niega a sí mismo y se rinde al quemar interior del fuego santificador del Espíritu, para que las impurezas de la vida del alma sean consumidas. La cantidad de vida del alma que permitimos que sea consumida, será la cantidad de vida de Dios que crecerá en nosotros (Mt 16:25).
Punto Clave: Reconocer los errores y confesarlos para crecer en vida.
Pregunta: ¿Cuál es la mejor manera de tratar con nuestros errores y sacar beneficios de ellos?
Apartado para el evangelio de Dios
Semana 21 --- Recibíos los unos a los otros
Martes --- Leer con oración: Mt 6:10; Jn 3:3, 5; Ro 1:3; 1 Ti 6:16
“Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios” (Ro 1:1)
LOS EVANGELIOS Y EL EVANGELIO DE ROMANOS
En el pasado estudiamos el Evangelio de Mateo, que tiene como tema central el establecimiento del reino de los cielos en la tierra. A través de ello recibimos una fuerte carga por la predicación del evangelio: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mt 24:14). Aunque los cuatro evangelios abordan el asunto del reino, éstos describen especialmente las acciones realizadas por el Señor Jesús en la tierra. Mateo, Marcos y Lucas describen respectivamente la biografía de Jesús como el Salvador-Rey, el Salvador-Esclavo y el Salvador-Hombre, mientras que el Evangelio de Juan muestra Sus acciones en la tierra como Dios. Debido a nuestra comisión por la predicación del evangelio, actualmente fuimos conducidos por el Espíritu para estudiar la Epístola a los Romanos, que tiene como tema: el evangelio de Dios, que habla de Cristo después de Su resurrección, como el Espíritu vivificante que vive en los cristianos. Desde el comienzo de esta epístola, el apóstol Pablo dice que fue apartado para el evangelio de Dios (1:1). Y al igual que él, nosotros también fuimos apartados por Dios para predicar este evangelio. Dios habita en luz inaccesible y en los cielos está la esfera de Su reino, en donde Él ejerce plenamente Su autoridad. Sin embargo, Dios desea traer Su reino a la tierra, para que Su voluntad sea hecha aquí como es hecha en los cielos (Mt 6:10). Esta es la buena nueva del evangelio de Dios. A pesar de que vivimos en la tierra, ya tenemos una muestra del reino de Dios, que es la iglesia, la realidad del reino de los cielos. El Señor nos enseñó a orar diciendo: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (vs. 9-10). Siempre que Pablo predicaba el evangelio, llevaba a las personas a invocar el nombre del Señor Jesús y, así eran levantadas muchas iglesias. Por tanto, la iglesia es el lugar donde se santifica el nombre del Padre y donde están las llaves del reino de los cielos (16:18).
Punto Clave: Las buenas nuevas del evangelio de Dios.
Pregunta: ¿Qué es lo que diferencia al evangelio de Romanos de los otros cuatro evangelios?
Apartado para el evangelio de Dios
Semana 21 --- Recibíos los unos a los otros
Miércoles --- Leer con oración: Gn 3:24; Jn 8:10-11; Ro 5:1; 1 Jn 1:9
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Ro 5:1-2)
POR LA FE TENEMOS PAZ CON DIOS Y ACCESO AL HUERTO DE EDÉN
En los primeros versículos de Romanos, vimos que el evangelio de Dios se refiere a Su Hijo, el cual, según la carne, vino de la descendencia de David (1:3). Él se hizo hombre por causa nuestra, para solucionar el problema de nuestros pecados, derramando Su sangre en la cruz (Ef 1:7; He 2:14). Nosotros deberíamos haber derramado nuestra sangre, pero Él lo hizo en nuestro lugar (1 P 3:18). Estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, pero fuimos iluminados por la luz del evangelio de la gracia, reconocimos que éramos pecadores y nos arrepentimos. Confesamos nuestros pecados, y por la fe en la sangre de Jesús, fuimos justificados y salvos (Ef 1:7; 2:1, 5; Ro 3:25; 5:9). En Adán perdimos el derecho al árbol de la vida, a la presencia de Dios (Gn 3:24). Los requisitos divinos de la justicia, la santidad y la gloria, que impedían nuestra entrada al huerto de Edén sólo fueron cumplidos mediante la muerte de Jesucristo. Por medio de Él, y por creer en Su nombre, fuimos justificados por la fe y obtuvimos paz con Dios (Ro 5:1). Ahora el hombre puede reconciliarse con Dios y volver a disfrutar de Su maravillosa presencia. El Señor Jesús, como el árbol de la vida, está disponible para todo aquel que cree (Ap 22:14). Este es el aspecto del evangelio de la gracia que está descrito en Romanos 1:3. Por medio del evangelio de la gracia, creímos en el Señor y nacimos de nuevo (Jn 1:12; 3:3). Ahora tenemos la vida de Dios y podemos comer de Cristo por medio de Su Palabra, a fin de que crezcamos y maduremos (Jn 6:57, 63). Nuestra meta es perseverar en seguir al Señor, santificando Su nombre, negándonos a nosotros mismos, predicando el evangelio completo de Dios para cumplir Su voluntad eterna de traer Su reino a la tierra.
Punto Clave: El evangelio de la gracia cumple los altos y exigentes requisitos de Dios.
Pregunta: ¿Qué fue lo que nos abrió el camino de regreso a la presencia de Dios?
Apartado para el evangelio de Dios
Semana 21 --- Recibíos los unos a los otros
Jueves --- Leer con oración: Ro 1:10, 20; 5:10, 17; 6:6; 7:1-2, 15-17; 8:1-2
“Para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro” (Ro 5:21)
DONDE ABUNDÓ EL PECADO SOBREABUNDÓ LA GRACIA
Mediante la redención que hay en Cristo, y por la fe, fuimos justificados por Su gracia y ahora tenemos paz con Dios (Ro 3:24; 5:1). Aunque no lo merecíamos, Él demostró Su amor para con nosotros por el hecho de haber enviado a Su Hijo a morir por nosotros, cuando aún éramos Sus enemigos. Ahora que somos salvos de la ira de Dios y estamos reconciliados con Él, seremos salvos por Su vida (vs. 8-10) Por la acción justa de uno solo, Jesucristo, vino la gracia a todos los hombres para la justificación que da vida. La muerte del Señor Jesús nos proporcionó el reinar en vida para que, así como el pecado reinó por la muerte, así también reine la gracia por la justicia. Por tanto, la muerte ya no debe reinar en nosotros, sino la vida. Este es el evangelio de la vida (vs. 18-21). Muchas veces tenemos el conocimiento sobre la vida, pero no la experiencia de permitirle que reine en nosotros. El evangelio de la vida, que es el evangelio del reino, es para conducirnos al crecimiento y la madurez en la vida divina con la finalidad de que reinemos con Cristo. El evangelio de la gracia muestra nuestra necesidad de recibir la salvación de Dios para tratar con el problema de nuestros pecados. Sin embargo, el gran obstáculo que impide el crecimiento de la vida de Dios en nosotros es nuestro viejo hombre, nuestra vida del alma. Pablo dice que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo para que no sirvamos más como esclavos al pecado, sino que andemos en novedad de vida (6:4, 6). Aunque este hecho ya ha sido consumado en la cruz, sabemos, por la experiencia, que muchas veces nuestro viejo hombre aparece, impidiéndonos producir frutos para santificación (v. 22). En el capítulo 7, Pablo ejemplifica que, así como una mujer casada queda libre de la ley conyugal cuando el marido muere, nosotros también ya hemos muerto “relativamente” a la ley para pertenecer a Cristo, a fin de llevar fruto para Dios (v. 4). La muerte del Señor Jesús crucificó a nuestro viejo hombre, y ahora podemos disfrutar del nuevo marido, que es Cristo. Sin embargo, cuando no vivimos en el espíritu, el viejo marido surge nuevamente y nos impone leyes y reglamentos que nos hacen andar en la vejez de la letra (vs. 1-6). Además, Pablo describió la lucha interior del hombre sin Cristo que, por querer hacer el bien, se encuentra con el mal que mora en él, de modo que el mismo Pablo no comprendía su propia manera de actuar: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (v. 24). ¡Gracias a Dios por Jesucristo, Señor nuestro! La ley de la vida nos libró de la ley del pecado y de la muerte, y así podemos obtener la salvación completa de nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo. Primero fuimos regenerados en nuestro espíritu, ahora podemos poner nuestra mente, la parte que lidera el alma, en el Espíritu y recibir vida y paz (8:6). La palabra de Dios nos asegura que, si el Espíritu de Dios mora en nosotros, incluso nuestro cuerpo mortal será vivificado por Él (v. 11). Este es el evangelio de la vida que nos conduce día tras día al disfrute de Cristo. A medida que invocamos Su nombre, obtenemos vida, vida y más vida. ¡Aleluya! Recibimos el Espíritu de filiación que da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Tenemos un Padre amoroso por quien clamamos diariamente: “¡Abba Padre!” (vs. 15-16). ¡Alabado sea el Señor! Dios nos dio todas Sus promesas. Y si padecemos con Cristo, también seremos con Él glorificados (v. 17). Al negarnos a nosotros mismos y vencer a nuestra vida del alma, poco a poco Dios nos conformará a la imagen de Su Hijo (v. 29). Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, por eso ¡nada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro! (v. 39).
Punto Clave: La ley del Espíritu de vida nos libró de la ley del pecado y de la muerte.
Pregunta: ¿Cómo podemos obtener la salvación completa de nuestro ser?
Apartado para el evangelio de Dios
Semana 21 --- Recibíos los unos a los otros
Viernes --- Leer con oración: Jn 1:1, 14; Ro 9:3; 12:1-2; 10:6-13; Col 2:9
“Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Co 12:3)
LOS TRES PERIODOS DE DOS MIL AÑOS
En los seis mil años de la historia humana, el hombre pasó por varios periodos con respecto a su relación con Dios. Durante los primeros dos mil años, la mayoría de las personas vivió de una manera independiente de Él, actuaban simplemente según su carne. Después, en el segundo periodo de dos mil años, por estar fuera del hombre, Dios no pudo cumplir Su voluntad por medio de Su pueblo, Israel. Después de recibir la ley divina, los israelitas intentaron cumplirla por sí mismos, pero eso no agradó al corazón de Dios (Ex 19:
. Al inicio del tercer periodo de dos mil años, Dios envió a Su propio Hijo que, después de Su muerte y resurrección, se hizo el Espíritu vivificante para entrar en el hombre y hacer en él una obra de transformación, dispensando Su vida a todo su ser (Jn 1:1, 14; 1 Co 15:3-4, 45). Estamos en la era del Espíritu, por medio del cual obtenemos la vida (Jn 6:63a). El Señor Jesús es el Espíritu, y nosotros debemos vivir en el espíritu para llevar frutos para Dios (2 Co 3:17; Gá 5:22-25). Pablo tenía una preocupación muy especial por sus compatriotas, deseaba que los judíos también pudieran ser salvos (Ro 9:3). Ellos eran descendientes de Cristo según la carne, poseían la promulgación de la ley, el culto y las promesas, además practicaban todos los rituales de la ley judía. Puesto que Pablo sabía que todo eso no era suficiente para agradar al corazón de Dios, les habló sobre creer con el corazón y confesar con la boca, con respecto a la salvación, “porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (10:13). Cuando invocamos el nombre del Señor, estamos en el espíritu, porque nadie puede decir “¡Señor Jesús!” sino por el Espíritu Santo. Si vivimos y andamos en el Espíritu, seremos guiados por Él y no estaremos bajo la ley, no viviremos más en el viejo hombre, teniendo la vida del alma como base de nuestro vivir cristiano (1 Co 12:3; Gá 5:18, 25). Nuestra meta es predicar el evangelio del reino por medio de los pasos que Pablo describe en la epístola a los Romanos: la consagración, la justificación, la santificación, la reconciliación, la renovación de la mente y la transformación. De esta manera experimentaremos la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta, a fin de que seamos conformados a la imagen del Hijo y seamos glorificados para que Él tenga una expresión en la tierra.
Punto Clave: Invocar el nombre del Señor nos hace permanecer en el espíritu.
Pregunta: En su experiencia diaria ¿ha fructificado para Dios?
Apartado para el evangelio de Dios
Semana 21 --- Recibíos los unos a los otros
Sábado --- Leer con oración: Jn 17:4; Ro 12; 13:8-10; 1 Co 3:9; 2 P 1:3-7; 1 Jn 4:8, 16
“Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros” (Ro 12:10)
LA VIDA DEL CUERPO Y LA EXPRESIÓN DE LA VIDA
El contexto presentado en el capítulo doce de Romanos se refiere a la esfera del Cuerpo de Cristo, donde la vida divina reina. Sin embargo, en él tenemos “diferentes dones, según la gracia que nos es dada” (v. 6), cuyas funciones cooperan para el crecimiento en vida de los santos. Puesto que es así, como miembros del Cuerpo, debemos presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios para la expresión y funcionamiento del Cuerpo de Cristo. Por un lado, la iglesia se refiere a la edificación que está relacionada con la obra; por otro lado, el énfasis del Cuerpo está en la vida, que es su aspecto orgánico, es decir, el crecimiento natural por el aumento de la vida divina. Si practicamos cada punto presentado en este capítulo de Romanos, sin duda creceremos espiritualmente. El crecimiento de la vida tiene una expresión, una evidencia, que es el amor de los unos para con los otros (1 Jn 4:12). A medida que la vida divina crezca en nosotros, expresaremos cada vez más el amor, recibiéndonos los unos a los otros. En la Segunda Epístola de Pedro, leemos: “Ya que Su divino poder nos ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad, mediante el pleno conocimiento de Aquel que nos llamó por Su propia gloria y virtud, por medio de las cuales Él nos ha concedido preciosas y grandísimas promesas” (1:3-4a). En esta porción de la Palabra vemos que la economía de Dios es el dispensar del Dios Triuno, el dispensar del Padre, del Hijo y del Espíritu. La vida y la piedad se relacionan con el Padre. Recibimos la vida de Dios en nuestro espíritu y, cuando vivimos en el espíritu, tenemos la expresión de esta vida, que es la piedad. La gloria y la virtud se refieren al Hijo. Esta gloria es la misma que el Señor Jesús mencionó al glorificar al Padre: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (Jn 17:4). El Señor Jesús ya tenía esta gloria con el Padre antes de la fundación del mundo (v. 5). La virtud se refiere al hecho de que Él introdujo la naturaleza divina a la naturaleza humana, propiciando con ello, que la naturaleza divina fuera añadida a las virtudes humanas. Finalmente, las preciosas y grandísimas promesas se relacionan con la promesa del Espíritu (Gá 3:14). Por tanto, tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu trabajando en nosotros y, a medida que la vida divina crece en nosotros, tenemos más de la naturaleza de Dios. Por eso, necesitamos poner toda nuestra diigencia y añadir a nuestra fe virtud, a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, perseverancia; a la perseverancia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, el amor ágape (2 P 1:5-7). El amor fraternal es la naturaleza de Dios añadida a las virtudes humanas; sin embargo, el último punto de su desarrollo es el amor ágape, el amor de Dios. Gracias al Señor porque la fuente de este amor es Él mismo que, como tal, nos hará experimentarlo. Este es el trabajar del Dios Triuno en nosotros, Sus hijos, por eso, hoy hay más amor entre nosotros que antes. Mientras más nos negamos a nosotros mismos, la vida de Dios crece más en nosotros y tenemos más de la manifestación de esta vida, que es el amor. La manera de evidenciar, cuánto de la vida de Dios creció en nosotros, es a través de la expresión del amor. Dios es amor y por eso podemos amarnos los unos a los otros (1 Jn 4:8, 16). .
Punto Clave: El amor es la mayor expresión del crecimiento de vida.
Pregunta: ¿Cómo podemos evidenciar que la vida de Dios ha crecido en nosotros?
Apartado para el evangelio de Dios
Semana 21 --- Recibíos los unos a los otros
Domingo --- Leer con oración: Ro 1:1, 9, 15, 16, 17; 12:4; 14:1-5
“Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios” (Ro 15:7)
LA BASE PARA RECIBIRNOS LOS UNOS A LOS OTROS: EL AMOR
La base para que recibamos unos a los otros es el amor. Si usted no está en el amor, no sólo no recibirá a los demás, sino también los criticará. El recibimiento mutuo no es algo fácil de practicar; pero necesita ser nuestra experiencia. Pablo dice en Romanos: “Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones. Porque uno cree que se ha de comer de todo; otro, que es débil, come legumbres. El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido. ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme. Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente” (14:1-5). Así como Dios nos amó cuando aún éramos Sus enemigos, no debemos hacer acepción en lo que se refiere a amar y recibir a las personas, ni en cuanto a recibir a otros bajo ciertas condiciones (cfr. 5:10). Fuimos apartados para ser ministros del evangelio, por eso salimos para anunciar el evangelio de la gracia a aquellos que aún no han sido regenerados y el evangelio del reino a todos los hijos de Dios. Sin embargo, nuestra carga no es prestar atención a las prácticas o formas exteriores que, por ventura, ellos estén practicando; nuestro objetivo tampoco es discutir, sino suplir la vida divina a los que no la tienen y ayudar a los cristianos a seguir al Señor, con la finalidad de traer Su reino a la tierra. Por causa de las muchas divisiones en el Cuerpo de Cristo y el surgimiento de las “varias iglesias”, muchas personas rechazan a los cristianos y al evangelio. Cuando salimos a predicar el evangelio, debemos tener la actitud de recibir a todos los que Dios recibió. No debemos criticar o analizar en que grupo se reúnen, nuestro único objetivo es llevarles la vida de Dios, ayudándolos a invocar el nombre del Señor. Esta ya ha sido nuestra práctica, pero necesitamos perfeccionarnos aún más y más en el amor, recibiendo a quienes el Señor recibió. No importa cuan débil o frágil sea un miembro, necesitamos a todos para el funcionamiento y expresión del Cuerpo, conforme a lo que leemos: “Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios” (1 Co 12:22). ¡Alabado sea el Señor!
Punto Clave: Cuando amamos a las personas no discutimos, sólo las recibimos.
Pregunta: Al predicar el evangelio ¿Ha recibido a las personas como el Señor lo hizo?
Dong Yu Lan
Editora “Arvore da Vida”
Literatura disponible en:
corpocri@yahoo.com
Jesús es el Señor!
La iglesia en Armenia