El Espíritu de vida
Es maravilloso que la vida de Dios esté incorporada en Cristo el Hijo y que El desee que los hombres tengan esta vida eterna. Pero debemos preguntarnos cómo puede esta vida ser nuestra. Cristo resucitó de entre los muertos, pero nosotros, ¿cómo podemos disfrutar la vida de resurrección de Dios, dado que aún estamos bajo los padecimientos de la humanidad caída?
Conforme a la Biblia, en la resurrección Cristo vino a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). La vida del Espíritu vivificante es Cristo como vida, la vida eterna de Dios; y cuando esta vida es dada al hombre, le es dada como el Espíritu. El Espíritu es la realidad de lo que Cristo es. El Señor Jesús dijo a Sus discípulos que el Espíritu de realidad da testimonio de El (Jn. 15:26) y guía a los creyentes a la realidad de El (Jn. 16:13). Esto significa que Cristo viene a ser real para nosotros por medio del Espíritu. Cuando el Espíritu llega al hombre, la vida de Dios el Padre, integrada en Cristo el Hijo, viene a ser real para el hombre.
Debido a que la vida de Dios integrada en Cristo queda disponible para el hombre mediante el Espíritu, en el Nuevo Testamento el Espíritu es llamado Espíritu de vida (Ro. 8:2). La frase Espíritu de vida es una expresión única en su género y debemos entenderla del mismo modo que entendemos frases tales como un vaso de oro o una mesa de madera, es decir, el vaso es oro y la mesa es madera. Al hablar del Espíritu de vida, debemos entender que el Espíritu es vida. Esto concuerda con nuestro modo de entender qué es el Espíritu y qué es la vida eterna. La vida eterna es Dios mismo; por consiguiente, así como Cristo es vida, así también el Espíritu es vida. Pero especialmente el Espíritu es vida porque es la realidad de Cristo como la incorporación de la vida del Padre.
El Dios Triuno es el Dios de vida, y por medio de El, quien es el origen de la vida, la incorporación de la vida y la realidad de la vida, nosotros los seres humanos mortales podemos participar de la inmortalidad de Dios y disfrutarla. Cuando nos volvemos de nuestra condición caída, confesamos el pecado en que estamos, y creemos en Cristo como aquel que es la vida, somos regenerados con la vida eterna de Dios y entramos en la inmortalidad como victoriosos hijos suyos. Su vida divina y eterna viene a ser nuestro mayor tesoro y nos eleva a un nivel eterno.
!Jesus es el Señor!