El significado de la expresión “casa” Continuacion…
o ¿en qué vida se lo encuentra? Si es en esta vida, seríamos, pues, mentirosos cuando decimos que hemos sido “crucificados con Cristo” (Gálatas 2:20), “muertos con Cristo” (Colosenses 2:20), “sepultados con Cristo” (Romanos 6:4), “resucitados con Cristo” (Colosenses 3:1), que hemos “salido fuera del campamento hacia Cristo” (Hebreos 13:13), que no estamos “en la carne”, que no somos “del mundo que pasa” (1.ª Juan 2:17). Todas estas palabras, pues, son algunas de las tantas brillantes mentiras en la boca de aquellos que poseen -o pretenden poseer- un rango en esta vida. Ésta es la verdad del asunto; y debemos dejar que la verdad alcance nuestras conciencias y actúe en ellas, a fin de que ejerza su influencia sobre nuestra vida práctica.
¿Cuál es, pues, la única vida en que tenemos un rango?: La vida de resurrección de Cristo. Ésta es la vida en la cual el amor redentor nos ha dado un rango. Y seguramente, sabemos muy bien que los mobiliarios mundanos, las vestimentas costosas, la ostentación y el lujo, no tienen nada que ver con el rango en esta vida. ¡Oh, no! Lo que está en armonía con la vida celestial que Jesús ha ganado para nosotros y nos ha comunicado, es la santidad de carácter, la pureza de vida, el poder espiritual, una profunda humildad, la caridad, la separación de todo lo que sabe directamente al mundo y a la carne; no hay duda de que adornar nuestras personas y nuestras casas con esas cosas, sería ciertamente adornarlas «conforme al rango que ocupamos en la sociedad». Pero esta objeción pone, de hecho, al descubierto el verdadero principio que yace en el fondo del corazón. Ya ha sido observado que la casa revela la condición moral del hombre, y esta objeción confirma tal declaración. Aquellos que hablan, o piensan, acerca de su rango en esta vida, “en sus corazones, se volvieron a Egipto” (Hechos 7:39). Y ¿cuál será el fin de los tales de acuerdo con lo que Dios dice? “Os transportaré, pues, más allá de Babilonia” (Hechos 7:43). Es de temerse sobremanera que la “gran piedra de molino” de Apocalipsis 18 nos presente un cuadro demasiado fidedigno del fin de muchos de los elementos enfermizos, espurios y huecos del cristianismo de nuestros días.
Sin embargo, alguien puede alegar todavía que el cristianismo no aprueba el desorden y la suciedad de las casas, a lo que diría que eso es perfectamente cierto. Conozco pocas cosas que sean más penosas y deshonrosas que ver la casa de un cristiano caracterizada por la suciedad y el desorden. Tales cosas jamás deberían existir en relación con una mente verdaderamente espiritual o incluso bien ordenada. Donde tales cosas existen, podemos estar seguros de que ellas son la consecuencia de algún mal moral. Aquí todavía la casa de Dios se nos presenta de forma especial como un bendito modelo. Sobre la puerta de esta casa puede verse inscripta esta preciosa divisa: “Hágase todo decentemente y con orden” (1.ª Corintios 14:40). En consecuencia, todos aquellos que aman a Dios y a Su casa, desearán ver este principio aplicado en sus propios hogares.