II. EL SIGNIFICADO DEL BAUTISMO
Todo el que ya ha sido bautizado necesita volver a examinar el significado del bautismo. Aun si fue bautizado hace diez o veinte años, debe reflexionar al respecto. Siempre debemos recordar el versículo que dice: “¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte?” (Ro. 6:3). Este versículo habla en forma retrospectiva y no se refiere a un evento futuro.
Los versículos que leímos en Marcos 16, Hechos 2, Hechos 22 y 1 Pedro 3 están dirigidos a quienes no han sido bautizados aún, mientras que los versículos de Romanos 6 y Colosenses 2 están dirigidos a los que ya fueron bautizados. Dios les dice: “¿No sabéis que cuando fuisteis bautizados, moristeis juntamente con Cristo, fuisteis sepultados y resucitasteis juntamente con Él?”.
En Romanos 6 se hace hincapié en la muerte y la sepultura, aunque también se menciona la resurrección. Colosenses 2 va más allá, pues recalca la sepultura y la resurrección, siendo esta última el tema central. El énfasis de Romanos 6 es la muerte: “¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte?”. Aquí, se hace hincapié principalmente en la muerte, en el hecho de que debemos morir juntamente con Cristo. Romanos 6 habla de morir y ser sepultados, mientras que Colosenses 2 habla de ser sepultados y resucitar.
Las aguas del bautismo tipifican la tumba. Cuando en nuestros días una persona es sumergida en las aguas del bautismo, es como si estuviera siendo sepultada. Salir del agua equivale a salir de la tumba. Antes de ser sepultado, uno primero tiene que estar muerto. No se puede sepultar a una persona viva. Si una persona se vuelve a levantar después de haber sido sepultada, eso, sin duda alguna, es la resurrección. La primera parte de esta verdad se encuentra en Romanos, y la segunda en Colosenses.
A. Un gran evangelio: ¡estoy muerto!
Cuando el Señor Jesús fue crucificado, Él nos llevó consigo a la cruz, y nosotros fuimos crucificados juntamente con Él. A los ojos de Dios, ya se nos puso fin. ¿Qué piensa de usted mismo? Quizás tenga que decir: “¡Soy una persona difícil de tratar!”. Aquellos que no se conocen a sí mismos no comprenden cuán imposibles son. Una persona que conoce a Dios y que se conoce a sí misma, dirá: “Soy una persona imposible”.
Cuando vivíamos estando agobiados por el pecado, escuchamos acerca de la muerte del Señor Jesús. Este es el evangelio. Es así que vimos que no teníamos esperanza alguna y que estábamos muertos. Así es el evangelio. ¡Damos gracias a Dios porque este es el evangelio! La muerte del Señor nos incluyó a todos nosotros. Por tanto, en Cristo, todos hemos muerto. ¡No hay mejor noticia que esta! Así como la muerte del Señor es el gran evangelio, nuestra propia muerte también lo es. Así como la muerte del Señor es motivo de regocijo, también lo es nuestra muerte. ¿Cuál debería ser el primer pensamiento que ha de venir a nuestra mente cuando escuchamos que nuestro Señor murió? Debemos ser como José de Arimatea; debemos proceder a sepultarlo a Él. Igualmente, cuando nos enteramos de que estamos muertos, lo primero que debemos hacer es sepultarnos a nosotros mismos, ya que la sepultura viene inmediatamente después de la muerte. La muerte no es el fin. Ya estamos muertos en Cristo; por tanto, lo primero que debemos hacer es sepultarnos a nosotros mismos.
B. Muerto y resucitado
Hermanos, cuando entramos en las aguas del bautismo o cuando reflexionamos al respecto después de haber sido creyentes por muchos años, debemos recordar que ya estamos muertos. Dejamos que nos sepulten debido a que hemos creído en nuestra muerte. Si nuestro corazón aún late y todavía respiramos, no podemos ser sepultados. Para poder ser sepultados, tenemos que estar muertos. Cuando el Señor Jesús fue crucificado, nosotros también fuimos crucificados con Él.
Permitimos que otros nos sumerjan en agua porque creemos haber muerto. El Señor Jesús resucitó y puso el poder de Su resurrección en nosotros. Somos regenerados mediante este poder. El poder de la resurrección opera en nosotros y nos resucita. A ello se debe que hayamos salido del agua. Ya no somos lo que éramos antes; ahora somos personas resucitadas. Jamás debemos olvidar este hecho. Cuando entramos en el agua, creímos en nuestra muerte y en nuestra necesidad de ser sepultados. Cuando salimos del agua, creímos que somos poseedores de la novedad de la vida divina. Ahora estamos en el lado de la resurrección. La muerte se halla en el otro lado, y ahora nuestra experiencia es la resurrección.