LA SALVACION QUE LA CRUZ TRAE
En Gálatas 5, después de enumerar muchos aspectos de la carne, el apóstol añade: “Pero los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias” (v. 24). He ahí la salvación. A lo que los creyentes prestan atención es muy diferente a lo que Dios presta atención. Los creyentes se preocupan por “las obras de la carne” (v. 19) que son acciones de la carne. Prestan atención a pecados aislados: el enojo de hoy, los celos de mañana y la disputa de pasado mañana. El creyente se lamenta por un pecado en particular y anhela conseguir la victoria sobre él. Sin embargo, todos estos pecados son frutos del mismo árbol. Mientras se corta una fruta, crece otra. Crecen una tras otra sin parar, hasta que finalmente no hay ningún día de victoria. Dios presta atención a la carne (v. 24), no a las obras de la carne. Si un árbol está muerto, ¿acaso esperamos que lleve fruto? Los creyentes hacen planes para acabar con las ofensas (los frutos), y se olvidan de acabar con la carne (la raíz). Por eso, es inevitable que antes de resolver algún pecado, ya ha surgido otro. Necesitamos ir a la raíz del pecado.
Los que son niños en Cristo necesitan conocer más profundamente el significado de la cruz, ya que aún son carnales. La obra de Dios consiste en crucificar juntamente con Cristo el viejo hombre de los creyentes, ya que los que son de Cristo “han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. No importa si se trata de la carne o de sus poderosos deseos, todo ello fue clavado en la cruz. Por medio de la cruz del Señor los pecadores obtuvieron la regeneración y supieron que habían sido redimidos de sus pecados. Ahora, también por medio de la cruz los creyentes que son niños carnales, aunque tal vez hayan sido regenerados hace muchos años, pueden obtener la salvación y ser librados del dominio de la carne, para poder andar según el Espíritu Santo y ya no andar según la carne; de este modo podrán llegar a ser hombres espirituales en poco tiempo.
La caída del hombre está en contraste con la obra de la cruz, ya que la salvación que ésta proporciona es justamente el remedio para aquélla. Una es la enfermedad, y la otra es la cura; así que, se contraponen la una a la otra. Por un lado, el Salvador murió en la cruz por el pecador a fin de redimirlo de su pecado para que el Dios santo pueda perdonarlo legalmente; por el otro, el pecador, habiendo muerto junto con el Salvador en la cruz, ya no es gobernado por la carne. Sólo esto puede hacer que el espíritu del hombre recupere su propio dominio, que el cuerpo sea su servidor externo y que el alma sea su intermediario. De este modo, el espíritu, el alma y el cuerpo son restaurados a su condición original.
Si desconocemos el significado de la muerte que describimos en este versículo, no podremos recibir la salvación. El Espíritu Santo debe revelarnos esto.
“Los que son de Cristo Jesús” son todos los que creen en el Señor. Todos los que creen en El y fueron regenerados le pertenecen. No importa cuál sea su nivel espiritual ni cuánto se esfuerce, si ya fue libre del pecado ni si fue plenamente santificado ni si ha sido vencido por la lujuria; lo que cuenta es si uno está unido a Cristo en la esfera de la vida. En otras palabras, ¿fue regenerado? ¿Creyó en el Señor Jesús como Salvador? Si uno creyó, no importa cuál sea su condición espiritual, si es victorioso o está derrotado, ya crucificó la carne.
Lo importante no es la ética ni la espiritualidad, ni el conocimiento ni las obras; sólo cuenta si uno pertenece a Cristo o no. Si uno le pertenece a El, ya crucificó la carne; no es que está crucificando ni que crucificará, sino que ya crucificó la carne.
Necesitamos la perspectiva correcta. Este versículo no habla de la experiencia, independientemente de cuál sea, sino que establece un hecho. “Los que son de Cristo Jesús”, ya sean débiles o fuertes, “han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias”. Uno podrá decir que todavía peca, que el mal genio persiste y que las pasiones siguen siendo muy fuertes; pero Dios dice que ya fuimos crucificados. No prestemos atención a nuestras experiencias presentes. Fijemos nuestra atención en lo que Dios dice. Si no escuchamos ni creemos Su Palabra, y nos centramos en nuestras experiencias diarias, jamás viviremos la realidad de que nuestra carne ya fue crucificada. No prestemos atención a nuestros sentimientos ni a lo que experimentamos. Dios dice que nuestra carne fue crucificada, esto significa que es un hecho que lo fue. Primero tenemos que escuchar y creer la Palabra de Dios, después lo experimentaremos personalmente. Dios dice que nuestra carne ya fue crucificada. Debemos responder: “¡Amen! Sí, mi carne fue clavada en la cruz”. Al hacer esto, veremos que nuestra carne verdaderamente fue crucificada.
Entre los creyentes de Corinto había adulterio, celos, pleitos, divisiones, litigios, y practicaban muchos otros pecados. Eran carnales, pues eran niños en Cristo; aún así, seguían siendo de Cristo. ¿Se puede decir que la carne de estos creyentes había sido verdaderamente crucificada? Sí, hasta la carne de estos creyentes tan carnales fue crucificada. ¿Cómo puede ser eso?
Tengamos presente que la Biblia no nos dice que nos crucifiquemos. Sólo nos dice que fuimos crucificados. No necesitamos crucificarnos a nosotros mismos, pues ya lo fuimos con el Señor Jesús (Gá. 2:20; Ro. 6:6). Si fuimos crucificados juntamente con Cristo cuando El fue clavado en la cruz, entonces nuestra carne también fue clavada en la cruz. Esto no significa que nos crucificamos a nosotros mismos, sino que cuando El Señor Jesús fue crucificado nos llevó en Su cruz. Por lo tanto, a los ojos de Dios, nuestra carne ya fue crucificada; esto ya se llevó cabo y es un hecho. No importa si la persona lo experimenta o no, la Palabra de Dios dice: “Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne”. Si deseamos tener la experiencia de la crucifixión de la carne, no debemos prestar atención a nuestras experiencias. Por supuesto, tener experiencias no es malo, pero pueden estorbar para que no asumamos nuestra posición. Debemos creer la Palabra de Dios. El dijo que mi carne ya fue crucificada. Creo que mi carne verdaderamente fue crucificada. Dios lo afirma, y yo confieso que la Palabra de Dios es verdad. Así tendremos la experiencia. Primero debemos prestar atención al hecho que Dios estableció, y luego prestamos atención a la experiencia personal.
Ante Dios, la carne de los corintios había sido crucificada con el Señor Jesús, pero ellos no habían tenido esa experiencia. Quizás esto se debía a su ignorancia de los hechos establecidos por Dios. Por lo tanto, el primer paso para que recibamos la salvación es ponerle fin a la carne en conformidad con el punto de vista de Dios. No es que la carne va a ser crucificada, sino que ya fue clavada en la cruz, no según lo que vemos, sino lo que creemos, a saber, la Palabra de Dios. Si estamos firmes en el hecho de que la carne fue crucificada podremos, en nuestra experiencia, ponerle fin. Si no abandonamos nuestro interés por progresar espiritualmente y si no permanecemos firmes en este hecho, dando por sentado que en toda circunstancia nuestra carne ya fue crucificada, no podremos experimentar ese hecho. Los que quieran tener la experiencia, no deben centrarse primeramente en sus experiencias; sólo deben creer la Palabra de Dios. De esta manera, pueden obtener la experiencia.
Tomado de “El Hombre Espiritual” W. Nee.
¡Jesús es el Señor!