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 Apartado para el evangelio de Dios semana 20

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hgo1939
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MensajeTema: Apartado para el evangelio de Dios semana 20   Apartado para el evangelio de Dios semana 20 I_icon_minitimeLun Sep 21, 2009 8:46 am

Apartado para el evangelio de Dios
Semana 20--- Amaos los unos a los otros
Lunes --- Leer con oración: Nm 21:9; Jn 3:14; Ef 1:3-14, 22-23
“En quien (Cristo) tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Ef 1:7)
EL DISPENSAR DIVINO TRATA CON EL PECADO Y PRODUCE EL CUERPO DE CRISTO
El evangelio de la gracia consiste en que Dios nos amó y envió a Su propio Hijo en semejanza de carne, para que cargara sobre Sí nuestros pecados (Is 53:6). El Señor Jesús tenía la semejanza de la carne de pecado, pero sin la naturaleza del pecado (2 Co 5:21). Así como la serpiente de bronce en el Antiguo Testamento, tenía la forma de la serpiente, pero no su veneno, y cuando era levantada por Moisés en el desierto, sanaba a los que miraban a ella, así también era necesario que el Hijo del Hombre fuera levantado en la cruz para redimirnos de nuestros pecados (cfr. Jn 3:14; Ro 8:3).
En aquella ocasión, los israelitas se rebelaron contra Dios en el desierto, y fueron castigados con las mordeduras de las serpientes ardientes. Sin embargo, después de arrepentirse y clamar al Señor, Él tuvo misericordia del pueblo e instruyó a Moisés para que hiciera una serpiente de bronce que debía levantar en un asta para que todo aquel que mire a ella sea sanado (Nm 21:9). Del mismo modo, el Señor Jesús fue a la cruz y derramó Su preciosa sangre como un “antídoto” para redimirnos de los pecados y darnos la vida eterna.
El Señor Jesús se presentó como la serpiente de bronce en quien no había pecado (Jn 3:14), para mostrar que Él estaba plenamente calificado para redimirnos y morir en sustitución por cada uno de nosotros, librándonos así de perecer por causa de la naturaleza pecaminosa que heredamos de Adán (Ro 3:23; 5:17). Mediante la muerte del Señor, Dios mostró Su gran amor y nos concedió Su gracia con la finalidad de que a través de ella obtengamos la vida eterna (Jn 3:16).
Aunque esto es un hecho maravilloso, la mayoría de los cristianos sólo conoce el evangelio de la gracia, es decir, lo que el Señor hizo por nosotros. Sin embargo, la epístola a los Romanos nos muestra el evangelio completo de Dios, que además del evangelio de la gracia, incluye el evangelio del reino. El evangelio de Dios consiste en Sus buenas nuevas para el hombre y se refiere no sólo a la remisión de nuestros pecados y al dispensar de la vida divina a nosotros, sino también a la necesidad de que crezcamos en vida para que reinemos con Cristo en la era venidera. El evangelio del reino consiste en nuestra madurez espiritual para que hagamos la voluntad de Dios, que es traer Su reino a la tierra.
Para que el reino de Dios sea traído a la tierra, Él necesita de un grupo de personas que coloque como prioridad en sus oraciones: Su nombre, Su reino y Su voluntad. Por eso el Señor Jesús nos enseñó una oración que contiene Sus tres principales anhelos: santificar el nombre del Señor, que venga a nosotros Su reino y que se haga Su voluntad en la tierra, así como es hecha en los cielos (Mt 6:9-10).
La manera más practica y eficaz de santificar el nombre del Señor es invocarlo. Donde el nombre del Señor es santificado, está la realidad del reino de Dios en la tierra, el reino de los cielos. La iglesia está compuesta de personas escogidas y llamadas por el Señor, que fueron libertadas del pecado, que recibieron la vida de Dios y, por eso, santifican Su nombre (1 Co 1:2). Además, la iglesia tiene las llaves del reino de los cielos y, por medio de ella, las puertas del reino son abiertas y la voluntad de Dios es hecha (Mt 16:19).
El Señor ha llevado a cabo una obra maravillosa según Su voluntad, que es el Dios Triuno mismo dispensándose como vida hacia dentro del hombre que creó. Por medio del dispensar del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, el Cuerpo de Cristo es producido (Ef 1:3-14, 22-23). El Señor Jesús solucionó el problema de nuestros pecados en la cruz, para que hoy, de manera gradual, el Espíritu vivificante nos suministre Su vida divina, y así edifiquemos Su Cuerpo: la iglesia. ¡Aleluya!
Punto Clave: Abrirse para recibir el dispensar de Dios
Pregunta: ¿Cuál es la relación entre Juan 3:14 y Números 21:9?


Apartado para el evangelio de Dios
Semana 20 --- Amaos los unos a los otros
Martes --- Leer con oración: Jn 3:6; Ro 1:3; 3:24-25; 5:10, 17; 8:6
“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro 3:24)
LAS METAS DEL EVANGELIO DE LA GRACIA Y DEL REINO
Cuando fuimos salvos en nuestro espíritu recibimos la vida divina como una semilla. Ahora, ésta necesita expandirse a todo nuestro ser para cumplir la voluntad de Dios (Jn 3:6; Ro 8:16). El evangelio de la gracia es sólo el comienzo de la salvación completa que Dios planeó para el hombre. La redención es el punto de partida para que la voluntad de Dios sea realizada en la tierra. Para alcanzar el objetivo de nuestra salvación completa, que es madurar en vida, necesitamos del dispensar diario del Espíritu vivificante en todo nuestro ser (1:4; 1 Jn 5:11-12).
Los cinco primeros capítulos de Romanos muestran que el Señor Jesús nos reconcilió con Dios. Estábamos muertos en nuestros delitos y pecados hasta que, de las tinieblas resplandeció la luz divina, y el Espíritu nos convenció de nuestra condición pecaminosa y nos llevó a la confesión y al arrepentimiento. Así obtuvimos el perdón de Dios y fuimos justificados por Él (Ef 2:1-2; 2 Co 4:6; Jn 16:Cool.
Al creer en el Señor, nuestra situación de injusticia fue solucionada, no por obras de justicia que nosotros hayamos hecho (Tit 3:5), sino por la justicia que el Señor realizó en nuestro lugar. Fuimos también santificados, es decir, fuimos sacados de una posición común y mundana a una posición santa, pues Él nos santificó (1 Co 6:11).
Además, fuimos reconciliados con Dios de manera que, por causa nuestra, el Señor Jesús abrió el camino al “huerto de Edén” y nuestro derecho de comer del fruto del árbol de la vida fue recobrado. ¡Aleluya! Este es el evangelio de la gracia. Una vez reconciliados con Dios, podemos entrar en Su presencia y Cristo puede reinar en nosotros por medio de Su vida (Ro 5:10, 17).
El problema es que, en la práctica, generalmente el Señor encuentra una barrera en nuestro ser que Le impide reinar: nuestro ego. Puesto que él es muy fuerte, no nos negamos a nosotros mismos y procuramos siempre, de alguna manera, salvar nuestra vida del alma (Mt 16:24-25).
Así como el evangelio de la gracia nos salvó de los pecados, regenerando nuestro espíritu, el evangelio del reino de los cielos tiene como meta la salvación de nuestra alma: nuestra mente, voluntad y emoción. Como ya hemos mencionado, la vida natural del alma es el gran impedimento para que la vida de Dios crezca en nosotros. Si protegemos a nosotros mismos, impedimos que nuestra alma sea salva. Lamentablemente, pocos cristianos tienen conciencia de cuan dañino y peligroso es preservar la vida del alma através de no negárse a sí mismo (Jn 12:25). Por no percibir esto, muchos llegan a ser insensibles en su vivir cristiano y dejan de hacer la voluntad de Dios. En consecuencia, son vencidos por la naturaleza caída y vuelven a cometer los pecados del pasado (Ro 7:15-24).
Adán no cometió pecados inmediatamente después de haber comido del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Él fue creado a la imagen y semejanza de Dios y pasó a ser un alma viviente, sin pecado, como un recipiente limpio y vacío que está listo para recibir la vida divina (Gn 2:7). No obstante, cuando Adán y Eva fueron engañados e influenciados por la serpiente, actuaron independientemente de Dios y comieron del árbol del conocimiento, así el pecado entró en la naturaleza humana. Consecuentemente, el hombre comenzó a cometer todo tipo de pecados. El punto de partida para cometer pecados y la derrota en nuestro vivir diario, es actuar por nosotros mismos, preservando nuestra vida del alma.
Por esa razón, aun habiendo recibido la vida divina en nuestro interior cuando fuimos regenerados, esta vida necesita crecer gradualmente como una semilla que fue plantada en nuestro corazón (1 P 1:23; Mt 13:23). Por eso, en nuestro diario vivir, cuando nos abrimos al dispensar de la vida divina, por vivir en el espíritu y obedecer a la palabra de Dios, vencemos a Satanás y cumplimos el plan divino (Ap 12:11; Gá 5:16, 25).
Punto Clave: Avanzar al evangelio del reino.
Pregunta: ¿Cuál es el peligro de no percibir cuán terrible es la vida del alma?


Apartado para el evangelio de Dios
Semana 20 --- Amaos los unos a los otros
Miércoles --- Leer con oración: Ro 6:6; 7:2, 6; 8:1-2, 6-11, 29-30
“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente” (Ef 4:22-23)
ABANDONAR AL VIEJO HOMBRE POR EL ESPÍRITU
El Señor Jesús desea que Su vida crezca continuamente en nosotros. Él no murió en la cruz sólo para salvarnos de los pecados, sino también para crucificar a nuestro viejo hombre, nuestra vida natural del alma (Ro 6:6).
En la cruz de Cristo tenemos el aspecto objetivo de la eliminación del viejo hombre. Sin embargo, en nuestra experiencia, percibimos que el viejo hombre aún está “vivo” y actúa, nos lleva a actuar como en el pasado, antes de ser regenerados. Muchas veces dejamos aun que nuestro “viejo hombre” actúe, no sometemos nuestra alma al control del espíritu, en el cual el Espíritu Santo mora, y vivimos independientes de Dios. Esta experiencia produce en el cristiano una lucha interior conforme a la experiencia del mismo Pablo, expuesta en Romanos 7.
Algunos estudiosos consideran que el marido, descrito en Romanos 7, es la ley misma que esclaviza a la “mujer”, es decir, a las personas, subyugándolas con sus exigencias (vs. 2, 6). Aunque esta interpretación no es incorrecta, si la aplicamos a nuestra experiencia, percibiremos que el viejo hombre, el “viejo marido”, es en realidad, la vida del alma, nuestro yo, que se expresa a través de nuestros pensamientos y opiniones. Sabemos que, cuando no nos negamos a nosotros mismos, somos esclavizados por la vida del alma.
Cada uno de nosotros considera su propia vida del alma, principalmente sus opiniones, como la mejor de todas, por eso naturalmente la coloca en la posición del “marido”, el cual exige que la “esposa” le obedezca. En este caso, como esposas, somos subyugados al permitir que el viejo hombre actúe de manera independiente de Dios, y eso se convierte en un gran impedimento para Su obra en nosotros.
Los hijos de Dios, por gracia ya recibieron Su vida. En otras palabras, ya fueron librados de las ataduras de la ley. No obstante, si no crucifican al viejo hombre en su experiencia personal, negándose a sí mismos, siempre tendrán una lucha interior entre la ley del pecado contra su mente y voluntad. Este “viejo marido” incluso busca de todas las maneras, con sus “leyes” y ordenanzas”, subyugar a los hijos de Dios, esto realmente les causa mucho sufrimiento.
Aunque la crucifixión del viejo hombre, realizada por el Señor Jesús, es un hecho consumado, “para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (6:6), en nuestra experiencia todavía tenemos la necesidad de que este hecho se convierta en una realidad.
Gracias a Dios por la regeneración, pues en ella recibimos la vida divina y pasamos a pertenecer a Cristo a fin de que llevemos fruto para Dios (7:4). Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, por tanto, no debemos vivir subyugados por la vida del alma, pues somos libres para vivir y andar por el Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús ya nos libró de la ley del pecado y de la muerte y así podemos disfrutar libremente del evangelio del reino de los cielos (8:1-2). Cada vez que nos negamos a nosotros mismos, tenemos el camino abierto para que la vida divina crezca en nosotros (Mt 16:24).
En otras palabras, negar la vida del alma es abandonar nuestro viejo hombre mediante el vivir en el Espíritu (Ef 4:22-24). Cuando vivimos bajo la influencia de la vida del alma, ésta intenta revivir y subyugarnos nuevamente a la ley del pecado y de la muerte. Pero, si inclinamos nuestra mente al Espíritu, todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo, pasa a ser regido por la ley del Espíritu de vida (Ro 8:1, 6-11).
Al ser librados de la ley del pecado y de la muerte y regidos por el Señor Jesús como el “nuevo marido”, espontáneamente clamamos: “¡Abba Padre!”. Somos Sus hijos y estamos siendo conformados a la imagen de Cristo hasta que expresemos la gloria de Dios (8:29-30). Por medio de Su vida somos más que vencedores y nada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús (vs. 35, 37, 39). ¡Aleluya!
Punto Clave: Vivir en el Espíritu y abandonar a nuestro viejo hombre.
Pregunta: ¿Cómo podemos librarnos de nuestro viejo hombre?


Apartado para el evangelio de Dios
Semana 20 --- Amaos los unos a los otros
Jueves --- Leer con oración: Ro 12:1-2, 5; 1 Co 3:9
“Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros” (Ro 12:5)
LA IGLESIA ES LA EXPRESIÓN DEL CUERPO DE CRISTO EN LA TIERRA
Como vimos en la segunda semana de esta serie del Alimento Diario, el apóstol Pablo, antes de mencionar el vivir del pueblo del reino, introdujo una palabra muy amorosa a sus compatriotas, pues anhelaba que ellos también fueran salvos (Ro 9-11). Les mostró un camino muy sencillo y práctico para ser salvos, que no exige pagar un precio ni hacer algún esfuerzo: basta sólo creer en el Señor Jesús e invocar Su nombre. La salvación de Dios es accesible para todo aquel que confiese que Jesús es el Señor y crea en su corazón que Dios Lo resucitó de entre los muertos, pues Él es rico para con todos los que Le invocan (10:9, 12-13).
Invocar el nombre del Señor no sólo trae la salvación al espíritu del hombre, a fin de que sea regenerado, sino también dispensa las riquezas divinas a su alma: mente, voluntad y emoción, a fin de que obtenga la salvación completa (1 Ts 5:23; 1 P 1:9).
Prosiguiendo en el capítulo 12 de Romanos, Pablo nos muestra que la práctica de la vida de la iglesia, la vida del Cuerpo de Cristo, es la esfera adecuada para que los hijos de Dios crezcan y maduren. En este capítulo, él enfatiza que, para tener la vida del Cuerpo de Cristo, la vida corporativa de la vida de la iglesia, necesitamos presentar todo nuestro ser. Por eso dijo: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (v. 1).
En la vida del Cuerpo somos miembros los unos de los otros, por eso no debemos ser miembros individuales, sino presentarnos para tener un vivir corporativo. Esto agrada al corazón de Dios, pues aunque muchos cuerpos Le sean presentados, hay solamente un sacrificio vivo, pues existe sólo un Cuerpo de Cristo. Si vemos esto, nuestro servicio a Dios no será individual, algo separado del Cuerpo, sino corporativo.
En todo el universo existe sólo un Cuerpo de Cristo, sin embargo es necesario que en cada ciudad esté Su expresión. Aquellos que recibieron la vida divina son hijos de Dios y miembros de este Cuerpo, el cual manifiesta a Dios mediante la unidad de sus miembros (Jn 17:21). La expresión del Cuerpo de Cristo no depende del número de sus miembros. Incluso si hay un pequeño número de personas congregándose en una ciudad, si entre ellos hay unidad, allí está la expresión del Cuerpo de Cristo y el mundo puede reconocer que Cristo es el enviado de Dios (v. 23).
El Cuerpo de Cristo debe tener una expresión única en cada ciudad, es decir, una iglesia en cada ciudad (1 Co 1:2; Ap 1:20; Col 1:2; 1 Ts 1:1). Aunque la práctica de las iglesias sea tener comunión entre ellas, los ancianos, en términos administrativos y del cuidado de los santos, son responsables delante de Dios sólo por la iglesia en su ciudad (Hch 20:28; Col 4:16; Ro 16:3-4). En el aspecto de la obra, según la palabra de Dios, ésta debe ser nuestra práctica.
En cuanto a la vida, el apóstol Pablo dice que somos la labranza y el edificio de Dios. Así como una labranza crece, nosotros también necesitamos crecer en vida. En la iglesia Dios está dispensando Su vida para nuestro crecimiento y madurez. Por otro lado, somos el edificio de Dios en lo que se refiere a la edificación (1 Co 3:9).
Para el vivir del Cuerpo de Cristo es necesario que practiquemos continuamente la consagración, la justificación, la santificación, la reconciliación, la renovación de la mente y la transformación. Todos estos puntos son para que experimentemos la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Este es el camino para que seamos conformados a la imagen del Hijo, a fin de que lo expresemos en nuestra vida y seamos glorificados.
Punto Clave: La iglesia expresa a Cristo.
Pregunta: ¿Por qué nuestro servicio no puede ser individual, independiente del Cuerpo?


Apartado para el evangelio de Dios
Semana 20 --- Amaos los unos a los otros
Viernes --- Leer con oración: Ro 12
“En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración; compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis” (Ro 12:11-14)
LAS FUNCIONES DEL CUERPO Y LAS VIRTUDES CRISTIANAS
Un cuerpo tiene muchos miembros con diferentes funciones y cada miembro contribuye orgánicamente para el perfeccionamiento y crecimiento corporativo. En la iglesia, cuando nos amamos los unos a los otros, vivimos la vida del Cuerpo de manera adecuada.
Todos nosotros recibimos de parte de Dios “diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría” (Ro 12:6-Cool.
El apóstol Pablo hace una analogía del Cuerpo de Cristo con el cuerpo humano mostrando la igualdad de importancia de cada miembro para tener un vivir saludable (1 Co 12:12-27). Así como en un cuerpo todos los miembros son imprescindibles, cada miembro del Cuerpo de Cristo posee un valor especial en su función. Esta es la vida normal del Cuerpo, por eso no debemos tener un concepto más elevado de nosotros mismos que el que debamos tener, ni menospreciemos a los demás miembros del Cuerpo de Cristo, pues no somos autosuficientes, sino que nos necesitamos mutuamente, los unos a los otros (Ro 12:3). Esta es la manera práctica de presentar nuestro cuerpo en sacrificio vivo, para que, de manera corporativa, ejerzamos nuestra función.
Seguidamente, Pablo también nos muestra las virtudes que cada miembro del Cuerpo debe practicar: “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros” (vs. 9-10). Estas palabras, aunque son muy sencillas, deben formar parte de nuestro vivir diario; de lo contrario, se convertirán en doctrinas que no producen un vivir saludable en el Cuerpo.
Para que exista un vivir adecuado en el Cuerpo, Pablo además nos anima diciendo: “En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración; compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis” (vs. 11-14).
Cuando nos negamos a nosotros mismos y seguimos al Señor, somos capacitados para practicar la palabra de Dios. Incluso si somos calumniados, si vivimos en el espíritu, la vida divina dispensada a nosotros sobrepasará las palabras negativas a tal punto que bendeciremos a los que nos persiguen. Todos nosotros podemos practicar esta palabra, porque la vida que está en nosotros es amor. Dios es amor y, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios (1 Jn 4:8; 3:21). En el amor tenemos la esperanza de que la luz del Señor disipe todas las tinieblas y haya arrepentimiento en aquellos que nos persiguen y acusan.
Además, Pablo continúa animándonos: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Ro 12:17-21).
No debemos conformarnos a este siglo, sino ser transformados por medio de la renovación de nuestro entendimiento (v. 2). Si practicamos esta porción de la Palabra, ciertamente creceremos en vida y echaremos diariamente sobre el fuego santificador del Espíritu todas las impurezas de nuestra alma, al presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios. Con un espíritu ferviente, un corazón lleno de amor y una mente renovada, seremos cada vez más conformados a la imagen de Cristo y Lo expresaremos en nuestro vivir.
Punto Clave: El amor es la mayor virtud cristiana.
Pregunta: ¿Por qué el apóstol Pablo comparó el Cuerpo de Cristo con el cuerpo humano y cuáles son los puntos de semejanza entre ambos?


Apartado para el evangelio de Dios
Semana 20 --- Amaos los unos a los otros
Sábado --- Leer con oración: Mt 8:8; Ro 13; 1 Co 11:3-7; Ef 5:22-25
“Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (1 Co 11:3)
LOS MIEMBROS DEL CUERPO DEBEN SOMETERSE A LA CABEZA: CRISTO
Para vivir la vida adecuada del Cuerpo también es necesario que practiquemos el principio de la autoridad y la sumisión, descrito en Romanos 13: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas” (v. 1). En el universo Dios estableció un orden en Su administración gubernamental: Dios, Cristo, el hombre y la mujer (1 Co 11:3; Ef 5:23). Aplicar el principio de la autoridad y sumisión en nuestra vida práctica es un requisito fundamental para que la voluntad de Dios se cumpla.
En Mateo 8 encontramos el relato de un centurión que conocía el principio de la autoridad y cuyo siervo fue sanado por el Señor Jesús. Cuando el Señor se dispuso para ir a sanar a su siervo, el centurión le dijo: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace” (vs. 8-9). Jesús se maravilló de su fe, puesto que reconocía la autoridad del Señor y el verdadero poder de Su palabra.
Quien no se somete a las autoridades ya existentes, jamás podrá ejercer autoridad. Necesitamos aprender a someternos hoy para que, en el reino milenario, ejerzamos autoridad juntamente con el Señor Jesús (cfr. Ap 11:15, 17). Fue por eso que Él dijo que, para seguirlo, teníamos que negarnos a nosotros mismos, pues de esta manera creceremos en vida (Mt 16:24).
Para ejercer autoridad en el reino milenario, tenemos que alcanzar la estatura de la plenitud de Cristo, es decir, tener el crecimiento de vida. Cuando estamos en el espíritu, espontáneamente reconocemos la autoridad y mantenemos su orden. También identificamos a los que tienen más crecimiento de vida que nosotros, sin necesidad de que haya cualquier designación externa, nos sometemos espontáneamente al Cristo formado en ellos. Si constatamos el orden reinante en los miembros del Cuerpo de Cristo, por el crecimiento de vida que hay en ellos, seremos guardados de discutir sobre opiniones y aprenderemos a someternos los unos a los otros. Este es un punto muy importante del vivir del Cuerpo que debemos practicar..
Punto Clave: Para tener autoridad es necesario que primero aprendamos a someternos.
Pregunta: ¿Cómo reconocer la autoridad?


Apartado para el evangelio de Dios
Semana 20 --- Amaos los unos a los otros
Domingo --- Leer con oración: Ro 13:8-9; 1 Co 12:13, 31; 1 Jn 4:7-21
“No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley” (Ro 13:Cool
LA RELACIÓN DE AMOR ENTRE LOS HERMANOS
El principio de la vida del Cuerpo es el amor, porque el amor es el fluir de la vida de Dios. La proporción del amor que expresamos refleja cuanto de la vida divina tenemos. En Romanos 13:8-9 leemos: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Todo esto nos muestra el amor como el fluir de la vida.
Leamos Primera de Corintios 12:31: “Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente”. Este camino aun más excelente es el amor, que es el mayor don: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (13:13).
El amor es una virtud que nos hace crecer en vida para vivir la vida plena del Cuerpo de Cristo y permanecerá para siempre: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4:7-21).
Cuánto amamos a los hermanos refleja cuánto de la vida de Dios tenemos. Por eso, en la vida de la iglesia debemos practicar el amor los unos para con los otros. La falta de amor es una señal de que nos falta crecimiento de vida, y además, nos muestra la necesidad que tenemos de negarnos a nosotros mismos. Mientras más crecemos, más la naturaleza de Dios nos es añadida de manera que, además del amor fraternal, en nosotros también se expresa el amor de Dios mismo: el amor ágape. ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!
Punto Clave: El amor es la expresión de la vida de Dios.
Pregunta: ¿Cuál es el mejor criterio para medir el aumento de la vida de Dios en una persona y por qué?
Dong Yu Lan
Editora “Arvore da Vida”
Literatura disponible en:
corpocri@yahoo.com
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