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 LA CRUZ Y EL ALMA

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hgo1939
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MensajeTema: LA CRUZ Y EL ALMA   LA CRUZ Y EL ALMA I_icon_minitimeJue Dic 26, 2013 8:42 pm

LA CRUZ Y EL ALMA
EL LLAMAMIENTO DE LA CRUZ
En los cuatro evangelios el Señor Jesús, por lo menos en cuatro ocasiones les dijo a Sus discípulos que renunciaran a la vida del alma, que le dieran muerte y que lo siguieran a El. El Señor sabía que renunciar a la vida anímica es un requisito absolutamente indispensable para seguirlo a El, obtener la perfección de ser como El en servir al hombre y en hacer la voluntad de Dios. Aunque esas cuatro veces el Señor Jesús habló acerca de la vida del alma, hizo un énfasis diferente en cada caso. Sabemos que la vida del alma tiene varias manifestaciones; por eso el Señor da énfasis a un aspecto diferente cada vez. Todo discípulo del Señor debe prestar atención a lo que El dice. El Señor hace el llamado a que el hombre ponga la vida de su alma en la cruz.
LA CRUZ Y LOS AFECTOS DEL ALMA
En Mateo 10:38 y 39, el Señor Jesús dijo: “Y el que no toma su cruz y sigue en pos de Mí, no es digno de Mí. El que halla la vida de su alma, la perderá; y el que la pierde por causa de Mí, la hallará.
Estos versículos nos instan a perder la vida anímica por causa del Señor, y a llevarla a la cruz para que sea inmolada. Antes de estos versículos, el Señor Jesús dijo que los enemigos del hombre son los de su propia casa y habló de que un hijo, por causa del Señor, se separa de su padre, la hija de su madre, y la nuera de su suegra. Debido a que la voluntad de Dios se opone a la de nuestra familia, debemos, por causa del Señor, separarnos de quienes más amamos. Esta es la cruz, y eso es la crucifixión. Según la vida de nuestra alma, amamos a los que nos agradan; nos gusta obedecerles y deseamos actuar de acuerdo con sus deseos. Cuando nuestros amados están contentos, ¿no está alegre nuestro corazón? Pero en este pasaje, el Señor Jesús nos llama a no rebelarnos contra El a causa de nuestros amados. Cuando la voluntad de Dios está en conflicto con los deseos del hombre, aunque sea la persona a quien más amamos y la que más nos ama, y aunque sintamos dolor y nos resistamos a herir su corazón, debemos, por causa del Señor, tomar la cruz y entregar nuestros afectos a la muerte.
El Señor Jesús nos llama de este modo a abandonar nuestros afectos naturales. En el versículo 37 añade: “El que ama a padre o madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que ama a hijo o hija más que a Mí, no es digno de Mí”.
En Lucas 14:26 y 27 consta lo siguiente: “Si alguno viene a Mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos y hermanas, y aun la vida de su alma, no puede ser Mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de Mí, no puede ser Mi discípulo”. En Mateo se le muestra al creyente la elección que debe hacer con respecto a sus afectos: debe amar al Señor más que a su familia. En Lucas se describe la actitud que el creyente debe mantener hacia el amor que se origina en su vida anímica: debe aborrecerlo. En realidad, esto significa que el creyente no debe tener amor hacia los demás, debido a que los ama en el nivel natural. Se nos prohibe amar a otros, debido a que los amamos en lo natural. Aun seres que nos son tan queridos como son nuestros padres, nuestros hermanos, nuestra esposa y nuestros hijos están incluidos en la lista de prohibiciones. El amor natural se origina en la vida del alma y hace que el creyente se apegue a los demás, aferrándose a los que ama y exigiéndoles amor. Para el Señor esta clase de vida debe ir a la muerte. Aunque no hayamos visto al Señor y nuestros corazones todavía prefieran ir en pos de nuestros seres queridos, y nuestra vida exija tenerlos, El desea que tengamos un corazón que lo ame a El, a quien no hemos visto. Quiere que rechacemos el amor que procede de nuestra naturaleza. El Señor Jesús quiere que estemos libres de todo amor para con el hombre y que no utilicemos nuestro propio amor para amar a nuestros semejantes. El desea que amemos al hombre, no según el gusto natural de nuestra alma, ya que el amor de nuestro hombre natural debe cesar. Pero si llegamos a amar al prójimo, es porque tenemos una relación completamente nueva en el Señor. Los amamos por causa del Señor, a quien amamos, no con nuestro propio amor. Debemos, por causa del Señor, recibir de El Su amor para amar a nuestros semejantes. En pocas palabras, nuestro amor al prójimo debe ser regulado por el Señor. Si El quiere, debemos amar aun a nuestros enemigos. Si el Señor no quiere, no debemos amar ni a los seres más queridos de nuestra familia. El Señor no quiere que nuestros corazones se apeguen a nada, para que libremente le sirvamos a El.
Para que esto se cumpla, la vida del alma debe ser rechazada. En esto consiste la cruz. Obedecer a Cristo y hacer a un lado los sentimientos humanos hace que el amor natural de los creyentes sufra y se aflija, lo cual llega a ser para el creyente, en una manera práctica, la cruz. Esto lo capacita por medio de su disposición a negarse al yo y a perder la vida del alma que actúa en la esfera del amor. Con frecuencia, abandonar a los que uno ama hiere el corazón y quebranta el alma. Muchas lagrimas y gemidos y tristeza inefable se experimenta cuando se pierde un ser amado. Todo ello trae sufrimientos a nuestra vida. Pero nuestra alma se resiste a negarse a nuestros seres queridos por causa del Señor. Al hacer morir el alma, al estar dispuestos a morir, los creyentes logran escapar del poder del alma. La pérdida del afecto natural que experimentamos al poner nuestra vida anímica en la cruz, permite que el Espíritu Santo derrame el amor de Dios en nuestro corazón cuando entramos en Su presencia, pues esto hace que el amor del alma sea expresado por medio de Dios y en El.
Recordemos que desde la perspectiva humana, es legítimo y normal poseer la vida del alma, y no involucra corrupción como los pecados. El amor mencionamos, ¿no es compartido por los hombres? ¿No es legítimo amar a nuestra familia? Sin embargo, el Señor nos llama a vencer todo lo natural y, por causa de Dios, a renunciar aun a nuestros derechos legítimos para mezclarnos con Dios. Dios quiere que lo amemos más que lo que Abraham amaba a Isaac. Aunque Dios dio al hombre la vida del alma cuando lo creó, El desea que el hombre esté dispuesto a no vivir por esa vida. El hombre mundano no puede comprender el deseo de Dios; pero cuando el creyente gradualmente avanza y se pierde en la vida de Dios, llega a conocer Su voluntad. ¿Quién puede comprender por qué Dios, habiendo dado a Abraham un hijo, Isaac, le pidió que renunciara a él? Sin embargo, quienes conocen el corazón de Dios no se conforman con los dones naturales dados por Dios, sino que desean descansar en Dios, el dador. El propósito de Dios es que estemos adheridos únicamente a El, y no a ninguna persona, cosa ni asunto, aunque estas personas, cosas o asuntos nos los haya dado El mismo.
Los creyentes están dispuestos con relativa facilidad a salir de Ur de Caldea, pero rara vez ven la importancia de ofrecer en el monte Moriah lo que Dios les dio. Esta es una de las lecciones más profundas de la fe. Es la lección de entrar en la vida de Dios, unidos a El. Dios quiere que Sus hijos lo abandonen todo y lleguen a ser Suyos totalmente. No sólo deben hacer a un lado las cosas que ellos mismos comprenden y consideran peligrosas, sino que también deben poner en la cruz, guiados por el Espíritu Santo, lo más legítimo de su vida humana, como por ejemplo, el afecto.
El deseo de nuestro Señor está lleno de significado, ya que el afecto del hombre es una facultad muy difícil de controlar. Si el creyente no pone sus afectos en la cruz y no está dispuesto a que se les dé muerte, tendrá grandes obstáculos en la vida espiritual. Debido a que las relaciones humanas son tan variables, los afectos cambian continuamente. Cuando la facultad del afecto es estimulada, el ser del creyente fácilmente pierde su normalidad espiritual. Un creyente anímico se molesta y pierde la paz en su espíritu con mucha frecuencia. La tristeza, los gemidos, los lamentos y las lágrimas son el resultado normal del afecto. Si el Señor no tiene la preeminencia en nuestros afectos, es difícil que la tenga en lo demás. Esto es una evidencia de la espiritualidad y también una forma de medirla. Por lo tanto, debemos aborrecer nuestra propia vida y no darle oportunidad a nuestro amor humano de actuar libremente. Lo que el Señor exige es contrario a nuestras intenciones naturales. Lo que amábamos, ahora debemos odiarlo. No sólo debemos odiar lo que amamos, sino también la facultad de donde procede el amor, es decir, nuestra vida anímica. Este es el camino hacia la espiritualidad. Si verdaderamente tomamos la cruz, ello evitará que el afecto del alma controle y afecte al espíritu, y nos capacitará para amar a otros por el poder del Espíritu Santo. Así trató el Señor a Su familia cuanto estuvo sobre la tierra. Tomado de: “El Hombre Espiritual” W. Nee
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