DÍA 9
El Trono de la Gracia
“Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia.” Hebreos 4:16
Si soy uno de los favorecidos al que se le permite frecuentar la corte del cielo por la gracia divina, ¿No debo alegrarme por ello? Yo debería estar en su prisión, echado de su presencia para siempre, y sin embargo ahora me encuentro ante su trono y aún soy invitado a su cámara secreta de audiencias indulgentes. ¿No debe mi gratitud convertirse en gozo supremo y no debo sentir que soy objeto de grandes favores cuando se me permite orar?
Corazón mío, póstrate ante tan magnifica presencia. Si Él es tan grande pon tu boca en el polvo delante de Dios, porque es el más poderoso de todos los reyes y su trono tiene dominio sobre todos los mundos. El cielo le obedece con alegría, el infierno tiembla ante su mirada y la tierra es constreñida a rendirle adoración, voluntaria o forzosa. Su poder crea o destruye. Alma mía, cuando te acerques al omnipotente, que es fuego consumidor, quita el calzado de tus pies y adóralo con la máxima humildad.
El cielo le obedece con alegría, el infierno tiembla ante su mirada y la tierra es constreñida a rendirle adoración, voluntaria o forzosa.
Él es el más santo de todos los reyes. Su trono es un gran trono blanco, sin mancha y tan claro como el cristal. “Si a sus ojos no tiene brillo la luna, ni son puras las estrellas, mucho menos el hombre, simple gusano” (Job 25:5-6).
¡Ah, con cuánta humildad debe usted acercase a Dios! Con familiaridad, sí, pero con santidad. Con confianza, pero sin impertinencia. Usted está todavía en la tierra y Él en el cielo. Usted es un gusano de la tierra y es el Eterno. Antes de que nacieran los montes. Él era Dios, y todas las cosas creadas deben pasar, pero Él sigue siendo el mismo. Me temo que no nos postramos como debiéramos ante la eterna majestad. Pidámosle al Espíritu de Dios que nos ponga en la posición correcta para que cada una de nuestras oraciones llegue hacer un acercamiento reverente a la infinita majestad de lo alto.
Padre celestial, me humillo en silencio ante alguien tan majestuoso como Tú. Amén.
¡Jesus es el Señor!