La Prueba Final del Amor
Hace cosa de un siglo atrás se cantaba mucho en las iglesias un himno cuya primera estrofa dice así:
Este es un viejo problema
que a menudo me pone ansioso:
¿Yo amo al Señor, o no?
¿Soy en verdad suyo, o no?
Los que así confesaban su ansiedad espiritual eran personas serias, hombres y mujeres honestos que podían abrir sus corazones unos a otros de esta manera sin ocultamientos ni simulación.
Es una evidencia de la frivolidad esencial de los creyentes modernos que este viejo himno no se cante más, y si se menciona desde el pulpito, se lo hace humorísticamente, como un ejemplo del espíritu melodramático de los antiguos, y como prueba de que los que así cantaban no estaban al día en la doctrina de la gracia. ¿Por qué preguntar "si amo al Señor o no", cuando una cantidad de consejeros están puestos a citar textos convenientes de la Biblia para demostrar que sí amamos?
Pero mejor sería no estar tan seguros. La más grave cuestión que enfrentamos todos los creyentes es si realmente amamos o no amamos al Señor. Demasiado depende de la respuesta para pasarla por alto. Y es una respuesta que nadie puede contestar por otro. Ni aun la Biblia puede decirle al individuo que él ama a Dios. Solamente puede decirle como saber si Lo ama o no. Ella nos dice cómo podemos nosotros probar nuestro corazón a ver si tiene amor, como se prueba el mineral a ver si contiene uranio. Pero la prueba la debemos hacer nosotros.
Nuestro Señor dijo a Sus discípulos que el amor y la obediencia estaban orgánicamente unidos, que el guardar Sus mandamientos era prueba de amor a El y que el no guardarlos la prueba de lo contrario. Esta es la mera prueba del amor, y tenemos que ser sabios y aceptarla.
Los mandamientos de Cristo ocupan en el Nuevo Testamento un lugar de importancia que no lo ocupan en el pensamiento de la iglesia moderna. La idea de que nuestra relación con Cristo se revela por nuestra observancia de Sus mandamientos se considera hoy en día legalista, y muchos maestros bíblicos lo afirman así. Las palabras bien claras de nuestro Señor son rechazadas de plano, o son interpretadas de manera que coincidan con ciertas teorías religiosas que se dicen basadas en las epístolas de Pablo. De este modo la Palabra de Dios es negada por los fundamentalistas de la misma manera que lo hacen los modernistas.
Si viviéramos en una espiritual Utopía donde cada viento soplara hacia el cielo y cada hombre fuera un amigo de Dios, entonces los cristianos podríamos dar todo por concedido, pensando que la nueva vida que se nos ha dado nos movería a hacer la voluntad de Dios sin esfuerzo ninguno y más o menos inconscientemente.
Desgraciadamente se nos oponen la concupiscencia de la carne, las atracciones del mundo y las tentaciones del demonio. Esto nos complica la vida, y nos obliga a hacer frecuentemente decisiones morales inclinándonos del lado de Cristo y Sus mandamientos.
Son estas crisis las que nos obligan a tomar una posición sea a favor o en contra. Un hombre patriota puede ser leal a su país por la mitad de su vida sin dar mayores señas de ello, pero deje que un país enemigo lo solicite como traidor y él reaccionará en seguida en contra. Su patriotismo saldrá a flor de piel, y todo el mundo podrá verlo.
Así es también en la vida cristiana. Cuando "la suave brisa del sur" sopló gentilmente, y el navío se deslizó suavemente nadie se percataba que a bordo iba Pablo, cuya fortaleza de carácter no se veía detrás de un apacible exterior. Pero cuando de golpe se descargó el viento huracanado Euroclidón, entonces todos en el navío hablaron de la grandeza de Pablo. El apóstol, aunque era en verdad un prisionero, pronto había tomado el mando del velero, había hecho decisiones que significaban la vida o la muerte para todos los pasajeros. Y yo pienso que esa crisis puntualizó algo en la mente de Pablo que no estaba claro antes. Una teoría muy hermosa cristalizó rápidamente en un hecho cuando la tempestad se cernió sobre todos.
El cristiano no puede estar seguro de la calidad y profundidad de su amor hasta que se ve enfrentado a los mandamientos de Cristo y la necesidad de cumplirlos. Entonces sabrá. "El que no me ama, no guarda mis palabras", dijo nuestro Señor. "El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama".
Por eso la prueba definitiva del amor es la obediencia. No dulces emociones, no deseos de sacrificio, no celo, sino obediencia a los mandamientos de Cristo. Nuestro Señor trazó una línea clara y a la vista de todos. En un lado el ha puesto a los que guardan Sus mandamientos, y ha dicho "Estos, me aman". En el otro ha puesto a los que no guardan Su palabra y ha dicho, "Estos no me aman".
El amor a Cristo es un amor de voluntad tanto como un amor de sentimiento, y es psicológicamente imposible amarle a El adecuadamente a menos que obedezcamos Su palabra.
Si deseamos saber si en verdad estamos amando al Señor debemos tener cuidado de aplicar Su propia prueba. Pruebas falsas solo conducen a falsas conclusiones, así como los falsos signos de la carretera nos llevan a direcciones equivocadas. El Señor ha hecho esto perfectamente claro, pero con ese genio que tenemos de empañar todas las cosas, hemos perdido de vista los signos.
Yo pienso que si por un momento nos apartamos de esas finas especulaciones teológicas acerca de la gracia y la fe y humildemente leemos el Nuevo Testamento con una mente dispuesta a obedecer lo que veamos allí, nos veríamos muy pronto tal cual somos, y tendríamos por cierto la respuesta a la pregunta que atribuló a nuestros padres y que debería atribularnos a nosotros: ¿Amo yo al Señor, o no?
A.W. Tozer
¡Jesús es el Señor!