Ore desde el corazón
Por lo tanto, la verdadera adoración debe ser interna, no externa. Debemos dar gracias a Dios desde lo más hondo de nuestro corazón por el hecho de no necesitar ningún aparato para adorarlo. Usted puede adorar a Dios en espíritu y en verdad desde lo más profundo de su corazón, igual que los ángeles en la gloria pueden adorar a Dios. Usted no tiene por qué tener nada; no tiene por qué morir sosteniendo un crucifijo, ni cualquier otro artefacto religioso.
Para un corazón que adora, cualquier objeto puede tener sentido, y si el corazón no adora, nada lo tendrá. Una alianza de boda puede significar mucho para una mujer, pero solo porque cree que le dice algo sobre un hombre, no porque tenga un valor intrínseco. Si la pierde mientras se lava las manos, se entristecerá, pero no perderá a su esposo, no perderá su amor ni tampoco aquello que representaba el anillo. Puede comprarse otra alianza. Por consiguiente, la adoración es algo interno.
Mi adoración personal dice algo de Dios y de mí. Puedo adorar de una manera veraz, porque hay algo cierto entre Dios y yo. Si después de varios años de ir a la misma iglesia llego a asociarla con la adoración a Dios, es un resultado natural, psicológico, un reflejo condicionado. Pero no quiere decir que si no vuelvo a frecuentar esa iglesia o si aquel edificio se quema, no pueda adorar a Dios.
Creo que ya es hora de que las personas iluminadas comiencen la ardua tarea de reformar la adoración cristiana. Y, a medida que empecemos a comprenderla de nuevo dentro de la Iglesia de Cristo, creo que nos aportará un avivamiento.
Volvamos a nuestro pasaje: “Y deseará el rey tu hermosura; e inclínate a él, porque él es tu Señor”.
El alma es un vacío con forma de Dios. Llevando esta idea un paso más allá, yo diría que su alma es como una prenda de ropa con forma de Dios, como un guante hecho para encajar en su mano. Dios no puede entrar porque está lleno de inmundicia. Intente en alguna ocasión llenar el guante de otras cosas, y luego pruebe ponérselo; no podrá. Antes de poder meter la mano en el guante, tiene que estar vacío.
Antes de que Dios pueda entrar en el corazón, este debe estar vacío. Por eso frente al altar, en las oportunidades para evangelizar y orar, y cuando invitamos a las personas a hacer las paces con Dios, insistimos en vaciarnos a nosotros mismos. Su alma es como una prenda con forma de Dios, y Dios quiere vestirse de ella. Pero no puede entrar, por estar llena de inmundicia. Escudriñe su corazón y descubra cuánta basura ha ido acumulando con el paso de los años. Cuánta basura moral, intelectual, cuántos hábitos inútiles, cuántas costumbres, cosas que hace o que no, que piensa o que se priva de pensar. Debemos vaciar el alma de todo eso.
Me gustaría decir que he encontrado una nueva vía, pero no existe ninguna vía nueva. Vacíe la basura que tiene en su alma, entréguese a Dios en el nombre del Señor Jesucristo, y Él lo llenará, vendrá a usted y se vestirá de usted. Dios no usaría ropa sucia, Él quiere llevar puesto vestiduras blancas y puras.
Una vez vacíos de todo, debemos limpiarnos. Solo la sangre del Cordero puede lograr que esa alma vacía sea limpia para que Dios pueda entrar en ella. Un alma vacía y limpia es la morada natural de Dios. Por eso, pidamos a Dios que nos limpie. Es posible que nos vaciemos, pero no podemos limpiarnos solos.
Si en su vida hay algo que impide que Dios entre en ella, debes quitarlo. Pero si después de haberse vaciado sigue sucio, nunca podrá limpiarse sin ayuda. Solo Dios puede hacer eso, mediante la sangre del pacto eterno, mediante el fuego del Espíritu Santo y la disciplina de la obediencia. Dios limpia a su pueblo y lo deja blanco y puro gracias a la sangre del Cordero.
Todo el que entienda de aves sabrá que existe lo que se llama “hábitat natural”. Usted no va a un pantano en busca de un zorzal de bosque; no, usted se adentra en un bosque fresco al caer el sol. Una vez allí, espera al anochecer y vendrá el zorzal. Muy flojito al principio, y luego más fuerte y más audaz a medida que crecen las sombras, escuchará su flauta encantadora en la oscuridad. Sin embargo, el zorzal nunca irá al pantano.
Si desea escuchar el sonido del mirlo de a las escarlatas, no va a un bosque fresco al atardecer, no; se acerca a las marismas, donde las espadañas yerguen sus tallos pardos. Allí encontrará al mirlo. Si quiere escuchar el canto de un cardenal rojo, no irá al bosque ni tampoco al pantano; irá a su propio patio trasero, donde estará la avecilla, muy alegre. Esto es lo que se llama hábitat natural.
Creo que el Espíritu Santo tiene un hábitat natural. Con esto quiero decir un lugar donde se siente a gusto, donde se hace escuchar o sentir; es donde puede hablar y vivir. Ese hábitat natural no es otra cosa que el alma del hombre.
Usted se preguntará cómo puede ser eso. Es porque Dios hizo esa alma a imagen de Él, y Dios puede habitar en su propia imagen sin que resulte escandaloso. De la misma manera que el mirlo canta entre las espadañas, igual que el conejo salta entre el brezo, y del mismo modo que el zorzal de bosque canta invisible en los límites de la floresta por la noche, el Espíritu Santo quiere entrar en su alma para vivir en ella. No quiere pasar solo el fin de semana ni ser un invitado que esté por un tiempo, sino convertir su alma en su morada permanente.
Solo el pecado puede impedir esto, motivo por el cual la adoración y el pecado son incompatibles. Por eso usted no puede abordar el asunto de la genuina adoración mientras omite el tema del pecado. No puede adorar a Dios si el pecado inconfesado reina en su corazón. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap. 3:20). Aquí tenemos la imagen de Jesús en su casa, viviendo con usted. “Entraré en ti. Tú estarás en mí, y yo en ti”. Jesús desea estar en la casa de su amigo, en su casa.
Su alma es un guante con forma de Dios. Él quiere entrar en ella, pero está llena de basura. Líbrese de esos desperdicios y ya no tendrá que rogar a Dios que entre.
Las bombillas eléctricas antiguas se fabricaban de tal manera que en un extremo incluían una pequeña prolongación.
Cuando se le extraía el oxígeno, se formaba el vacío. Cuando yo era niño, solía tomar un par de alicates y romper esa prolongación; se producía un sonido restallante cuando de repente más de un kilo por centímetro cuadrado de presión atmosférica entraba en aquella bombilla. No había que meterse en la bombilla y arrodillarse, rogando: “Por favor, atmósfera, te ruego que entres”. Lo único que había que hacer era eliminar aquella obstrucción, y la atmósfera entraba en la bombilla. La naturaleza aborrece los vacíos.
El alma humana es un vacío, y lo hemos llenado de inmundicia. Por lo que respecta a Dios, solo tenemos que vaciarla para que Él, entre en ella, la limpie y la llene. No para nosotros, sino para Él mismo; y no hace falta que nadie se lo ruegue. Lo más natural de este universo es que el Creador habite en el alma de los hombres.
El hogar
Tú, que das de tu alegría
hasta que rebosa la copa,
copa de la que bebe el peregrino,
cansado, para la sed saciar,
no cerca de mí, sino en mi alma,
alienta tu gozo divino;
Tú, oh Señor, has hecho tu morada
en este corazón.
Oración
Dios eterno, que habitas en los cielos sobre nuestras cabezas, nos
inclinamos humildemente ante ti pensando, emocionados, en tener
comunión contigo. Te damos las gracias por haber sido suficiente para
nosotros. En ti se han saciado nuestros corazones sedientos. Amén.
Continua en… El derecho de Cristo A RECIBIR ADORACIÓN
“Amados, somos hechos a imagen y semejanza de Dios Gen. 1:26
para adorar a Dios, en Espiritu y en verdad” Jn 4:23-24
¡Jesus es el Señor!