La casa del siervo de Dios en el libro del Deuteronomio
A lo largo de todo el libro de Deuteronomio, los israelitas son una y otra vez enseñados por Dios a poner los mandamientos, los estatutos, los juicios y los preceptos de la ley delante de sus niños; y estos mismos niños son representados, en muchas circunstancias, como inquiriendo en la naturaleza y objeto de diversas ordenanzas e instituciones. El lector si quiere puede leer fácilmente los diversos pasajes.
Josué y su casa
Quiero pasar ahora a considerar esa tan bella declaración de Josué: “Escogeos hoy a quién sirváis… pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15). Notemos que él no dijo solamente “yo”, sino “yo y mi casa”. Josué comprendía que no era suficiente que él mismo fuese personalmente puro de todo contacto con las contaminaciones y abominaciones de la idolatría; sentía, además, que tenía que velar sobre el carácter moral y sobre la condición práctica de su casa. Aunque Josué no hubiese ido a adorar a los ídolos, ¿habría sido culpable si sus hijos los hubiesen servido? Además, el testimonio de la verdad habría sido así realmente manchado tanto por la idolatría de la casa de Josué como por la idolatría de Josué mismo; y el juicio, en consecuencia, no podría haber sido evitado.
Elí y su casa
Bueno es ver esto claramente. El comienzo del primer libro de Samuel proporciona una muy solemne prueba de esta verdad: “Y Jehová dijo a Samuel: He aquí haré yo una cosa en Israel, que a quien la oyere, le retiñirán ambos oídos. Aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho sobre su casa, desde el principio hasta el fin. Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado” (1.º Samuel 3:11-13).
En este ejemplo vemos que cualquiera sea el carácter personal del siervo de Dios, el Señor no lo tendrá por inocente si no pone en orden su casa como corresponde. Elí debía haber reprimido a sus hijos. Era su privilegio, como lo es el nuestro, poder contar con el poder de Dios actuando con él para someter todo elemento que, en su casa, fuese por naturaleza a comprometer el testimonio que debía a Dios. Pero él no actuó en este sentido ni supo prevalerse de este poder para vencer el mal en los suyos; así pues, el fin de Elí fue un terrible juicio: porque su corazón no había sido quebrantado con motivo de su casa, su nuca fue quebrantada con motivo de la casa de Dios. Si Elí hubiera contado con Dios y actuado fielmente con Él para reprimir a sus contumaces hijos, según la santa responsabilidad que recaía sobre él, la casa de Dios nunca habría sido profanada, y el arca de Dios no habría sido tomada. En una palabra, si Elí hubiese considerado a su familia como parte de sí mismo, y hubiese hecho de ella lo que debía ser, no habría atraído sobre sí el terrible juicio de Aquel que tiene por principio no separar jamás estas palabras: “Tú y tu casa.”
¡Ay, después de este evento, cuántos padres han seguido las pisadas de Elí! ¿Cuántos padres hay que se hacen una idea totalmente falsa de la base y del carácter de sus relaciones con sus hijos, actuando hacia ellos según el principio de una indulgencia ilimitada, dejándoles hacer su propia voluntad en todo el período que va desde la infancia, pasando por la adolescencia, hasta la edad adulta? Tales padres no tienen fe para asumir el terreno divino, y les ha faltado hasta la fuerza moral necesaria para asumir el terreno humano para hacer que sus hijos los respeten y los obedezcan; y el resultado de todo esto es el más triste espectáculo de extravagante insubordinación y de insensata confusión.
El primer objeto que debe proponerse el siervo de Dios en el gobierno de su casa es rendir en ella un testimonio a la gloria de Aquel a cuya casa él mismo pertenece. Éste es realmente el verdadero terreno en el que debe actuar un padre cristiano, el verdadero principio que lo debe regir. Yo no debo procurar tener a mis hijos en orden para que me causen menos molestia o por una cuestión de conveniencia para mí, sino porque la gloria de Dios está interesada en el orden piadoso de las casas de todos aquellos que forman parte de la casa de Dios.
¡Jesus es el Senor!
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