La unidad de los esposos en el gobierno del hogar
Para ello, además, hace falta una perfecta inteligencia y una plena armonía entre el padre y la madre. La voz de ambos, su voluntad, su influencia, deben ser una en el más estricto sentido del término. Al ser ambos “ya no más dos, sino una sola carne”, deberían siempre aparecer ante sus hijos en la belleza y el poder de esta unidad.
Para lograr este objetivo, los padres deberían siempre esperar en Dios juntos, mantenerse mucho en Su presencia, abrirle todo su corazón y presentarle todas sus necesidades. Los maridos y las mujeres faltan a menudo en sus deberes mutuos a este respecto. Ocurre a veces que uno de los dos desea realmente renunciar al mundo y subyugar la carne a un grado al que el otro no ha llegado o para el cual no está preparado, y esto produce tristes resultados. Esto conducirá a menudo a actuar o hablar en secreto, a obrar de forma mañosa o evasiva, al manejo y al mando militar, a un positivo antagonismo en los criterios y principios del marido y la mujer, de modo que no puede decirse de ellos que estén unidos en el Señor. El efecto de todo esto sobre los niños que crecen, es indeciblemente pernicioso, y su funesta influencia sobre toda la casa es incalculable. Lo que el padre manda, la madre lo discute; lo que uno prohíbe, el otro lo permite; lo que el padre edifica, la madre lo destruye. El padre es representado como rígido, severo, arbitrario y exigente. La influencia materna actúa independientemente de la del padre y fuera de su ámbito; a veces hasta llega a ponerla de lado completamente, de manera que la posición del padre viene a ser penosa en extremo, y toda la familia presenta un aspecto muy impío y desordenado. Esto es algo terrible. Los hijos jamás podrían ser bien educados en tales circunstancias; y el solo pensamiento de ello, con relación al testimonio para Cristo, es aterrador. Allí donde prevalece semejante estado de cosas, debería haber la más profunda contrición de corazón delante del Señor con motivo de este tema. Su misericordia es inagotable y sus tiernas compasiones no faltan nunca; y si hay verdadera contrición y una sincera confesión, podemos esperar con total seguridad que Dios intervendrá en gracia para sanar y restaurar.
Una cosa es cierta: no deberíamos estar contentos de seguir nuestra marcha en medio de semejante desorden; por lo tanto, todos aquellos que sienten aflicción en su corazón, deben clamar con fuerza al Señor día y noche, clamar a Él, fundados en su verdad y en su Nombre, los que son blasfemados por tales pecados; y pueden estar seguros de que Dios oirá y responderá. Pero que toda esta cuestión sea encarada a la luz del testimonio para el Hijo de Dios. Para este testimonio somos dejados aquí abajo. En efecto, no somos seguramente dejados aquí sólo para educar a nuestras familias, sino más bien para educarlas para Dios, con Dios, por Dios y delante de Él.
Para alcanzar este elevado objetivo, es menester estar mucho en la presencia del Señor. Un padre cristiano debe tener mucho cuidado de no castigar ni lastimar a sus hijos meramente para satisfacer sus caprichos y su mal humor del momento, como lo hacen los hombres del mundo. El cristiano debe representar a Dios en medio de su familia. Una vez que esto se haya comprendido adecuadamente, todo quedará en orden. Él es el administrador de Dios; por lo que, para desempeñar correcta e inteligentemente sus funciones administrativas, deberá tener frecuentes relaciones -o más bien relaciones ininterrumpidas- con su Amo. Deberá acudir continuamente a los pies de este Amo, a fin de saber lo que debe hacer y cómo lo debe hacer. De esta manera, todo en su administración se volverá simple y fácil.
Continua…
¡Jesus es el Senor!
laiglesiaenarmenia@yahoo.com