La unidad de los esposos en el gobierno del hogar cont…
Algunas consideraciones finales
A menudo el corazón quisiera tener una regla general para cada uno de los diversos detalles de la administración doméstica. Alguien puede demandar, por ejemplo, qué tipo de castigos, qué tipo de recompensas y qué tipo de entretenimientos debiera adoptar un padre cristiano. En cuanto a los castigos, creo que serán raramente necesarios, si los divinos principios del gobierno y la educación de los niños son puestos en práctica desde la más tierna infancia. En cuanto a las recompensas, me parece que deberían esencialmente consistir en expresiones de amor y de aprobación. Un niño debe ser obediente -irrestricta y resueltamente obediente-, no para obtener una recompensa, la cual es apta para nutrir y desarrollar la emulación que es un fruto de la carne, sino porque Dios lo quiere así. Luego, pues, me parece naturalmente conveniente que los padres manifiesten su aprobación mediante algún pequeño presente.
En cuanto a los entretenimientos o pasatiempos que deseamos procurar a nuestros niños, que tengan siempre, en lo posible, el carácter de alguna ocupación útil. Esto es muy saludable para el espíritu. No es nada bueno alimentar en un niño la idea de que los juguetes de colores y las chucherías doradas le brindarán placer. He visto a menudo niños muy pequeños que han hallado un placer mucho más real, y ciertamente mucho más simple, con un papel, un lápiz o con alguna otra cosa hecha por sí mismos, que con los juguetes más caros. En fin, para todas las cosas, castigos, recompensas o juegos, fijemos los ojos en Jesús y busquemos vehementemente subyugar la carne bajo cualquier apariencia o forma en que se presente. Entonces nuestras casas serán un testimonio para Dios, y todos los que entren en ellas se verán constreñidos a decir: ¡Dios está aquí! (1.ª Corintios 14:25).
En lo que respecta al gobierno del personal doméstico de una casa cristiana, el principio es igualmente simple. El patrón, en su calidad de cabeza de la casa, es la expresión del poder de Dios y, como tal, debe insistir en la sujeción y la obediencia. Aquí no se tiene en cuenta el cristianismo de los domésticos o criados, sino simplemente el orden que siempre ha de ser mantenido en un hogar cristiano. Aquí también debemos guardarnos de dar rienda suelta a nuestro propio carácter arbitrario. Debemos recordar que tenemos un Amo en los cielos que nos ha enseñado a hacer “lo que es justo y equitativo con nuestros siervos” (Colosenses 4:1). Si sólo tuviésemos al Señor delante de nosotros cada día, y buscáramos manifestarle a Él en todos nuestros tratos con nuestros criados, seríamos guardados de error en todo respecto.
Debo ahora concluir. No escribí, Dios lo sabe, con la intención de herir a nadie. Siento con fuerza la importancia, la verdad y la profunda solemnidad del tema que he tratado, y, al mismo tiempo, mi incapacidad para presentarlo con la suficiente claridad y eficacia. Sin embargo, acudo a Dios para que él haga valer los puntos aquí tratados; y, cuando él actúa, el más débil instrumento puede responder a Su objetivo. A Él encomiendo ahora estas páginas que, en ello confío, fueron iniciadas, continuadas y terminadas en Su santa presencia. Un pensamiento me ha confortado sobremanera: en el momento mismo en que sentí en mi conciencia la necesidad de escribir este artículo, cierto número de amados hermanos estaban congregados en una reunión de humillación, de confesión y de oración con motivo del testimonio rendido al Hijo de Dios en estos últimos días. No dudo de que uno de los principales puntos de la confesión se haya referido al fracaso en el gobierno de la familia; y si estas páginas fuesen utilizadas por el Espíritu de Dios para producir, aunque sea en una sola conciencia, un sentimiento más profundo de esta caída, y en un solo corazón, un más sincero deseo de reparar esta brecha según los pensamientos de Dios, me regocijaré al ver que no he escrito en vano.
¡Quiera el Dios todopoderoso, según las riquezas de su gracia, producir, por su Santo Espíritu, en el corazón de todos sus amados, un más ardiente deseo de rendir, en esta última hora, un más completo, resplandeciente, vigoroso y decidido testimonio para Cristo, a fin de que, cuando la voz del arcángel y la trompeta de Dios resuenen, se halle aquí abajo un pueblo preparado para salir con gozo al encuentro del Novio celestial!
¡Jesus es el Senor!
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