La carne y el espíritu (22)
Lo que hubo en el Antiguo Testamento es un tipo de la realidad del Nuevo Testamento. Juan 4 narra la historia cuando el Señor Jesús habló con la mujer samaritana. Ya entrados en la conversación ella dijo: “Nuestros padres adoraron en este monte, mas vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (v. 20). Entonces el Señor le dijo que la hora había llegado para la verdadera adoración de Dios (v. 21). Esto significa que la dispensación había cambiado. Los hombres ya no adorarían a Dios en tipos o figuras, sino en la realidad. El Señor dijo: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y con veracidad, porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (v. 23). Jerusalén era el único centro de adoración donde el pueblo de Dios podía adorar a Dios; éste era un tipo del espíritu humano. Podemos ser uno solamente si adoramos a Dios en nuestro espíritu, el cual es la Jerusalén de hoy. Hoy tenemos que adorar a Dios en espíritu y en realidad (v. 24). No necesitamos ir a Jerusalén para adorar a Dios con las ofrendas. Cristo está ahora presente como la realidad de todos los sacrificios y las ofrendas, y nosotros podemos adorar a Dios en nuestro espíritu con El como nuestra realidad.
Si no adoramos a Dios corporativamente en nuestro espíritu, estaremos divididos por nuestras opiniones y conceptos. Una asamblea de los Hermanos se dividió por la insignificancia de si debían usar piano u órgano en las reuniones. Algunos quieren usar guitarras en la reunión, pero tal vez otros no estén de acuerdo. ¿Quién tiene razón y quién está equivocado? Si argumentamos de esta manera, nuestros argumentos no tendrán fin. Tenemos que ser librados de todos estos argumentos. El lugar donde debemos estar no es nuestra mente, sino nuestro espíritu.
Tal vez a algunos no les agraden las reuniones de la iglesia porque piensan que son bulliciosas. Necesitamos volvernos a nuestro espíritu y ver lo que diría el Señor. El Señor dice en Su Palabra que debemos cantar alegres a Dios, y que debemos clamar a El (Sal. 100:1; Is. 12:6). Una voz es ordenada, pero las aclamaciones no lo son. ¡Aclamemos al Señor con alegría y alcemos la voz! Hebreos 5:7 dice en cuanto a Cristo: “El, en los días de Su carne, habiendo ofrecido ruegos y súplicas con gran clamor...” Cuando estamos bajo una presión extrema o en alguna situación difícil como estuvo el Señor, ofreceremos ruegos con gran clamor. Si no hacemos una algarabía de gozo ni alzamos la voz ni clamamos, no podremos liberar totalmente nuestro espíritu. Este tipo de ejercicio nos llenará de gozo y regocijo.
Lo principal que queremos presentar es que podemos tocar al Señor en nuestro espíritu. No es asunto de cuánto adoramos, sino de liberar nuestro espíritu y tocar al Señor en el espíritu. Todos debemos regresar al espíritu. Cuando lo hacemos, tenemos la presencia del Señor y somos uno. En el espíritu somos uno solo, y en el espíritu ofrecemos a Cristo a Dios. En el espíritu disfrutamos a Cristo con otros delante de Dios. Tenemos una adoración corporativa en la Jerusalén de hoy, en nuestro espíritu, no con ofrendas sino con Cristo. De este modo se edifica la morada de Dios.
Hoy en día muchos cristianos dirían que tienen todo el deseo de reunirse en el nombre del Señor. Pero también debemos prestar atención a la morada del Señor. Tenemos que reunirnos en el lugar donde está el nombre del Señor y Su morada. La morada es el edificio. Donde esté el nombre del Señor y donde los santos sean edificados, allí está el lugar donde nosotros nos debemos reunir para adorar al Señor. Ese lugar es nuestro espíritu. Si estamos en nuestro espíritu, somos uno y somos edificados. La mente es un campo abierto para las divisiones. No podemos ser uno con los demás estando en la mente. Debemos permanecer en el espíritu. Allí está la unidad; ahí hay unión; ahí hay paz; ahí se da la edificación del Cuerpo; ahí está la morada de Dios, y ahí se adora a Dios.
Cristo se hizo carne para deshacerse de la carne, y llegó a ser el Espíritu para fortalecer nuestro espíritu. El espíritu mezclado es el lugar donde debemos ser edificados y donde debemos adorar a Dios, mas no con lo que somos nosotros, sino con lo que Cristo es para nosotros. En nuestro espíritu disfrutamos a Cristo. Esta es la manera adecuada de llevar a cabo la vida de iglesia. Practiquemos continuamente esta acción de volvernos al espíritu. Entonces tendremos la vida adecuada de iglesia. El espíritu humano regenerado y transformado, en el cual mora el Señor, es el lugar donde se lleva a cabo la edificación del Cuerpo, la práctica de la vida de iglesia, la verdadera adoración a Dios, y la comunión mutua. Al permanecer nosotros en el espíritu y al volvernos al espíritu, espontáneamente tendremos la vida cristiana apropiada en nuestro andar diario y la vida corporativa adecuada, la vida de iglesia apropiada. Este es el camino de Dios.
!Jesus es el Senor!