LA CENA DEL SEÑOR (10)
Cont…. Punto 3
¿Cuál es el significado de la Cena del Señor, y por qué la celebramos semanalmente los Cristianos?
Comprensión incompleta de la doctrina de la justificación
Pero no sólo esta culpable y perniciosa indiferencia es lo que mantiene a muchos creyentes lejos de la Mesa del Señor; la comprensión incompleta de la justificación produce también los mismos resultados. Si la conciencia no está completamente apaciguada, y si el corazón no ha hallado el reposo completo en el testimonio de Dios acerca de la obra consumada de Cristo, o bien uno se abstendrá de la Cena, o bien no la celebrará con la debida inteligencia espiritual. Sólo aquellos que por la enseñanza del Espíritu Santo conocen el valor de la muerte del Señor, pueden anunciar esta muerte según los pensamientos de Dios. Si considero esta fiesta como un medio por el cual soy llevado más cerca de Dios, o por el cual obtengo el perdón de mis pecados, o por el que estoy más seguro o más consciente de mi aceptación delante de Dios, es imposible celebrarla correctamente. Yo no podría tomar mi lugar a la Mesa del Señor con una verdadera comprensión espiritual si no estoy plenamente convencido, por la fe, de que todos mis pecados son perdonados para siempre. Si no asistimos a la fiesta sobre la base de esta plena seguridad, la Cena del Señor sólo puede ser considerada como una especie de grada que nos conduce al altar de Dios; pero en la ley se nos dice que no debemos subir por gradas al altar de Dios, no sea que se descubra nuestra desnudez (Éxodo 20:26). Esto significa que todos los esfuerzos humanos para acercarse a Dios, no servirían más que para descubrir la desnudez humana.
Para resumir, vemos, pues, que si la indiferencia es lo que mantiene a un cristiano alejado del partimiento del pan, ello es algo muy culpable a los ojos de Dios y muy perjudicial para uno mismo y para los hermanos. Mas si lo que provoca la ausencia del creyente es una comprensión imperfecta de la justificación, ello no sólo es inexcusable a la luz de las Escrituras, sino también algo que deshonra el amor del Padre, la obra del Hijo y el claro e inequívoco testimonio del Espíritu Santo.
Uno oye decir a veces -incluso a aquellos que profesan espiritualidad e inteligencia-: «Yo no hallo ninguna edificación especial en la asamblea; soy igual de feliz cuando me quedo en casa leyendo mi Biblia.» Pero ¿no tenemos otro objeto más elevado ante nosotros que nuestra propia felicidad? ¿No es la obediencia al mandato de Cristo, mandato dado “la noche que fue entregado”, un objeto mucho más noble y elevado que cualquier otra cosa que tenga que ver con nosotros mismos? Si es el deseo del Señor que su pueblo se reúna en su Nombre, con el expreso propósito de anunciar su muerte “hasta que él venga”, ¿rehusaríamos participar bajo el pretexto de que nos sentimos más felices en nuestra propia casa? El Señor reclama nuestra presencia a su Mesa; y si nosotros le decimos: «Estamos más felices en casa», nuestra felicidad deberá estar basada, pues, en la desobediencia, y, como tal, no es sino una felicidad no santa. Es mucho mejor, si así debiera serlo, ser infeliz en la senda de la obediencia, que ser feliz en la senda de la desobediencia. Creo verdaderamente que el pensamiento de sentirse más feliz en casa que en la reunión con el Señor, es pura ilusión; y el fin de aquellos que se dejan engañar por ello, demostrará que es así. A Tomás le puede haber dado lo mismo el hecho de estar o no presente con los demás discípulos cuando el Señor se les apareció; pero tuvo que vérselas sin la presencia del Señor, y aguardar ocho días hasta que los discípulos se reunieran el primer día de la semana, pues allí y entonces solamente el Señor tuvo a bien revelarse al alma de Tomás. Y lo mismo ocurrirá con aquellos que dicen: «Me siento más feliz en mi casa que en la reunión de los creyentes.» Seguramente se quedarán atrás en conocimiento y experiencia; y bueno sería que no cayesen bajo el terrible ay denunciado por el profeta: “¡Ay del pastor inútil que abandona el ganado! Hiera la espada su brazo, y su ojo derecho; del todo se sacará su brazo, y su ojo derecho será enteramente oscurecido” (Zacarías 11:17). Y no en vano el apóstol dijo: “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca. Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Hebreos 10:25-27).
En cuanto a la objeción basada en la falta de bendición en las asambleas cristianas, se encontrará generalmente que la más grande sequedad espiritual va acompañada de un espíritu quejoso y dispuesto a juzgar a los demás; y no dudo de que si aquellos que se quejan de la falta de bendición en las asambleas, y que esgrimen esto como excusa para quedarse en su casa, emplearan más tiempo en oraciones y súplicas para pedir esta bendición del Señor para la asamblea, harían una experiencia muy diferente.
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