EL PROBLEMA DE NUESTROS PECADOS
“Todos pecaron” (Ro. 3:23).
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aÚn pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su Sangre, por El seremossalvos de la ira” (Ro. 5:8-9).
“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús; a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su Sangre, para manifestación de su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Ro. 3 :24-2.5).
Comenzamos, pues, con la preciosa Sangre del Señor Jesucristo y su valor para nosotros en tratar con nuestros pecados y justificamos a la vista de Dios. Más adelante en nuestro estudio tendremos razón de mirar detenidamente a la verdadera naturaleza de la caída del hombre y el modo de recuperarse. Ahora recordaremos que, cuando vino el pecado, encontró expresión en un acto de desobediencia a Dios. Y debemos recordar que, siempre que esto ocurre, lo
que inmediatamente sigue es la conciencia de culpa.
El pecado entra como desobediencia para crear una separación entre el hombre y Dios. El hombre es separado de Dios, quien ya no puede tener comunión con él, porque hay algo ahora que impide y es aquello que es bien conocido a través de las Escrituras bajo el título de “pecado”. Es Dios, en primer término, que dice “Todos están bajo pecado” (Ro. 3:9), entonces aquel pecado en el hombre, que en lo sucesivo constituye una barrera a su comunión con Dios, da lugar en él a un sentido de culpa, de alejamiento de Dios. Aquí es el hombre mismo quien, con la ayuda de su conciencia despierta, dice “He pecado” (Le. 15:18). Pero más aún, el pecado provee a Satanás su motivo de acusación ante Dios, mientras que nuestro sentido de culpa le da su motivo de acusación en nuestros corazones; así que, en tercer lugar, es “el acusador de los hermanos” (Ap. 12:10) que ahora dice “Tú has pecado”.
Por consiguiente, para redimimos y volvernos al propósito de Dios, el Señor Jesús debía hacer algo acerca de estas tres cuestiones: el pecado, la conciencia de culpa y la acusación satánica contra nosotros. En primer término, correspondía tratar con nuestros pecados y esto fue efectuado por la preciosa Sangre de Cristo. Luego ha de tratar nuestra culpa, tranquilizando nuestra conciencia culpable, por la demostración del valor de aquella Sangre; y el ataque del enemigo tiene que ser afrontado y sus acusaciones contestadas.
En las Escrituras la Sangre de Cristo aparece operando en tres maneras: hacia Dios, hacia el hombre y hacia Satanás. Por consiguiente, hay una necesidad absoluta de apropiar estos tres valores de la Sangre, si debemos seguir adelante. Miremos, pues, a estos tres asuntos más detenidamente.
LA SANGRE ES EN PRIMER TERMINO PARA DIOS
La Sangre es para expiación y tiene que ver primeramente con nuestra posición delante de Dios. Necesitamos perdón por los pecados que hemos cometido, para que no caigamos bajo juicio; y son perdonados, no porque Dios pasa por alto lo que hemos hecho, sino porque El ve la Sangre. La Sangre, pues, no es primeramente para nosotros sino para Dios. Si quiero entender el valor de la Sangre debo aceptar la importancia que Dios le da, y si no conozco algo del valor atribuido a la Sangre por Dios, nunca sabré su valor para mí.
En el calendario del Antiguo Testamento, hay un día que tiene mucha importancia en el asunto de nuestros pecados: el Día de Expiación. Ninguna cosa explica esta cuestión de pecados tan claramente como la descripción de aquel día. En Levítico 16 encontramos que en el Día de Expiación se llevaba la sangre de la ofrenda por pecado al Lugar Santísimo, y allí era esparcida ante el Señor siete veces. Esto debemos entenderlo muy claramente. En aquel día la ofrenda por el pecado fue presentada públicamente sobre el altar en el atrio del tabernáculo.
Todo estaba a plena vista sobre el altar y podía ser visto por todos; pero el Señor mandó que ningún hombre entrara en el tabernáculo mismo aparte del sumo-sacerdote. Fue él solo quien tomó la sangre y, entrando en el Lugar Santísimo, la esparció allí para hacer expiación ante el Señor. ¿Por qué? Porque el sumo-sacerdote es una figura del Señor Jesús en su obra redentora (He. 9:11-12) y así en representación él era quien hacía la obra y ninguno, salvo él, podía ni siquiera acercarse para entrar. Aun más, agregado a su entrada, no había más que un solo acto, a saber, la presentación de la sangre a Dios como algo que El había aceptado, algo en que El podía hallar satisfacción. Fue una transacción entre el sumo-sacerdote y Dios en el Lugar Santísimo, lejos de los ojos de los hombres que habían de beneficiarse por ella. El Señor lo requería.
La Sangre es, pues, en primer lugar, para El. Ya anteriormente, en Éxodo 12 y 13, tenemos el derramamiento de la sangre del cordero pascual en Egipto para la redención de Israel. Esta, pienso, es una de las mejores figuras en el Antiguo Testamento, de nuestra redención. La sangre fue puesta sobre el dintel y en los postes de la puerta mientras que la carne del cordero se comió dentro de la casa; y Dios dijo: “Veré la sangre, y pasaré de vosotros”. He aquí otra ilustración del hecho de que no era propósito que la sangre fuese presentada a nosotros sino a Dios, porque la sangre fue puesta en el dintel y en los postes donde los que hacían fiesta dentro de la casa no la verían. Es la santidad de Dios, la justicia de Dios, que demanda que una vida sin pecado sea sacrificada en beneficio del hombre. Hay vida en la Sangre, y aquella Sangre ha de derramarse por mí, por mis pecados.
Dios es el que requiere que sea así. Dios es aquel quien demanda que la Sangre sea presentada para satisfacer Su propia justicia y es El quien dice: “Veré la Sangre y pasaré de vosotros”. La Sangre de Cristo satisface perfectamente a Dios. Tomado de “La vida cristiana normal”
W. Nee
¡Jesús es el Señor!