LA EXISTENCIA DE LA CARNE
Necesitamos comprender que aun cuando podamos hacer morir la carne y anularla (en el griego el significado es “destruir” en Ro. 6:6), de todos modos sigue existiendo. Es un grave error pensar que ya eliminamos la carne y que el pecado fue desarraigado de nosotros. Esta doctrina desvía a las personas. La vida regenerada no modifica a la carne. Es decir, nuestra crucifixión juntamente con Cristo no hace que la carne desaparezca. El Espíritu Santo, quien mora en nuestro espíritu, no obliga a las personas a que dejen de andar según la carne. La carne o “la naturaleza carnal”, como la llaman algunos, siempre existe en el creyente. Siempre que el creyente cree las condiciones para que actúe, ella opera inmediatamente.
Ya vimos cómo el cuerpo del hombre está asociado con la carne. Mientras estemos unidos a este cuerpo, no podremos separarnos de nuestra carne a tal grado que no tenga posibilidad de operar de nuevo. Lo que es nacido de la carne, carne es. Antes de la transfiguración de este cuerpo corrupto que recibimos de Adán, no hay manera de que la carne sea erradicada de nuestro interior. Nuestro cuerpo aún no ha sido redimido (Ro. 8:23). Por lo tanto, tenemos que esperar hasta la segunda venida del Señor para experimentar esta redención (1 Co. 15:22-23, 42-44, 51-56; 1 Ts. 4:14-18; Fil. 3:20-21). Por eso, mientras permanezcamos en este cuerpo, ni por un día debemos dejar de velar en contra de las actividades de la carne en él.
Debemos estar conscientes de que nuestro andar puede ser, cuando mucho, como el de Pablo, quien dijo: “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne” (2 Co. 10:3). Debido a que aún estaba en su cuerpo, seguía andando en la carne. Pero debido a la corrupción y la perversidad de la carne y su naturaleza, el no militaba según la carne. Aunque aún estaba en la carne, no andaba según la carne (Ro. 8:4). A menos de que un creyente sea librado de su cuerpo físico, no le será posible, por ningún medio, separarse de su carne. El vive físicamente en la carne (Gá. 2:20). Desde la perspectiva espiritual, él no milita según la carne. Si Pablo aún tenía una carne según la cual militar (aunque no lo hacía), ¿quién se atrevería a afirmar que no tiene carne? En consecuencia, vemos que la cruz y el Espíritu Santo son necesarios en todo momento.
Debemos prestar atención especial a este punto. De no ser así, los creyentes caerán en la hipocresía o en la negligencia, pensando que su carne ya fue terminada y que, por ende, son perfectamente santos y no tienen que vigilar. Es un hecho que los hijos de padres regenerados y santificados también son carne y necesitan ser regenerados igual que todos los demás. Nadie puede decir que los hijos de padres santificados no son carne y que no necesitan ser regenerados. El Señor Jesús dijo: “Lo que es nacido de la carne, carne es” (Jn. 3:6). Esto prueba que el que engendra ¡también es carne! La carne sólo da a luz carne. El hecho de que los hijos son carne demuestra que los padres todavía no son libres de la carne. La razón por la cual los santos transmiten la naturaleza caída a sus hijos es que ésa es su naturaleza originalmente. No es posible que transmitan la naturaleza divina que recibieron en la regeneración, ya que no les pertenece, pues la obtuvieron individualmente mediante la gracia de Dios. Los hijos de los creyentes poseen la naturaleza pecaminosa porque los creyentes mismos tienen una naturaleza pecaminosa que les transmiten. Esto prueba que la naturaleza pecaminosa aún existe en los creyentes.
Desde esta perspectiva, vemos que una nueva creación en Cristo nunca recupera, en esta vida, la posición que Adán tenía antes de la caída, por el simple hecho de que su cuerpo no ha sido redimido (Ro. 8:23), sin mencionar otras cosas. Inclusive, una persona que está en la nueva creación todavía tiene tanto la naturaleza pecaminosa como la carne. Algunas veces sus sentimientos y sus deseos no son perfectos y son menos nobles que los de Adán antes de que pecara. A menos que la carne del hombre sea eliminada desde su interior, nunca podrá tener sentimientos, deseos ni amor perfectos. El hombre jamás puede llegar a estar por encima de la posibilidad de pecar, puesto que la carne todavía existe. Si el creyente no anda según el Espíritu Santo y le da lugar a la carne, ésta de nuevo ejercerá su dominio. Sin embargo, no debemos menospreciar la salvación lograda por Cristo. Hay muchos pasajes en la Biblia que nos dicen que todo lo que es nacido de Dios no puede pecar. Esto significa que todo aquel que nace de Dios y se llena de Dios no está inclinado a pecar, lo cual no significa que no haya posibilidad de pecar. Cuando decimos que la madera flota, significa que la madera no tiende a hundirse, no que sea imposible sumergirla, ya que si se remoja por varios días, puede hundirse. Hasta la mano de un niño puede hundirla. Pero la madera por naturaleza tiende a flotar. De la misma manera, Dios nos salvó hasta el punto de que no estamos inclinados a pecar, pero no nos ha salvado hasta el punto en que seamos incapaces de pecar. Si un creyente permanece inclinado al pecado, ello demuestra que aún es carnal y que no ha experimentado la salvación completa. El Señor Jesús opera en nosotros para que no estemos inclinados al pecado, pero al mismo tiempo, nosotros debemos estar alerta, pues si somos contaminados por el mundo y tentados por Satanás, existe la posibilidad de que pequemos.
El creyente debe darse cuenta de que, por un lado, es una nueva creación en Cristo, el Espíritu Santo mora en su espíritu, la muerte de Jesús opera en él y además tiene la vida santificadora, pero, por otro lado, todavía posee la carne pecaminosa y puede experimentar su existencia y su inmundicia. Posee una vida santificadora debido a que el Espíritu Santo juntamente con la muerte de la cruz hacen morir las prácticas de sus miembros para que la carne no actúe, mas esto no indica que la carne no esté en él. Después de ver el hecho de que un creyente transmite su naturaleza pecaminosa a sus hijos, comprendemos que lo que obtenemos no es la perfección natural que tenía Adán cuando aún no había pecado. Y también sabemos que la existencia de la carne no impide que los creyentes sean santificados.
Todos los creyentes deben admitir que aún los que son más santos también tienen momentos de debilidad. Pueden entrar pensamientos pecaminosos inadvertidamente en sus mentes; pueden proferir palabras indeseables sin querer; pueden sentir que es difícil someter su voluntad al Señor, y pueden incluso confiar en sí mismos. Todo ello es obra de la carne. Si el creyente se mantiene sujeto a Cristo, y no da lugar a la carne, su experiencia de vencer a la carne perdurará. El creyente debe saber que la carne puede volver en cualquier momento a ejercer su poder. La carne no es erradicada del cuerpo, pero como nos presentamos al Señor (Ro. 6:13), el cuerpo ya no está bajo el dominio de la carne y es regido por el Señor. Si un creyente anda según el Espíritu Santo (esto se refiere a no permitir que el pecado domine nuestro cuerpo, v. 12), no importa qué planee el pecado, no podrá hacerle tropezar, y se mantendrá siempre libre. De este modo, el cuerpo no es gobernado por la naturaleza pecaminosa y es libre para ser el templo del Espíritu Santo y llevar a cabo la obra santa de Dios. La manera en que los creyentes obtienen su libertad es la misma que los mantiene libres. Los creyentes obtienen la libertad debido a que respondieron a Dios con un fuerte “sí”, y a la carne con un fuerte “no”, aceptando la muerte del Señor. Durante el transcurso de esta vida, mientras estén en el cuerpo, este “sí” a Dios y “no” a la carne debe continuar. Ningún creyente puede llegar al punto donde no pueda ser tentado. Debido a esto, es necesario un buen discernimiento, velar, orar y, algunas veces, ayunar para saber cómo andar según el Espíritu Santo.
Sin embargo, el creyente no debe restringir el propósito de Dios, ni disminuir su propia esperanza. Aunque no debe pecar es posible que peque. El Señor Jesús murió por nosotros y crucificó nuestra carne juntamente con El, y el Espíritu Santo mora en nosotros a fin de manifestar en nosotros la realidad de lo que el Señor Jesús logró. Tenemos la posibilidad de no ser gobernados por la carne. Su existencia es un llamado a velar, pero no debe hacer que nos rindamos. La cruz eliminó por completo la carne. Si estamos dispuestos a hacer morir, por el Espíritu Santo, las prácticas de nuestro cuerpo, experimentaremos lo que logró la cruz. “Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir, mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis” (Ro. 8:12-13). Puesto que Dios nos concedió semejante gracia y tan grande salvación, si cometemos el error de vivir según la carne, la responsabilidad recae sobre nosotros. Ya que tenemos tal salvación, no somos deudores a la carne ni estamos obligados a pagarle nada. Si todavía vivimos según la carne, es porque queremos, no porque tengamos que hacerlo.
Muchos santos que ya tienen cierta madurez tienen largos períodos de victoria completa. La carne existe, pero sus efectos son anulados. Su vida, naturaleza y actividad, ha sido eliminada por los creyentes, quienes son uno con la muerte del Señor mediante el Espíritu Santo, para que la carne, aunque exista, sea como si no existiera. Dado que la obra de hacer morir la carne es tan profunda y tan aplicable, y ya que el creyente es tan fiel en seguir al Espíritu Santo de una manera constante, la carne no tiene poder para resistir y no tiene mucha fuerza para estimular al creyente, aunque ella sigue presente en él. Esta victoria completa sobre la carne está al alcance de todos los creyentes.
He aquí una advertencia: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. Puesto que la salvación es completa, no hay excusa alguna para rechazarla. Todo lo mencionado en este versículo depende de esas dos condiciones. Dios por Su parte no puede hacer nada más, pues ya lo logró todo. Ahora todo depende del hombre y de su respuesta a la obra de Dios. Aunque hayamos sido regenerados, si vivimos conforme a la carne, moriremos, perderemos nuestra vida espiritual y viviremos como si estuviéramos muertos. Si vivimos por el Espíritu, también debemos morir en la muerte de Cristo. Si por la muerte de Cristo hacemos morir todas las prácticas de la carne, experimentaremos la verdadera muerte. Pero si no morimos de esta manera, moriremos de la otra. De todos modos moriremos. ¿Cuál muerte preferimos? Cuando la carne vive, el Espíritu Santo no puede vivir. Entonces, ¿cuál de los dos deseamos que viva? Dios dispuso que nuestra carne con todo su poder y sus actividades queden bajo el poder de la muerte del Señor Jesús en la cruz. Lo único que necesitamos es la muerte. Hablemos menos de la vida y mencionemos primero la muerte, porque si no hay muerte, no hay resurrección. ¿Estamos dispuestos a obedecer la voluntad de Dios? ¿Estamos dispuestos a permitir que la cruz de Cristo sea nuestra experiencia? Si es así, debemos, por medio del Espíritu Santo, hacer morir todas las prácticas del cuerpo.
“El Hombre Espiritual” tomo (1º) W. Nee.
¡Jesús es el Señor!