LA EXPERIENCIA DE LOS CREYENTES
Pero ¿cómo pueden ver los creyentes lo que Dios ve? Dios odia tanto la carne como su conducta; sin embargo, los creyentes son clementes para con ella, y no pueden rechazarla totalmente, como Dios lo hace, con excepción de las obras malignas de la carne,. Además, los creyentes continúan haciendo muchas cosas en la carne confiando en ellos mismos, creyendo que han recibido la gracia de Dios en abundancia y pueden utilizar la carne para hacer obras de justicia. Por causa de este autoengaño, el Espíritu Santo de Dios debe llevarles por la senda más vergonzosa para que conozcan su carne y tengan la perspectiva de Dios. Dios permite que nuestra carne caiga, se debilite y hasta peque, para que comprendamos si hay o no algo bueno en la carne. Con frecuencia, cuando los creyentes piensan que están progresando espiritualmente, el Señor los prueba para que se conozcan a sí mismos. Con frecuencia, el Señor les revela Su santidad para que la corrupción de la carne sea juzgada. Algunas veces El permite que Satanás les ataque, para que experimenten el sufrimiento. Esta lección es la más difícil de aprender, y aun habiéndola aprendido, la victoria no se aprende de la noche a la mañana. Sólo gradualmente, después de muchos años, los creyentes se dan cuenta de cuán traicionera es la carne. Incluso lo mejor de ella es corrupto. Es posible que Dios permita que los creyentes experimenten Romanos 7 para que finalmente estén dispuestos a declarar junto con Pablo: “Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (v. 18). ¡Cuán difícil es aprender a decir esto! Si no fuera por las innumerables experiencias de derrotas dolorosas, los creyentes seguirían confiando en ellos mismos y considerándose capaces. Sólo después de que han fracasado cien o mil veces comprenden que su propia justicia no es de fiar en lo absoluto, y que en la carne no mora el bien.
Sin embargo aquí no termina todo. El juicio de uno mismo debe ser constante. Porque cuando los creyentes cesan de juzgarse a sí mismos, dejan de tratar la carne como inútil y detestable y asumen una actitud levemente vana y de complacencia en sí mismos; entonces Dios se ve obligado a hacerlos pasar por el fuego a fin de consumir la escoria. ¡Qué pocos son los que se humillan y reconocen su inmundicia! Si esto no sucede, Dios no quitará Su disciplina de ellos. Ya que los creyentes no pueden librarse de la influencia de la carne ni por un momento, necesitan juzgarse a sí mismos continuamente. De no ser así, volverán nuevamente a jactarse en la carne.
Muchos piensan que el Espíritu Santo sólo convence de pecado a las personas del mundo que necesitan creer en el Señor Jesús, pero debemos saber que esta obra del Espíritu Santo es tan esencial en los santos como en los pecadores. El debe convencer a los santos de sus pecados no una ni dos veces, sino diariamente. Ojalá que podamos experimentar más la convicción del Espíritu Santo, para que nuestra carne sea puesta bajo juicio para siempre a fin de que no vuelva a reinar. No olvidemos, ni por un momento, la verdadera condición de nuestra carne, y la evaluación que Dios hizo de ella. Ojalá que nunca volvamos a confiar en nosotros mismos (es decir, en la carne), pensando que puede hacer algo para agradar a Dios. Que dependamos siempre del Espíritu Santo y que no le cedamos ni el más mínimo espacio al yo.
Si hubo alguien alguna vez en el mundo que pudiera jactarse de su carne, esta persona fue Pablo, porque en cuanto a la justicia que es por la ley, era irreprensible. Aún hoy, si alguien se pudiera jactar de su carne, también debería ser Pablo, porque fue un apóstol, que vio al Señor con sus propios ojos y fue grandemente usado por el Señor. Sin embargo, no lo hizo porque conocía la carne. Cuando tuvo la experiencia que describe en Romanos 7, ya conocía la verdadera condición de su yo. Dios había abierto sus ojos para que viera, por experiencia, que en su carne sólo había pecado. Percibió que la justicia propia en la que se había enorgullecido en el pasado era sólo basura y pecado. Había aprendido esta lección y, por eso mismo, no se atrevía a confiar en la carne. En realidad, no olvidó lo que había aprendido, y continuaba aprendiendo. El podía decir: “No teniendo confianza en la carne, aunque yo tengo también motivos para confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más” (Fil. 3:3-4). Aunque tenía muchas razones para confiar en la carne, él no solamente sabía lo que Dios pensaba de la carne, sino que además, sabía que la carne es engañosa, y que no podía fiarse de ella en lo más mínimo. En los siguientes versículos, vemos cuán humilde era Pablo: “No teniendo mi propia justicia” (v. 9); “Si en alguna manera llegase a la superresurrección de entre los muertos” (v. 11); “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya haya sido perfeccionado; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús” (v. 12). Si los creyentes desean ser verdaderamente espirituales, deben saber que no se pueden atrever, en absoluto, a tener confianza en ellos mismos, ni a sentirse satisfechos o complacidos consigo mismos, ya que ello es una prueba de que confían en la carne.
Si los hijos de Dios se esfuerzan sinceramente por alcanzar una vida más abundante, y están dispuestos a aceptar la evaluación que Dios hace de la carne, por extenso que sea su progreso espiritual, no se considerarán más fuertes que otros. Ni dirán: “Siempre he sido diferente a los demás”, sino que estarán dispuestos a permitir que el Espíritu Santo les revele la santidad de Dios y la corrupción de su carne, sin temor a quedar desnudos. De lo contrario, el Espíritu Santo hará que comprendan cuán corrupto es el yo, todas las veces que sea necesario; quizá así, sus fracasos disminuirán en cierta medida. Qué lamentable es que aun cuando los creyentes no deseen confiar en la carne, sean impuros pensando que su yo puede hacer algo. Debido a esto, Dios no puede evitar permitirles experimentar fracasos, a fin de eliminar hasta la más leve confianza en sí mismos.
“El Hombre Espiritual” (Tomo 1) W. Nee.
¡Jesús es el Señor!