Los creyentes espirituales y el alma
La división de espíritu y alma.-
Nuestra prolongada discusión sobre la diferencia entre espíritu y alma y sus respectivas operaciones ha servido para llevarnos al punto presente. El elemento que debe temer el creyente que se esfuerza en su contacto con Dios, es la actividad establecida por Dios. El alma ha estado en ascendiente durante tan largo tiempo, que en la cuestión de la consagración incluso se atreve a emprender por su cuenta la tarea de realizar este acto a la satisfacción de Dios. Muchos cristianos no llegan a darse cuenta de la forma radical en que la cruz ha de obrar para que en último término su poder natural para vivir le sea negado.
No conocen la realidad del Espíritu Santo que reviste, ni que su autoridad debe extenderse, hasta poner bajo su control los pensamientos, deseos y sentimientos de todo el ser. A menos que se den cuenta interiormente de esto, el Espíritu Santo es incapaz de realizar todo lo que desea hacer. La mayor tentación para un santo sincero y celoso es emprender con su propia fuerza el servicio de Dios en vez de esperar humildemente que el Espíritu Santo decida y ejecute.
La llamada de la cruz del Señor Jesús es para que aborrezcamos nuestra vida natural, que busquemos la oportunidad de perderla, no de guardarla. Nuestro Señor quiere que nos sacrifiquemos al yo y lo entreguemos totalmente a la obra de su Espíritu. Si hemos de experimentar de modo directo su nueva vida en el poder y guía del Espíritu Santo, hemos de estar dispuestos a presentar a la muerte cada opinión, labor y pensamiento de la vida del alma. El Señor, de modo adicional, hace referencia a la cuestión de nuestro aborrecer o amar nuestra vida del yo. El alma se ama invariablemente a sí misma. A menos que de la misma profundidad de nuestro corazón aborrezcamos nuestra vida natural, no podremos andar de modo genuino por el Espíritu Santo. ¿No nos damos cuenta de que la condición básica para el andar espiritual es el que temamos a nuestro yo y su sabiduría y confiemos de modo absoluto en el Espíritu?
Esta guerra entre el alma y el espíritu se hace de modo secreto, pero interminable, en el interior de los hijos de Dios. El alma procura retener su autoridad y obrar independientemente, en tanto que el espíritu se esfuerza por poseer y dominarlo todo para el mantenimiento de la voluntad de Dios. Antes que el espíritu haya conseguido su ascendencia, el alma ha procurado llevar la dirección en todos los aspectos. Si un creyente permite al yo que sea el amo en tanto que espera que el Espíritu Santo le ayude o le bendiga en su obra, indudablemente va a fallar en producir fruto espiritual. Los cristianos no pueden esperar andar y obrar agrandando a Dios si no han aplastado su vida del alma mediante una persistente negación de su autoridad y la han puesto incondicionalmente en el polvo. A menos que todo poder, impa-ciencia y actividad de la vida natural sea uno tras otro y con toda intención entregado a la cruz y se mantenga una vigilia incesante, esta vida va a aprovechar toda oportunidad para revivir. La razón de tantas derrotas en el reino espiritual es que este sector del alma no ha sido tratado de modo radical. Si la vida del alma no es despojada por medio de la muerte, sino que se le permite mezclarse con el espíritu, los creyentes van a seguir en derrota. Si nuestro andar no expresa de modo exclusivo el poder de Dios, pronto será vencido por la sabiduría y opinión del hombre.
Nuestra vida natural es un obstáculo formidable a la vida espiritual. Nunca satisfecho con Dios sola-mente, de modo invariable añade algo extra a Dios. De ahí que nunca esté en paz. Antes que sea tocado el yo, los hijos de Dios viven bajo estímulos y sensaciones muy mudables. Es por esto que exhiben una existencia en vaivén, en altibajos.
Debido a que permiten que sus energías anímicas se mezclen con las experiencias espirituales su modo de andar es muy inestable. En consecuencia, no están calificados para guiar a otros. El poder del alma, al que no han renunciado, continuamente los desvía de permitir que el espíritu sea central. En el alborozo de la emoción anímica, el espíritu sufre grandes pérdidas en la libertad y la sensación. El gozo y la pena pueden poner en peligro el dominio propio del creyente y dejar a la consciencia del yo sin freno, por su cuenta. La mente, si está en actividad excesiva, puede afectar y perturbar la quietud del espíritu. Es bueno admirar el conocimiento espiritual, pero si excede los límites espirituales, el resultado será meramente letra, no espíritu. Esto explica por qué muchos obreros, aunque predican la verdad más excelente, son tan fríos y muertos. Muchos santos que buscan un modo de andar espiritual comparten una experiencia común: una experiencia de gemidos porque su alma y espíritu no son una sola cosa. El pensamiento, la voluntad y la emoción de su alma con frecuencia se rebelan contra el espíritu, rehusando ser dirigidos por el espíritu y recurren a acciones independientes que contradicen al espíritu. La vida de su espíritu ha de acabar sufriendo en una situación así.
Ahora bien, dada una condición como ésta en el creyente, la enseñanza de Hebreos 4:12 adquiere un significado especial. Porque el Espíritu Santo nos enseña allí a dividir el espíritu y el alma experimentalmente. La división de estos dos no es una mera doctrina; es de modo preeminente una vida, una necesidad para el andar del creyente. Pero ¿cuál es su significado esencial?
Significa, en primer lugar, que, por medio de su Palabra y por medio de su Espíritu que nos reviste, Dios capacita al cristiano para diferenciar en experiencia las operaciones y expresiones del espíritu como distintas de las del alma. Así puede percibir lo que es del espíritu y lo que es del alma.
La división de estos dos elementos denota adicionalmente que a través de la cooperación voluntaria del hijo de Dios podemos seguir un camino espiritual puro no impedido por el alma. El Espíritu Santo presenta en Hebreos 4 el ministerio de Sumo Sacerdote del Señor Jesús y también explica su relación con nosotros. El versículo 12 declara que «la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda es-pada de dos filos; y penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y de los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón». Y el versículo 13 sigue informándonos que «no hay cosa creada que esté oculta de su vista; antes bien todas las cosas están desnudas y descubiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta». Estos versículos, pues, nos dicen hasta qué punto el Señor Jesús cumple su obra como Sumo Sacerdote con respecto a nuestro espíritu y alma. El Espíritu Santo compara al creyente a un sacrificio sobre el altar.
Durante el período del Antiguo Testamento, cuando la gente presentaba una ofrenda, ataban este su sacrificio al altar. El sacerdote venía luego y la mataba con un cuchillo afilado, partiéndola en dos y separando hasta la división de las coyunturas y de los tuétanos, poniendo así a la vista todo lo que antes había estado escondido de la vista humana. Después era quemada con fuego como una ofrenda a Dios. El Espíritu Santo usa este acto para ilustrar la obra del Señor Jesús hacia los creyentes y la experiencia de los creyentes en el Señor. Tal como el sacrificio antiguo era cortado en dos por el cuchillo de modo que las coyunturas y los tuétanos queden expuestos y separados, también el creyente hoy ve su alma y su espíritu separados por la Palabra de Dios, como ocurrió con nuestro Sumo Sacerdote el Señor Jesús. Esto es para que el alma no pueda afectar al espíritu y el espíritu no deba estar bajo la autoridad del alma; más bien cada uno hallará su lugar de descanso, sin que haya confusión o mezcla.
Como al principio la Palabra de Dios había operado sobre la creación, separando la luz de las tinieblas, así también ahora obra dentro de nosotros como la espada del Espíritu, penetrando hasta la separación del espíritu y el alma. De ahí que la más noble habitación de Dios —nuestro espíritu— esté totalmente separado de los deseos bajos de nuestras almas. Por lo tanto, venimos a apreciar en qué forma nuestro espíritu es el lugar en que reside Dios y el Espíritu Santo, y que nuestra alma, con toda su energía, hará verdaderamente la voluntad de Dios, según es revelada al espíritu humano por el Espíritu Santo. No puede haber lugar, pues, para ninguna acción independiente.
Como el sacerdote antiguo dividía en dos el sacrificio, así también nuestro Sumo Sacerdote hoy divide nuestra alma y espíritu. Como el cuchillo sacerdotal era tan agudo que el sacrificio quedaba partido en dos, penetrando hasta la separación de las coyunturas y los tuétanos, así también la Palabra de Dios, que el Señor Jesús usa corrientemente, es más viva que una espada de dos filos, y es capaz de partir limpiamente el espíritu y el alma más íntimamente relacionados. W. Nee
¡Jesús es el Señor!