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 EL PELIGRO DE VIVIR CENTRADOS EN EL ALMA

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MensajeTema: EL PELIGRO DE VIVIR CENTRADOS EN EL ALMA   EL PELIGRO DE VIVIR CENTRADOS EN EL ALMA I_icon_minitimeMiér Dic 25, 2013 4:49 pm

EL PELIGRO DE VIVIR CENTRADOS EN EL ALMA
Cuando los creyentes no han alcanzado o no están dispuestos a alcanzar lo que Dios quiere que alcancen, se encuentran inevitablemente en peligro. Dado que la meta de Dios es que los creyentes vivan en el espíritu, y no en el alma ni en el cuerpo, si ellos no viven en el espíritu, sufrirán pérdida. Existen por lo menos tres clases de peligros.

A. El peligro reprimir el espíritu
Todas las obras del Espíritu Santo, son hechas en el espíritu del hombre. Dios trabaja en el siguiente orden: primero hace que el Espíritu Santo se mueva en el espíritu humano, después brilla como luz en la mente (el alma) y, por último, hace que Su obra sea llevada a cabo por el cuerpo. Este orden es muy importante.
Puesto que el creyente nació del Espíritu, debe andar por el Espíritu. Sólo de esta manera podrá entender la voluntad de Dios, actuar con el Espíritu Santo y vencer todas las estratagemas del enemigo. El espíritu del creyente debe ser muy viviente. Los creyentes deben seguir la iniciativa del espíritu y no reprimir su acción, para que por medio de él, el Espíritu Santo lleve a cabo Su obra. El Espíritu Santo necesita la cooperación del espíritu humano para hacer que los creyentes sean victoriosos en su vida diaria, estén siempre listos y sean aptos para actuar cuando Dios lo ordena. (Más adelante hablaremos del problema del espíritu.)
Sin embargo, muchos creyentes no entienden la obra del espíritu ni pueden distinguir entre lo que es espiritual y lo que es anímico. Algunas veces toman lo espiritual por anímico, y lo anímico por espiritual. En consecuencia, utilizan su habilidad anímica para vivir y laborar, e incluso suprimen la vida del espíritu. En realidad, se conducen según el alma, pero piensan que lo hacen según el espíritu. Esta necedad hace que su espíritu no pueda actuar en conformidad con el Espíritu Santo, y esto detiene la obra del Espíritu Santo en él.
Cuando el creyente vive en torno al alma, se conduce según los pensamientos, las imaginaciones, los planes y las visiones de la misma. Busca los sentimientos de felicidad y actúa de acuerdo con ellos. Como resultado, si tiene estas experiencias con frecuencia, estará contento, de lo contrario, se desanimará a tal grado que no podrá dar ni un paso. Esto hará que no viva en su vida espiritual, sino que viva de acuerdo con sus sentimientos, cambiando su vida de acuerdo con sus sentimientos. Es decir, el creyente no actúa ni se conduce según su órgano principal, su espíritu, sino que es atraído a vivir en los sentimientos externos de su alma y de su cuerpo. De esta manera, la noción de darle prioridad al espíritu es vencida por el alma y el cuerpo. Esto hace que el creyente llegue a ser insensible a dicha noción. Como resultado, llega a estar consciente de que tiene alma o de que tiene cuerpo. Así pierde la cooperación del espíritu con Dios, y el crecimiento de la vida espiritual se suprime o se detiene. El espíritu no podrá actuar ni hacer que el creyente reciba la capacidad y la dirección para pelear la batalla y para adorar a Dios. Si el espíritu no tiene plena libertad de gobernar dentro del hombre y si el hombre no echa mano del poder del espíritu para vivir en este mundo permitiéndole al Espíritu ser el amo en todas las áreas, no puede crecer para llegar a la madurez. Debido a que es tan delicado estar consciente del espíritu, si el hombre no aprende a seguir y discernir su sentir, ¿cómo podrá detectarlo, especialmente cuando hay estímulos externos actuando sobre los sentimientos de su vida anímica, que son tan turbulentos y fuertes? Los sentimientos del alma no solamente le impiden estar consciente del espíritu, sino que también reprimen el mismo.

B. El peligro de retroceder a la esfera del cuerpo
Muchas de las cosas que Gálatas 5 describe como “obras de la carne” son los deseos que naturalmente proceden del cuerpo del hombre. Sin embargo, no pocas de ellas también son obras del alma. “Disensiones, divisiones, sectas” (v. 20), etc., todo ello procede del alma del hombre, de su personalidad. Esto se debe a que los creyentes tienen diferentes ideas y opiniones. Pero debemos tener presente que estas cosas que el alma produce están en la misma categoría de los pecados del cuerpo: “fornicación, inmundicia, lascivia ... borracheras, orgías”. Esto nos recuerda cuán estrecha es la relación entre el alma y el cuerpo. De hecho, no es posible separarlos; ya que el cuerpo que ahora poseemos es el “cuerpo anímico” (1 Co. 15:44). Así que, si el creyente solamente trata de vencer su naturaleza pecaminosa, mas no su vida natural, aunque quizá venza temporalmente sus pecados, no pasará mucho tiempo sin que recaiga en la esfera del cuerpo y del pecado. Tal vez no cometa algún pecado horrible, pero en todo caso no se puede deshacer de eso que se llama pecado.
Tengamos presente que la cruz es el lugar y el medio que Dios utiliza para ponerle fin a la vieja creación. La cruz no calcula que hay en nosotros que deba ser eliminado, sino que elimina la vieja creación en su totalidad. El creyente no puede ir a la cruz solamente para recibir la gracia de la muerte sustitutiva sin recibir la liberación que le trae morir juntamente con Cristo. Una vez que uno recibe al Señor como Salvador por la fe, aunque solamente entienda el aspecto de la muerte sustitutiva o algo más, el Espíritu Santo obra continuamente, por medio de la nueva vida depositada en uno haciendo que espontáneamente aborrezca el pecado y guiándolo a buscar la experiencia de saber que murió juntamente con Cristo. Si uno persiste en resistir el deseo de esta nueva vida, aunque no pierde la vida, perderá el deleite y la dicha de esta vida, es decir, “el gozo de su salvación”. De igual manera, si uno sabe que el poder de la salvación efectuada en la cruz lo capacita para vencer la naturaleza pecaminosa, el Espíritu Santo continuará guiándolo para que avance y para que procure experimentar la victoria sobre la vida natural. La cruz no dejará la obra a medias ni se detendrá, sino que obrará más profundamente cada vez. Si la vieja creación no ha sido completamente crucificada en la experiencia, la cruz no se detendrá, pues su meta es destruir totalmente lo que es de Adán.
Si un hijo de Dios recibió la gracia y experimentó la liberación de los pecados, pero no avanza a vencer su vida natural, y sigue viviendo en la vida de su alma, verá que su alma una vez más se unirá al cuerpo, guiando al creyente a retroceder y haciendo que de nuevo peque en aquello que ya había sido vencido. Así como cuando uno navega en contra de la corriente, si no avanza, retrocede. Si la cruz no opera de una manera profunda en nosotros, entonces, en poco tiempo, lo que había logrado, de hecho, se perderá. Esto nos muestra por qué muchos creyentes que una vez experimentaron cierta liberación del pecado, después recaen. Si la vida de la vieja creación persiste en el creyente, en poco tiempo se unirá con la naturaleza de la vieja creación.

C. El peligro de ser usados por el poder de las tinieblas
La epístola de Jacobo [o Santiago] fue dirigida a los creyentes. En los versículos 14 y 15 del capítulo tres, se describe explícitamente la relación que existe entre la vida del alma y la obra de Satanás, con estas palabras: “Pero si tenéis celos amargos y ambición egoísta en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, anímica, demoníaca”. Aquí vemos que hay cierta sabiduría que proviene de Satanás. Esta sabiduría también pertenece al alma del hombre, lo cual nos lleva a concluir que es el resultado de la obra de Satanás en la mente. Eso es evidente. La carne es la herramienta del diablo, pero la obra de Satanás en el alma no es diferente a su obra en el cuerpo. Estos dos versículos nos dicen que la envidia y las contiendas se deben a que los creyentes buscan conocimiento, lo cual obedece a que el diablo opera en la vida del alma. Tal vez un creyente solamente sepa que el enemigo tienta al hombre a pecar, pero no sepa que también le pone pensamientos. La caída del hombre se debió a que el hombre amó el conocimiento y la sabiduría. Satanás todavía utiliza esa misma estratagema para hacer que los creyentes conserven su vida anímica como una herramienta para su obra.
El plan de Satanás es mantener a los creyentes en la vieja creación, y cuanto más lo logre, mejor. Si no puede hacer que el creyente permanezca en su pecado, utilizará la necedad y la falta de disposición de los creyentes para mantenerlos en su vida natural. Si no fuera así, las huestes del Hades perderían sus empleos. Si el creyente se une más al Señor en su espíritu, la vida del Espíritu Santo fluirá más en su espíritu, y la cruz diariamente obrará con más profundidad. De este modo, el creyente podrá ser librado de la vieja creación cada vez más. La nueva creación es la propia vida de Dios sobre la cual Satanás jamás gastará su energía. Por lo tanto, Satanás necesita idearse una manera para hacer que el creyente retenga algo de la vieja creación, ya sea el pecado o la parte buena de la vida natural, ya que por medio de ésta puede seguir trabajando. Por lo tanto, el enemigo molesta al creyente constantemente confundiéndolo al permitirle que aborrezca sus pecados, con tal que ame su propia vida.
Mientras el creyente era todavía un pecador, satisfacía “los deseos de la carne”, lo cual se refiere a los pecados, especialmente a los que se relacionan con el cuerpo. “Y de los pensamientos”, lo cual se refiere a la vida del alma (Ef. 2:3). Sin embargo, el versículo 2 nos dice que ambos están bajo la operación del espíritu maligno. Nuestro propósito es que el creyente entienda que Satanás no solamente trabaja en el cuerpo, sino también en el alma. Lo que recalcaremos ahora es que el creyente fue salvo para ser librado no sólo de sus pecados, sino también de su vida natural. Espero que el Espíritu Santo abra nuestros ojos para que sepamos cuán importante es este paso. Si el creyente es librado del poder del pecado y de la vida anímica, el enemigo fracasará en cualquier nivel en que quiera trabajar.
Si un creyente es anímico y no sabe guardar su mente, el espíritu maligno fácilmente podrá utilizar la sabiduría natural del hombre para lograr lo que pretende. Fácilmente puede sembrar malos entendidos y prejuicios en la mente del hombre, haciendo que dude de la verdad de Dios y de la sinceridad del hombre. La obra del Espíritu Santo en el hombre es en gran manera estorbada cuando un espíritu maligno ocupa la mente. Aunque la intención del hombre tal vez no sea mala, sus pensamientos son traicionados por su mente. Las buenas ideas resisten la obra del Espíritu Santo, del mismo modo que lo hace la necedad de las personas del mundo. La obra del espíritu maligno no se limita a eso; algunas veces puede dar a un creyente una visión u otros pensamientos asombrosos, haciéndole creer que por ser sobrenaturales, deben proceder de Dios, y así lo engaña. Antes de que se dé muerte a la vida del alma, es imposible que la mente no sea curiosa, exhibiendo fenómenos como anhelar, obtener y escudriñar; de esta manera da la oportunidad a algún espíritu maligno de operar.
Las emociones como parte de la vida del alma del creyente son fácil presa del enemigo, y en ellas puede hacer su obra. Debido a que el creyente busca sentimientos de felicidad y está ansioso por sentir al Espíritu Santo, el amor del Señor Jesús y la presencia de Dios, el espíritu maligno le permite tener sensaciones extrañas, estimula emociones en su vida natural y le permite que los órganos del cuerpo tengan experiencias extrañas. Todo esto estorba la delicada función de la intuición del hombre y la voz del Espíritu Santo. (Si el Señor lo permite, discutiremos estos problemas en detalle, en la última parte de este libro.)
Si un creyente no pone fin a su vida anímica, sufrirá grandes pérdidas en la guerra espiritual. En Apocalipsis 12:11 vemos que una de las grandes condiciones para vencer al diablo es aborrecer la vida del alma hasta la muerte. La actitud de amarse a sí mismo y de tenerse compasión, debe llevarse a la cruz. De lo contrario, fracasaremos ante el enemigo. Los soldados de Cristo que tienen cierta simpatía o cierta preocupación por sí mismos, y un amor profundo por su propia vida, pierden la victoria. Esta actitud hace que el creyente se preocupe por sí mismo, se examine a sí mismo, lo cual le trae derrota. Si el enemigo puede llenar el corazón del creyente de ansiedad y de preocupación por sí mismo, entonces lo vencerá.
Cada vez que tenemos dudas, dejamos que el enemigo vea nuestras debilidades. Debemos dar muerte a la vida del alma; así tendremos la posibilidad de derrotar al enemigo. Satanás puede trabajar en un alma que no tenga restricciones y puede atacar directamente el alma que no ha pasado por la cruz, y traer derrota al creyente. La vida del alma es la ayuda con la cual el enemigo cuenta dentro de nosotros. Si un creyente utiliza su propia fuerza y se rehusa a ser librado del dominio de la vida anímica, le dará al enemigo la oportunidad de que tome ventaja de él. No importa cuánto comprenda la verdad el creyente ni cuánto celo tenga en la guerra espiritual, el alma siempre es el punto peligroso. El peligro es aún mayor cuando el creyente llega a ser más espiritual, ya que la acción anímica se hace más difícil de detectar. Cuanto más imperceptible sea la acción de la vida anímica, más difícil es hallar la manera de exterminarla. En la vida espiritual muchas veces es casi imposible detectar cuando hay una mezcla del espíritu con una pequeña porción de expresión del alma. Algunas veces parece no existir ni la más mínima diferencia entre ser anímico y ser espiritual. Si el creyente no está alerta para resistir al diablo, fracasará por causa de la vida de su alma.
La obra que Satanás lleva a cabo en la vida anímica del creyente engañándolo, va más allá de lo que éste puede imaginar o esperar en la vida diaria. Quisiéramos advertir que según el precepto divino, debemos rechazar todas las cosas que recibimos de Adán, a saber, nuestra vida y nuestra naturaleza. Siempre será peligroso no obedecer a Dios.
¡Jesús es el Señor!


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