NUESTRA ACTITUD PARA CON LAS VERDADES – Semana 10 Viernes
EXTRAER VIDA DE LAS VERDADES
PARTICIPANTES DE LA NATURALEZA DIVINA (2 P 1:3-
VIERNES
Lectura Bíblica:
Sal 82:6; Jn 10:34; Gá 3:14; 2 Co 3:6; He 2:5
Leer con oración:
“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 P 1:3-4).
VIVIR POR LA VIDA Y LA NATURALEZA DE DIOS
El Señor Jesús es el gran modelo de alguien que solo se apoyaba en el Padre. En Mateo 8:18-20, leemos: “Viéndose Jesús rodeado de mucha gente, mandó pasar al otro lado. Y vino un escriba y le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza”. Mientras vivió en la tierra, el Señor Jesús no se apegó ni siquiera a una almohada, ni a una cama para ser parte de su nido. Él nunca busco algo para satisfacer su propia comodidad. Al contrario, el Señor dependía constantemente del Padre, porque Él no organizó ninguna estructura para acomodarse.
Nuestra vida debe ser así: “Pero esto digo hermanos que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa” (1 Co 7:29-31). Aunque tengamos todo, incluyendo un buen local para las reuniones de la iglesia, donde todo funciona muy bien, necesitamos ejercitar nuestro espíritu desesperadamente, para no acomodarnos, sino mantener el fuego del espíritu encendido.
Los ministros del nuevo pacto, no dela letra, sino del Espíritu (1 Co 3:6), deben ser aquellos que se niegan a si mismos, que no dependen de ninguna estructura, de ningún nido, por el contrario, le dan libertad al espíritu. Al percibir las cosas de la vida del alma, ellos las queman con el fuego que hay en el espíritu y crecen en vida. De esa manera, son preparados para reinar.
Este camino del Espíritu y el fuego nos fue revelado por el apóstol Pedro. Él lo experimentó, fue transformado y aprendió a tratar con su ego. Al madurar, el pudo escribir su segunda epístola. En ella vemos una gran verdad: Dios se hizo hombre para que el hombre sea como Dios en vida y naturaleza pero sin la Deidad, es decir, no para ser adorado. A pesar de que esta verdad sea contundente, es un hecho que está en la Biblia (Sal 82:6; Jn 10:34; 1 Jn 3:2).
Dios envió a Su Hijo en la forma de hombre, el cual vivió aquí en la tierra una vida perfecta (Jn 1:1,14). En resurrección, ese Hombre, Jesús, fue declarado Hijo de Dios (Hch 13:33; Ro 1:4; He 1:5; 5:5). Aquel, que antes era el Hijo unigénito de Dios. (Jn 1:14; 3:16), llegó a ser el primogénito de Dios (Ro 8:29; Col 1:15).
Jesús, en Su resurrección, fue el primer hombre en convertirse en un Hijo de Dios. Por eso podemos decir que hay un hombre en la gloria (Mr 15:19; Hch 2:33). Como el primogénito de Dios, el Señor Jesús abrió la puerta para llevar a Sus muchos hijos a la gloria (2 Co 3:18; He 2:10). Y este proceso ocurre por medio de las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad, las cuales nos fueron dadas (2 P 1:3ª). Dios Padre es la fuente de la vida, pues Él es quien da la vida (Hch 17:24-25). La piedad quiere decir parecerse a Dios. Él nos dio todo para que crezcamos en Su vida y piedad. Y al vivir Su vida, expresamos Su naturaleza.
Si proseguimos en la segunda parte del versículo 3 de segunda de Pedro capítulo 1. Leemos: “Mediante el conocimiento de Aquel que nos llamó por Su gloria y excelencia”. ¡Sin duda, el Señor Jesús es Aquel que nos llama a Su gloria y excelencia!. Él vino a ser un Hombre y alcanzó la gloria. En su conocimiento completo, Él vivió una vida humana sin defectos, haciendo la voluntad de Dios con Sus virtudes.
El versículo 4 continúa: “Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”. Las preciosas y grandísimas promesas están relacionadas al Espíritu prometido (Gá 3:14). Por medio de Él, Dios nos da toda Su naturaleza. Dios nos dio todo. Esta es la manera de librarnos de la corrupción y la concupiscencia que hay en el mundo. A medida que recibimos Su naturaleza, estas cosas pierden su lugar en nosotros.
La finalidad de ser como Dios en vida y naturaleza, pero sin la Deidad, es ser reyes con Cristo en el mundo venidero (He 2:5-
. El salmista dijo: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra” (Sal 8:4-5). La tierra, si la comparamos al universo, es un grano de arena. Por tanto, si comparamos al hombre con el universo, es menos que nada. Pero Dios quiere darle a ese hombre, todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad, para hacerlo un rey y así reinar juntamente con Él sobre la tierra. ¡Esto es grandioso!
Punto clave: Vivir por la vida y naturaleza de Dios
Pregunta: ¿Cuál es el propósito de tener la vida y la naturaleza divina en nuestro interior?
¡Jesús es el Señor!