Reinar con Cristo – semana 4 - lunes
Lectura bíblica:
2 Co 5:10; 1 P l:7;4:17; Ap 3:21
Leer con oración:
Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida" (2 Ti 4:
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LA PRIMERA REVELACIÓN
En el transcurso de esta serie del Alimento Diario, hemos recibido revelación sobre dos puntos cruciales. El primero se refiere a los vencedores que entrarán en el reino milenario para recibir el galardón de gobernar con el Señor. El segundo punto trata sobre la "luz del cuarto día". Estos dos asuntos serán desarrollados a lo largo de esta semana.
En Su segunda venida, antes de establecer Su reino en la tierra, el Señor vendrá con los vencedores en Su parusía y comenzará el juicio en Su tribunal (2 Co 5:10). El juicio comenzará por la iglesia y se extenderá a toda la humanidad, cuando todas las cosas serán juzgadas.
Pedro afirmó que ya es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios (1 P 4:17). Este juicio se refiere a una prueba, un examen, y puesto que Dios espera que gobernemos con Él en Su reino venidero, impuso una gran exigencia sobre cada uno de nosotros, conforme a lo que vimos en las semanas anteriores.
Si somos aprobados, por haber cumplido Sus justas exigencias, recibiremos alabanza, gloria y honra en la revelación de Jesucristo, que se refiere a reinar con Él (1 P 1:7).
A lo largo de su vida, el apóstol Pedro perdió la vida de su alma y maduró en la vida de Dios. Él llegó a ser como Cristo es, y en el día de juicio, ciertamente será considerado digno de sentarse en uno de los tronos que el Señor ha preparado para los que reinarán con Él. Veamos cómo sucedió el proceso de crecimiento y transformación en la vida de Pedro.
La Biblia relata que, en diversas ocasiones, Pedro actuó basado en sí mismo, en su vida natural. Estos episodios fueron soberanamente preparados por Dios, a fin de que Pedro conociera su vida del alma. Podemos decir que él experimentó en todas estas situaciones el fuego purificador del Espíritu. Así como el fuego purifica el oro, el fuego del Espíritu eliminaba a aquel aspecto de la vida natural de Pedro que se había manifestado, hasta que se convirtió en alguien crecido en vida, semejante a Cristo mismo. Por eso Pedro está calificado para sentarse en uno de los tronos que habrá en el reino del Señor (Ap 3:21).
Además de él, el apóstol Pablo también se sentará en uno de los tronos, pues afirmó: "Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida" (2 Ti 4:
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También creemos que Juan tendrá un trono, porque así como Pedro, él también fue transformado. Por medio de su ministerio de Espíritu y vida, somos ayudados a practicar la revelación de la Palabra dada a Pablo y a Pedro, somos alentados a volver al principio: a andar en la luz y en amor.
En cuanto a los tronos, tal vez uno de ellos esté reservado para usted. No piense que es imposible ser un vencedor: basta que vivamos según la luz que recibimos de las experiencias de Pedro, Pablo y Juan. Estos tres apóstoles nos están esperando, para que juntos recibamos la corona y reinemos con Cristo. ¡Aleluya!
Punto clave: Buscar continuamente el crecimiento de vida.
Pregunta: ¿Qué contribución nos dejó Pedro para que avancemos y seamos calificados para ganar el galardón?
Martes
Lectura bíblica:
Gn 1:3, 11-13, 16; Ez 47:9; Mt 13:24-30; Jn 12:24
Leer con oración:
"Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años" (Gn 1:14).
LA SEGUNDA REVELACIÓN
La segunda revelación que recibimos recientemente del Señor se refiere a la "luz del cuarto día".
En el cuarto día de la creación, Dios hizo dos grande lumbreras: el sol, la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la luna, la lumbrera menor para que señorease en la noche (Gn 1:16). Aunque la luz había sido creada en el primer día, ésta era una luz difusa. Sin embargo, para que las plantas produzcan frutos, era necesaria una luz más definida. La importancia de la luz del sol para las plantas puede ser ilustrada por la lucha entre el trigo y la cizaña, conforme a lo que está registrado en la segunda parábola de Mateo 13.
Un hombre sembró trigo en su campo, pero su enemigo sembró, a escondidas, cizaña en medio del trigo. La cizaña compite con el trigo por la luz solar. Por causa de esta competencia, si la cizaña crece más rápido, el trigo aún recibirá alguna luz, pero no la luz directa del sol. Por tanto, inclusive podrá crecer, pero no logrará fructificar.
Esta parábola ilustra la estrategia de Satanás. El Señor es el grano de trigo que cayó en la tierra para producir muchos frutos Jn 12:24) y nosotros somos los muchos granos que deben fructificar, pero Satanás hace todo lo posible por impedir que esto suceda.
Muchos cristianos se preocupan por predicar el evangelio, pero, cuando lo hacen, no van más allá del evangelio de la gracia, que sólo suple la necesidad inicial del hombre, que es recibir la salvación de Dios. Lamentablemente, no muchos han escuchado que aún necesitan crecer en la vida divina para entrar en el reino y ganar el galardón. Por esta razón, ellos necesitan oír el evangelio del reino.
El evangelio del reino tiene relación con el Hijo de Dios. Cuando creímos, Él sembró la vida de Dios dentro de nosotros, la cual comenzó a crecer gradualmente. Al comienzo, era sólo una pequeña semilla, pero ésta se convirtió en un brote y fue creciendo, conformándose a Cristo. Hoy aún estamos en este proceso y, para que éste se acelere, necesitamos estar bajo la "luz del cuarto día".
Inicialmente recibimos la " luz del primer día", que representa el evangelio de la gracia. Pero necesitamos progresar y recibir la "luz del cuarto día", el evangelio del reino, que nos trae el crecimiento de la vida y la capacidad de fructificar. ¡Aleluya!
Punto clave: La luz del cuarto día es para crecer y fructificar.
Pregunta: ¿Qué luz importante recibimos en la parábola del trigo y la cizaña?
Miercoles
Lectura bíblica:
Mt 13:30; 1 P 4:15
Leer con oración:
"Revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo" (1 P 5:5b-6).
MIENTRAS MÁS CRECE EN VIDA, MÁS HUMILDE SE VUELVE
Como vimos ayer, para que el trigo crezca y fructifique, necesita sobrepasar a la cizaña en la disputa por la luz del sol. Si queda a la sombra de la cizaña, incluso se podrá mantener con vida, pero no fructificará. El objetivo del enemigo que sembró la cizaña fue exactamente: impedir que el trigo fructifique.
En nuestra experiencia cristiana podemos dar testimonio de esto. Satanás, el enemigo de Dios, sembró cizaña entre nosotros. Pero, a diferencia de lo que él esperaba, aunque las personas o las circunstancias intenten hacemos sombra para perjudicarnos, esto solo nos ha estimulado a crecer más. Si usted da un golpe débil a una pelota, ésta saltará un poquito; pero, si la golpea fuerte, ésta saltará más alto. Asimismo, mientras más Satanás nos ataca, más la vida de Dios crece en nosotros.
La cizaña, cuando crece, no se encorva; permanece recta, crece hacia arriba. El trigo, por su parte, cuando fructifica, tiene una característica interesante: debido al peso de las espigas, se dobla, se encorva. Mientras más vida hay, más fruto; mientras más fruto, más se dobla.
Espiritualmente hablando, esto significa que, mientras alguien crece más en vida, más humilde se vuelve. Por otro lado, la cizaña tiene un crecimiento que no procede de Dios, pues queda recta, como alguien que permanece orgulloso.
Todo esto muestra la necesidad que tenemos de recibir la luz específica del cuarto día, que es la luz de la vida. Si usted quiere crecer en la vida divina, necesita recibir esta luz, pues ella representa el hablar específico de Dios para nosotros, que nos ilumina y ayuda a arrepentimos y vaciamos de todo orgullo. Mientras recibimos esta luz, crecemos en vida.
Hace un buen tiempo ya habíamos percibido la importancia de negarnos a nosotros mismos, conforme a lo que leímos en Mateo 16:24; sin embargo, todavía no teníamos una manera eficiente de practicar esto. Al estudiar las Epístolas de Pedro, fuimos ayudados con su experiencia, la cual vino a suplir esta carencia.
Antes pensábamos que las situaciones que nos hacían sufrir física o materialmente eran suficientes para que nos neguemos a nosotros mismos y crezcamos en vida. Un accidente, una enfermedad, un despido inesperado, todo esto nos parecía muy útil para perder la vida del alma.
Observamos a un hermano que era relajado en cuanto al servicio al Señor, después de superar un periodo de enfermedad o el trauma de un accidente, se arrepentía y comenzaba a actuar con diligencia. Pero, con el paso del tiempo, cuando su situación mejoraba, volvía a su condición anterior.
Aunque estas circunstancias desgastantes pueden ayudarnos a negarnos a nosotros mismos, generalmente la vida del alma aún así permanece fuerte después de pasar por ellas.
Como mencionamos anteriormente, fue por medio de las experiencias del apóstol Pedro que aprendimos a negamos a nosotros mismos de una manera más eficiente.
Su epístola muestra que, si sufrimos por hacer cosas inadecuadas, este es un sufrimiento que proviene de la disciplina de Dios (1 P 4:15). No obstante, existe un tipo de sufrimiento que no tiene nada que ver con lo que hacemos: que tiene como propósito purificamos de las impurezas de nuestra alma. Mañana veremos más sobre este asunto.
Punto clave: Mientras más crecemos en vida, más humildes nos volvemos.
Pregunta: En nuestra experiencia ¿Qué significa recibir la luz del cuarto día?
Jueves
Lectura bíblica:
Job 1:13-19; 2:7-8; 42:5-6,10; Jn 21:15-18,21; 1 P 1:6; 4:12
Leer con oración:
"De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza" (Job 42:5-6).
SUFRIR POR NEGAR LA VIDA DEL ALMA
Conforme a lo que vimos ayer, existen ciertos sufrimientos por los cuales pasamos que provienen de nuestros pecados y faltas. Pero hay un tipo de sufrimiento que no está relacionado con nuestras acciones, sino con lo que somos. Este tipo de sufrimiento tiene como propósito purificamos y puede ser mejor comprendido por medio de la experiencia de Job.
Job era un hombre irreprensible, a tal punto de ser elogiado por Dios: "Que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?" (1:8b). Pese a ello, el Señor permitió que él sufriera mucho. Todos sus bienes: tierras y rebaños, fueron saqueados y quemados; sus hijos fueron muertos (13-19); y finalmente, se enfermó, y se intensificó su sufrimiento (2: 7). Le apareció una sarna maligna en todo el cuerpo que le picaba cada vez más, al punto de que él tomaba un tiesto para rascarse (v.
.
Los amigos de Job se acercaron a él diciéndole que todo aquel sufrimiento le había sobrevenido porque había hecho algo malo. Pero Job respondía reafirmando su integridad.
Job no sufrió por haber ofendido a Dios, por desobedecerle o por haber hecho algo indebido, sino porque aún tenía mucho de su vida natural y Dios quería trabajar en él.
Finalmente Dios se encontró personalmente con Job y le mostró la necesidad de su sufrimiento, entonces Job concluyó: "De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza" (Job 42:5-6). Era como si Job hubiera dicho: "todo el tiempo en que estuve justificándome, diciendo que no había cometido errores, era mi orgullo y vanagloria. Ahora Te veo, Oh Señor, y veo también mis impurezas, por eso me arrepiento" .
En realidad, Dios nos ama y como un padre que disciplina a sus hijos, Él permite que nos sobrevengan tales sufrimientos para que reconozcamos cuán terrible es nuestra vida del alma. La única salida que tenemos es negarla, porque, aunque no hagamos nada malo, si la mantenemos íntegra, Dios no tiene la posibilidad de dispensamos más de Su vida.
En la experiencia inicial de Job, era como si sólo hubiese recibido la "luz del primer día"; conocía al Señor sólo de oídas. Sin embargo, después de' haber pasado por todo aquel sufrimiento, inmerecido a sus ojos, al ser iluminado por Sus palabras, sus ojos Lo vieron y así pudo encontrarse con Dios mismo. Job se arrepintió completamente de lo que era, reconociendo que lo que había hecho anteriormente provenía de su vida del alma. Podemos decir que fue iluminado por la "luz del cuarto día".
Encontramos algo semejante en la experiencia de Pedro. Él experimentó, poco a poco, este proceso de ser iluminado por las palabras del Señor y percibió que su vida del alma le impedía amar al Señor adecuadamente.
De experiencia en experiencia, el apóstol Pedro fue concientizándose de cuán dañina era su vida del alma para el propósito de Dios. Sin embargo, Él fue siendo transformado poco a poco, hasta alcanzar la plena madurez.
Al escribir su primera epístola, ya había madurado, y dijo que no nos sorprendiéramos del fuego de prueba, de los sufrimientos que nos sobrevienen, como si algo extraño nos estuviera aconteciendo, pues este fuego no proviene de nuestras faltas, sino que es necesario para obtener el fin de nuestra fe: la salvación de nuestra alma, la cual será "hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo" (1 P 4:12; 1:7,9).
Por medio de esto, nuestra oración debe ser: "Señor, ahora entiendo el motivo de mi sufrimiento. Muéstrame quién soy y cuán terrible es mi vida natural. Señor Jesús, gracias por iluminarme. Decido ahora arrepentirme y poner mi vida del alma para ser quemada en el fuego santificador del Espíritu, que está en mi espíritu. ¡Amén!".
Punto clave: Llegar a ser más preciosos que el oro perecedero.
Pregunta: ¿Por qué Job y Pedro sufrieron?
Viernes
Lectura bíblica:
Sal 82:6; Jn 1:12-13; 3:3, 5-6; Gá 4:19; Fil 3:14; 1 P 1:23
Leer con oración:
"Yo dije: Vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo" (Sal 82:6).
EL RESULTADO DEL CRECIMIENTO DE VIDA
El proceso de transformación por el cual el apóstol Pedro pasó es un ejemplo que debemos seguir.
Juan, por su parte, siempre siguió a Pedro. En el ministerio de Juan, así como en el de Pedro, vemos un progresivo crecimiento de la vida hasta alcanzar la madurez, es decir, hasta llegar a la estatura de la plenitud de Cristo y llegar a ser semejantes a lo que Él es (cfr. 1 Jn 3:2).
En cierta ocasión, Jesús respondió a los fariseos que era el Hijo de Dios On 10:20-30). Sin embargo, ellos acusaron al Señor de blasfemar. Al afirmar que era el Hijo de Dios, el Señor estaba amparado por las Escrituras, pues el Salmo 82:6 declara: "Yo dije, dioses sois" (cfr. Jn 10:34).
Dios se hizo hombre para que el hombre llegue a ser como Dios es, en vida y naturaleza, pero sin la Deidad. Esto significa que, aunque ninguno de nosotros puede ser adorado, pero si podemos ser participantes de la naturaleza y de la vida divina. La esperanza de Dios es que, así como sucedió con la experiencia de Pedro y Juan, nosotros también seamos transformados por la vida de Dios y crezcamos hasta ser como Él es,
expresando Su vida y naturaleza divina. Este también debe ser nuestro deseo y meta.
Nuestro primer nacimiento sucedió por la voluntad de carne, por la voluntad de nuestros padres pero, cuando fuimos regenerados, nacimos de Dios, fuimos hechos hijos de Dios y recibimos Su vida y naturaleza Un 1: 12-13). Ahora necesitamos permitir que la vida divina crezca y madure en nosotros.
Este proceso de crecimiento puede ser comparado al desarrollo de un niño. Así como un niño necesita de muchos cuidados para crecer y desarrollarse, nosotros también fuimos puestos por nuestro Padre en la vida de la iglesia para recibir Su suministro y nos cuidemos los unos a los otros. De esta manera, creceremos en vida hasta que un día seremos semejantes al Señor, conformados a Su imagen (Ro 8:29).
Punto clave: Ser como Dios es en vida y naturaleza, pero sin la Deidad.
Pregunta: ¿Cuál es el propósito de Dios al ponemos en la iglesia?
Sábado
Lectura bíblica:
Job 1:1, 8; 2:3; Mt 18:21-22; Gá 2:11-21; He 1:3
Leer con oración:
"Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mt 5:48).
EL PATRÓN DIVINO EXPRESADO EN LAS VIRTUDES HUMANAS
El registro bíblico relata que Pedro y Pablo tuvieron algunos roces a lo largo de sus respectivos ministerios. En cierta ocasión, Pablo llegó a llamar la atención públicamente a Pedro por la manera cómo se comportaba con relación a los gentiles (cfr. Gá 2:11- 21) .
Sin embargo es bello percibir que al final de su vida, Pedro estaba tan maduro que escribió con respecto a Pablo: "Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado' hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas" (2 P 3: 15-16a).
Pedro habla de Pablo con mucha consideración, lo que muestra que no guardaba ningún rencor o amargura y que se había convertido en una persona madura. Una de las características de un cristiano maduro es aquel que recibe la palabra de los demás.
Pablo había escrito sobre la economía de Dios a los efesios, y Pedro, años después, en sus epístolas, no sólo recibió las palabras de Pablo, sino que también las desarrolló. Podemos decir que Pedro recibió aun más luz, como la luz del cuarto día, en las palabras que Pablo había dicho.
Veamos un ejemplo: Pablo ya había escrito al respecto del dispensar del Padre, del Hijo y del Espíritu. Cuando Pedro escribió sobre este mismo asunto, añadió: "Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina" (2 P 1:3A).
La porción: "todas las cosas que pertenecen a la vida ya la piedad nos han sido dadas" se refiere al Padre, pues la vida se refiere a la vida divina y la Piedad significa ser semejantes a Dios. Nuestro vivir debe expresar a Dios, nuestro Padre.
Mientras más recibimos de la vida de Dios, somos más semejantes a Él. Si nos conformamos al mundo, nuestra conducta será igual a la de los demonios. Por eso no debemos conformamos a este siglo, sino seamos conformados por la renovación de nuestra mente, seamos iluminados por la Palabra y gobernados por la luz del cuarto día. De este modo probaremos la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta y nuestras virtudes humanas expresarán el patrón divino.
Sabemos que "Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 J n 2: 15). Pero, si buscamos el crecimiento de vida, tendremos más piedad, es decir, nuestro vivir va a ser semejante al de Dios. Mientras más buscamos al Señor, más semejantes a Él nos volvemos.
La porción "mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia" se refiere al Hijo. EstO es evidente por el hecho de que menciona la gloria y excelencia, o virtud. El Hijo expresa la gloria de Dios (He 1:3). Asimismo, si una persona es conformada a la imagen de Cristo, se vuelve gloriosa.
En cuanto a las virtudes, éstas están relacionadas con el vivir de Cristo. Después de morir y resucitar, Él mezcló la naturaleza divina con la humana. Hoy, las virtudes de Cristo están dentro de nosotros, pues recibimos Su vida. ¡Alabado sea el Señor!
Punto clave: La divinidad se mezcló con la humanidad.
Pregunta: ¿Qué lección aprendemos sobre lo que se cita acerca de Pablo en la segunda Epístola de Pedro?
Domingo
Lectura bíblica:
Jn 3:16; Gá 3:14; 2 P 1:4-7
Leer con oración:
"Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud (...) a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor" (2 P 1 :5a-7).
DE LA FE AL AMOR ÁGAPE
Ayer vimos sobre el dispensar del Dios Triuno, descrito en 2 Pedro 1:3-4, donde la vida y la Piedad se refieren al Padre, y la gloria y la excelencia se refieren al Hijo. Hoy veremos que las preciosas y grandísimas promesas están relacionadas con el Espíritu prometido (Gá 3:14). Todo lo que estaba en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu nos fue dado. ¡Alabado sea el Señor!
Por medio del dispensar del Dios Triuno, Sus preciosas y grandísimas promesas nos han sido dadas y por ellas, llegamos a ser participantes de la naturaleza divina: "para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia" (2 P 1:4). Mientras recibimos más de Su dispensar, crecemos más en vida y más de la naturaleza divina es puesta en nuestra naturaleza humana.
Mientras más los elementos de la naturaleza divina nos son añadidos, se vuelven nuestras virtudes, expresando el patrón divino por medio de nuestra conducta. De esta manera, ponemos toda nuestra diligencia, añadimos a nuestra "fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor" (vs. 5-7).
No obstante, llegar sólo a la etapa del amor fraternal no es suficiente. Aun necesitamos continuar buscando más de la naturaleza divina para que, cuando el amor fraternal se desarrolle entre los hermanos, alcancemos el amor ágape, es decir, el amor de Dios.
El amor fraternal es el amor entre los hermanos. Cuando este amor fraternal crece entre nosotros, nuestro amor para con las personas que todavía no han sido salvas también aumenta. Como resultado, comenzamos a amar a los que nos persiguen y oramos por ellos. Muchos de los que nos persiguen ni siquiera saben lo que hacen. De todos modos, nuestro amor necesita aumentar a tal punto de que nuestros enemigos lleguen a ser el objetivo de nuestras oraciones.
Ya tenemos la vida de Dios y necesitamos ofrecérsela a todos. Dios ama al pecador, y nosotros también tenemos que amado, llevándole el evangelio de la gracia. De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna Jn 3:16).
Cuando crecemos en la vida divina, nos llenamos del amor ágape, el amor de Dios. Por eso debemos buscar, con cada vez más diligencia, acercamos al Señor para ser iluminados por Él, arrepentimos y así permitir que Su vida y Su amor inunden todo nuestro ser. Nadie nunca vio a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros, y .Su amor en nosotros es perfeccionado. (1 Jn 4:12)
Debemos tomar posesión de Sus preciosas y grandísimas promesas, pues por medio de ellas llegamos a ser participantes de la naturaleza divina. Por tanto, lo que Dios es será trabajado en nosotros y nos será otorgada una amplia y generosa entrada en el reino de los cielos para ganar el galardón de reinar con Cristo (2 P 1: 11).
Punto clave: Alcanzar el amor ágape.
Pregunta: ¿Cómo expresamos el patrón divino en nuestro vivir cotidiano?
Lectura de apoyo:
La filiación - cap. 14 - Dong Yu Lan.
Ser como Dios es en vida y naturaleza - cap. 5 - Dong Yu Lan.
Entonces vendrá el fin - cap. 12 _ Dong Yu Lan.