LA CLAVE PARA EXPERIMENTAR A CRISTO: (2ª parte)
Los incrédulos sólo tienen la vida física en su cuerpo y la vida humana o psicológica en su alma, pero no tienen la vida eterna de Dios en su interior, pues aún no han recibido en su espíritu a Cristo como vida eterna. Por esta razón ellos únicamente pueden vivir en el alma y en el cuerpo. Antes de ser salvos nosotros también vivíamos y andábamos con nuestro ser completamente inmerso en el alma. Pero al obtener la salvación recibimos otra vida dentro de nosotros, la vida de Cristo, y ahora debemos aprender a vivir por esta vida. Lo que necesitamos hoy es dar un giro y movernos en otra dirección, es decir, volvernos de nuestra alma a nuestro espíritu. Antes de ser salvos vivíamos por la vida humana, en el alma, pero ahora que hemos sido salvos, debemos empezar a vivir por la vida divina en nuestro espíritu.
¿Se dan cuenta por qué es tan necesario volvernos siempre a nuestro espíritu? Ya que Cristo mora en nuestro espíritu, si queremos establecer contacto con El, tenemos que volvernos a nuestro espíritu. Antes de hacer o decir algo, o de ir a cualquier parte, debemos primero volvernos a nuestro espíritu. Si aprendemos esta lección, veremos un gran cambio en nuestra vida.
Cristo es el Espíritu divino, nosotros tenemos un espíritu humano, y ambos se unen como un solo espíritu. ¡Esto es en verdad maravilloso! Por consiguiente, al volvernos a nuestro espíritu y ejercitarlo, podemos experimentar todo lo que Cristo es para nosotros. En 1 Timoteo 4:7-8 el apóstol Pablo nos insta a que nos ejercitemos para la piedad. Algunos hermanos acostumbran hacer ejercicio diariamente para mantener su cuerpo saludable. Esto es recomendable; aun el apóstol Pablo dijo que el ejercicio corporal es provechoso, pero sólo hasta cierto grado. Sin embargo, Pablo describe aquí otra clase de ejercicio, el cual aprovecha para siempre, ¡no sólo para esta vida sino por la eternidad! Por lo tanto, debemos prestar atención a esta clase de ejercicio, a saber, al ejercicio de nuestro espíritu.
¿Por qué decimos que ejercitarnos para la piedad equivale a ejercitar nuestro espíritu? Consideremos esto primero desde el punto de vista lógico. Pablo aquí está hablando de dos clases de ejercicio: uno es el ejercicio de nuestro cuerpo, y ¿cuál es el otro? ¿Se refiere acaso al ejercicio de nuestra mente, a una gimnasia psicológica que realizamos en nuestra alma? Creo que ya hemos tenido suficiente de esta clase de ejercicio en la escuela primaria, en la secundaria y en la universidad. Desde nuestra niñez aprendimos a ejercitar nuestra mente. Sabemos ejercitar bastante bien esta parte de nuestro ser. Así que, además del ejercicio de nuestro cuerpo y de nuestra mente, ¿qué otra clase de ejercicio necesitamos? Debemos responder espontáneamente: el ejercicio de nuestro espíritu.
Lo importante como cristianos no es que seamos muy activos, sino qué es lo que nos mueve a actuar. Debemos preguntarnos: ¿estoy actuando dirigido por el cuerpo, el alma o el espíritu? Muchos hermanos y hermanas jamás ejercitan su espíritu, sino que sólo usan su mente, emoción, voluntad o su cuerpo físico. Muchas veces oramos, hablamos, discutimos, leemos la Biblia, razonamos y debatimos, ejercitando principalmente nuestra alma. ¡Incluso podemos citar las Escrituras guiados por el alma! ¡Ya es hora de volvernos a nuestro espíritu! ¡Debemos regresar a él!
Por ejemplo, cuando acudimos al Señor en oración o leemos la Palabra de Dios a fin de tener contacto con El, debemos rechazar nuestra vida anímica —nuestros pensamientos, sentimientos y resoluciones— y volvernos a nuestro espíritu donde podemos tener contacto y comunión con el Señor. No podemos acercarnos a Cristo mediante el ejercicio de nuestra alma, pues El está en nuestro espíritu, no en nuestra alma. Sólo cuando usamos nuestro espíritu podemos tener contacto con El. Por supuesto, el Señor no nos pide que renunciemos definitivamente a las facultades propias de nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Ciertamente Dios mismo creó nuestra mente, parte emotiva y voluntad a fin de que las usemos para Su gloria. Pero el Señor exige que desechemos el aspecto adámico y corrupto de dichas facultades humanas, y que permitamos que la vida de Cristo en nuestro espíritu controle absolutamente nuestro ser. Nuestra mente, parte emotiva y voluntad fueron dañadas a tal grado que el hombre natural no puede tener contacto ni comunión con Dios. En 1 Corintios 2:14 dice: “Pero el hombre anímico no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios”. Esta es la razón por la que necesitamos experimentar el nuevo nacimiento en nuestro espíritu (Jn. 3:6-7).
Antes de que fuéramos salvos nos encontrábamos totalmente caídos. Vivíamos y nos movíamos por la vida anímica caída, la cual se oponía por completo a Dios. No debemos permitir que esta vida caída nos controle, sino que debemos vivir dirigidos absolutamente por la vida divina que está en nuestro espíritu. A partir del momento en que somos salvos, ya no debemos depender más de nuestra vida anímica caída, sino de la vida divina en nuestro espíritu, la cual debe ser la única fuente de nuestro diario vivir. Por lo tanto, no es nuestra mente, emoción y voluntad lo que debemos rechazar y anular; sino más bien, debemos negar la vida del alma. Debemos entender que esta vida natural y anímica ya fue puesta en la cruz (Gá. 2:20; Ro. 6:6) y que ahora debemos tomar a Cristo como nuestra vida. No obstante, las facultades de nuestra alma seguirán siendo el instrumento que el Espíritu usa para expresar al Señor.
También debemos entender claramente que debemos ejercitar nuestro espíritu en todo aspecto de nuestro diario vivir, y no sólo cuando oramos o leemos la Palabra de Dios. Si usted no tiene la confirmación y el sentir de paz en su espíritu, entonces debe detenerse en eso que está por hacer o decir, sin ponerse a razonar si es bueno o malo. En lugar de preguntarse si lo que va a hacer es bueno o malo, debe considerar si usted está en el espíritu o en el alma. Debería preguntarse: “¿Estoy haciendo esto dirigido por mí mismo o por el Señor?”. Cuando usamos la expresión por el Señor no nos referimos al Señor de una manera objetiva, sino subjetiva, pues El es el Espíritu vivificante mezclado con nuestro espíritu. De manera que, debemos ejercitar nuestro espíritu en todo lugar y en todo momento.
Es fácil distinguir la diferencia entre el cuerpo y el alma, pero no es tan sencillo ver la diferencia entre el alma y el espíritu. Creo que nos ayudaría mucho considerar el siguiente ejemplo. Supongamos que uno ve algo que quiere comprar. Cuanto más examina el artículo, más siente deseos de obtenerlo. Finalmente, se decide y lo compra. Su parte emotiva ha sido ejercitada puesto que le gusta lo que ha comprado. Por otra parte, también ha ejercitado su mente al examinar el producto, y finalmente ha ejercitado su voluntad al adquirirlo. Por lo tanto, toda su alma se ha ejercitado. Sin embargo, cuando va a comprarlo, algo en lo más profundo de su ser protesta y se lo prohíbe. Este es el espíritu. El espíritu es la parte más profunda del hombre. En todos los aspectos de nuestro vivir debemos seguir dicho sentir interior.
¿No es verdad que la mayoría de los cristianos nos olvidamos de este indicador? Siempre estamos razonando en lo que está bien y lo que está mal. Pensamos que si algo está mal, no debemos hacerlo, y si algo está bien, entonces debemos hacerlo. Este no es el camino que debemos seguir. El bien y el mal forman parte de la enseñanza de la religión, y si nos conducimos de acuerdo con la religión, entonces Cristo no tiene ningún valor. Experimentar a Cristo y disfrutar la salvación que Dios ha efectuado, es algo completamente distinto de la religión; no es cuestión de hacer el bien o el mal, sino de vivir en el alma o en el espíritu. El cristianismo entero ha descuidado este indicador. Pero el Señor quiere recobrarlo hoy, pues ésta es la “llave”, la clave o secreto del vivir del creyente.
Por consiguiente, en todo lo que hagamos o digamos tenemos que discernir si estamos en el espíritu o en el alma. No es un asunto de que algo sea correcto o incorrecto, bueno o malo, sino de que provenga de Cristo o del yo, del espíritu o del alma. Debemos discernir si toda nuestra vida y diario andar se conduce o no en nuestro espíritu.
En los cuatro evangelios —Mateo, Marcos, Lucas y Juan— el Señor Jesús repetidas veces nos dice que debemos negar nuestro yo y perder la vida del alma, esto es, la vida anímica (Mt. 16:24-26; Mr. 8:35; Lc. 9:23-25; Jn. 12:25). Luego, en las epístolas, de nuevo nos dice que andemos, vivamos, oremos y hagamos todas las cosas en el espíritu (Hch. 17:16; Ro. 1:9; Ro. 12:11; 1 Co. 16:18; 1 P. 3:4; Ef. 6:18; Ap. 1:10). Por lo tanto, debemos permanecer siempre en nuestro espíritu.
Cuando una persona ejercita su espíritu, el Espíritu de Dios puede moverse y fluir libremente en él. Pero esto constituye una verdadera batalla, ya que Satanás sabe que si todos los creyentes liberamos nuestro espíritu, él será derrotado. Por consiguiente, el enemigo procura sutilmente oprimir el espíritu de los santos. Mientras él tenga éxito en esto, no podremos avanzar. Así que, tenemos que pelear esta batalla. Es preciso que aprendamos a ejercitar y liberar nuestro espíritu en todo momento y en todo lugar. Ya sea en privado o en público, debemos siempre ejercitar nuestro espíritu.
En conclusión, debemos estar conscientes de que Cristo es el Espíritu que mora en nuestro espíritu. Además, debemos conocer la diferencia entre el espíritu y el alma, al punto que neguemos nuestro yo anímico y sigamos al Señor en nuestro espíritu. Cuando cooperamos con nuestro espíritu de esta manera, Cristo ocupará el primer lugar en nuestra vida. De esta forma, experimentaremos a Cristo en nuestro espíritu y aprenderemos a aplicarlo en todo nuestro vivir.
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Aguas refrescantes 27 de mayo
Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular. 1 Corintios 12:27.
Una toma de conciencia viva de nuestra comunión en Cristo es algo muy precioso. Despierta en nosotros un sentido muy profundo y creciente de "pertenecer". La característica de la mariposa siempre "solitaria" da lugar a la naturaleza de la abeja operando continuamente desde la base de la colmena, y trabajando sin cesar, no para sí misma, sino para su colectividad. Significa que vemos nuestra propia posición delante de Dios no como unidades aisladas, sino como miembros los unos de los otros.
Las unidades no tienen un uso especial; ejercen un ministerio limitado, y, con facilidad pueden pasarse por alto o ser omitidas. Una sola unidad ni siquiera afecta a las estadísticas. En el caso de los miembros es todo lo opuesto. No pueden permanecer pasivos en el cuerpo. Ni siquiera se atreven a permanecer mirando. Ninguno de ellos puede decir: "Yo no cuento".
Watchman Nee
Jesús es el Señor! - Jesus is Lord - Jesus ist der Herr - Yeshua adonai - Gesù è il Signore - Jésus est Seigneur - Ιησους ειναι ο Λορδος - Иисус – Господь - يسوع هو الرب - 耶稣是主 - 主イエスは - Jesus é o Senhor - Jesus är lorden
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