La carne y el espíritu (21)
Algunas personas han venido a nosotros para discutir acerca de la verdad del terreno de la iglesia o del recobro del Señor. Algunas veces les digo: “Usted en su mente discute conmigo, pero en su espíritu dice Amén”. Metámonos en nuestro espíritu. Cuando entramos en el espíritu, inmediatamente somos uno. Los cristianos están divididos porque la mayoría de ellos vive en la mente. La mente es realmente facciosa, pero en el espíritu hay unidad. Los cristianos han debatido acerca de la forma del bautismo. Existe el bautismo por inmersión, por aspersión, con agua dulce o salada, en el río, en el bautisterio, en la bañadera o tina. Existe el bautismo en el nombre de Jesús y en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Algunos dicen que debemos seguir a Jesús y ser bautizados en el río Jordán, donde El fue bautizado. Debemos olvidarnos de todas estas diferencias doctrinales y regresar al espíritu. Las doctrinas pueden ser trampas. Tenemos que salirnos de estas trampas. Nosotros hemos sido salvos por la sangre y regenerados en nuestro espíritu. Regresemos a nuestro espíritu donde somos uno.
En Deuteronomio 12—16 el Señor mandó al pueblo de Israel, una y otra vez, que cuando ellos entrasen en la buena tierra, tenían que adorar a Dios en el lugar que El escogiera. Los hijos de Israel no tenían el derecho de adorar a Dios con todas las ofrendas en el lugar que ellos escogieran. Tenían que ir al único lugar que Dios escogió, donde El pondría Su nombre y donde moraría. Este lugar sería el centro de la adoración corporativa. Podían orar a Dios y tener comunión con el Señor en sus hogares, pero no tenían derecho de tener adoración corporativa en ningún lugar que a ellos les gustara. Tenían que ir al único lugar que el Señor había escogido, el cual fue Jerusalén.
En Jerusalén estaba el templo de Dios, la morada de Dios, la cual llevaba el glorioso nombre de Dios. Todos los israelitas iban allí tres veces al año (Dt. 16:16) y este único centro preservó la unidad de las doce tribus. Si ellos hubieran tenido la libertad de establecer sus propios centros de adoración, se habrían dividido. La tribu de Dan en el norte habría dicho: “Nos queda muy lejos ir hacia el sur para adorar a Dios en Jerusalén. Nuestro Dios es omnipresente. Si El está allá con ustedes, indudablemente está aquí en Dan con nosotros”. Inmediatamente se habría creado una división. Pero en la sabiduría de Dios, El ordenó desde el principio que ellos no tenían derecho a hacer esto. Todos ellos tenían que ir al mismo lugar designado.
Hasta la fecha, después de tantos siglos, ningún judío se atreve a edificar un templo. Ellos se atreven a construir centenares de sinagogas, pero ninguno construye un templo, porque conocen el mandato dado en Deuteronomio. No hay más que un solo terreno, un solo sitio, donde ellos pueden edificar la morada de Dios. Este es el monte de Sion en Jerusalén. Este único terreno preservó la unidad del pueblo de Dios.
!Jesus es el Senor!